Al fin!

Andrew Graham Yooll

Fragmento

¡Al fin!

PRÓLOGO

UNA ESCRITURA VALIENTE

por SERGIO KIERNAN

 

 

Había noches en que Andrew andaba como oblicuo, y entonces uno sabía que tenía algo importante para contar. Lo que había que hacer era nada, seguir como si nada, cocinando mientras se hablaba de cualquier cosa, él sentado en un banco azul que le iba cómodo. En algún momento salía el tema y una noche lo que salió fue “el libro de hacerse viejo”.

Como tantos, Andrew andaba medio asombrado de su edad, de que el pibe que uno siempre es y será quedara en este envase de achaques. Él le sumaba, si le tirabas la lengua, una satisfacción peculiar de que nadie lo hubiera matado. Ni los matones de los tiempos de Isabel Perón, ni algún milico en los años malos, ni los pesados que le pegaron una noche en 1982, cuando cubría la guerra de Malvinas. Tampoco había quedado en alguno de los muchos problemas que anduvo cubriendo con los años, por ahí en este mundo lleno de tiros. Tenía sus cicatrices y sus anécdotas, que había que sacarle por su miedo a parecer que se mandaba la parte.

Lo que hacía Andrew con estas cosas era contarlas en sus libros, ponerlas en contexto y mostrar su coraje personal en detallar cómo, cuándo y cuánto tuvo miedo. Es una literatura a la que pocos se animan, porque todos queremos ser un poco héroes aunque sea en nuestros propios libros. Andrew era simplemente demasiado honesto, demasiado valiente y tal vez demasiado cruel para esas poses.

Con lo que el anuncio de un libro sobre hacerse viejo resultaba todo un tema. Él evitó las preguntas con un gesto de la mano, como quien se saca moscas de la cara, y con generalidades. “Cosas que anduve leyendo, cosas viejas que encontré en papeles”. No había que insistir, porque se sabe que un escritor no quiere hablar de sus proyectos.

Aquí está este libro.

Envejecer implica prepararse para morir y este libro es un ejercicio en eso, en preguntarse cómo son las cosas cuando uno no está. ¿Cómo se van a acordar del golpe de 1976 cuando ya no estemos los que lo vivimos? ¿Cómo no nos acordamos del pogrom de 1919 o las ejecuciones de Mitre? ¿Y qué se hace con las toses, el paso lento, los médicos permanentes? ¿Qué va a ser de las caras que todavía recordamos de tantos años atrás, desaparecen con nosotros? ¿Tienen razón los mexicanos?

Como este es un libro de Graham-Yooll hay un par de valentías, que tienen que ver con el sexo. “La jubilación del pene” es una lección de sexualidad para la tercera edad en un bar rotoso de Barracas, seguida de un poema de Yeats sobre una amante envejecida y otro de Baudelaire.

Pero también y sobre todo está una de esas cosas que salían de los cuadernos de Andrew, uno de esos espejos durísimos. Es el diálogo con su ex mujer de tantos años en una visita a la vivienda asistida donde ella penaba, un diálogo que ella lleva al sexo, a los mejores recuerdos, al ¿te acordás? más gráfico que hay. A cuando eran jóvenes y no podían esperar.

Ese era Andrew Graham-Yooll, uno que se retorcía de incomodidad durante un diálogo así pero después lo anotaba fielmente para publicarlo. Era valiente, nomás, y este es un libro valiente.

¡Al fin!

NOTA PRELIMINAR

Mi amigo John Claude Fernandes, fotógrafo en el Buenos Aires Herald, Noticias Argentinas, DyN (Diarios y Noticias) y más, me regaló la idea en los comienzos de 2014. Se trataba de escribir algo sobre el envejecimiento y nuestro inevitable final. Él tenía 65 años y algo más, yo pasaba los 70. La primera prueba de su aliento fue un obituario muy autoindulgente del actor norteamericano Mickey Rooney, fallecido el 6 de abril de 2014.

El 2 de enero de 2018 John Claude Fernandes sufrió un ACV en su pequeño emprendimiento en Puerto Iguazú. Entre sus amigos la pregunta era si sobreviviría. Sobrevivió, en silla de ruedas. Todos tenemos amistades que sufren lo imprevisible.

A partir de agosto de 2014 recurrí a un circuito de amigos, mujeres, queridas, colegas, familiares y alguno que otro anónimo. Entre ellos estaban el colega Carlos Villaverde, alguna vez administrador en el Buenos Aires Herald; también Enzo Biancolini, compañero de la primaria en lo que fue un pueblo, Ranelagh, que hoy es un dormitorio, y también Daniel Mazar Barnett, de origen en el mismo pueblo, que me regaló una corbata en mi cumpleaños para el inicio de tareas pero no recuerdo en qué año. El mayor caudal de observaciones, comentarios, tiras cómicas y semitontas, recomendaciones médicas y filosóficas, etc., provenía de gente retirada, pensionada, jubilada, aburrida y generosa y atenta en sus envíos tomados de Internet. La mayoría quizás no tenía cosa mejor que hacer que mirar la pantalla de la computadora cada mañana, cosa que yo hago, siendo no sólo estúpido matinal sino de todo el día. El humor de ese hueco que es la pantalla constituye un bodrio. Agobiado: ¿no se dan cuenta de que la multimayoría de cosas graciosas y cuadros cómicos aportados son aburridos? Igualmente, cuando son de sus mujeres, son muy aburridos, imposibles de reciclar: “Cheee, no lo critiques, pobre viejo, dejalo que se divierta con esos cuentos cómicos. ¿No ves que ya no tiene nada que hacer?” Las mujeres amigas, queridas, no aportaron mucha información. ¿Les habrá parecido de mal gusto el tema de envejecer? Recurrí a mi amiga psicóloga Luz Zaldivar, que sabe mucho del tema; me dijo que lo podíamos conversar, pero la distancia, los viajes, su trabajo, no daban tiempo para esa conversación. Me prestó tres libros, dos de autores masculinos y una autora femenina. ¿Será válido el argumento, tipo cliché, de que las mujeres se preocupan más por la vida que por la muerte? ¿O será referente más aceptable que las mujeres son las que dan vida y así se las percibe más atentas a la supervivencia que al fin de los días? Los libros no los he devuelto aún.

Otra hermosa amiga, Florencia Parodi, me regaló algo de su conocimiento de poesías y así hallé el bello poema de Jaime Roos. María Niero se prestó con entusiasmo para ayudarme con el envejecimiento en las mujeres, visto por una mujer.

Existe un apunte del 25 de septiembre en mi cuaderno que dice que yo tenía un brutal ataque de asma. Otra, contemporánea, avisaba que mi nieta Rachel, inglesa, con su novio irlandés, el novelista Danny Denton, buen bebedor, llegarían próximamente a Buenos Aires. Y peor, otro apunte me informaba que la rela

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