La Argentina deseada

José Luis Espert

Fragmento

La Argentina deseada

Introducción

Ves que están los chorros a punto de entrar en tu casa y, vos, ¿qué estás dispuesto a hacer?

En ese segundo pensás: “Llamo a la policía. No, ya es tarde. Debería haber puesto una alarma, una cámara, un guardia, debería haber hecho un curso de defensa personal y comprado un arma”. Pero ya están ahí, pasaron la reja, tomaron el jardín. Todo lo que amás está en riesgo. Ahí te das cuenta de que no hay tiempo, de que estás solo.

Es un poco como el cuento de Cortázar, “Casa tomada”:

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.

Cada vez que pienso en la Argentina, pienso en mi casa, en mi familia, y siento lo mismo. Cada vez que viene un pibe y me dice que se va a Europa, pienso en eso. Cuando me dicen que alguien tiene que cerrar su negocio, vender lo que le queda y empezar de nuevo, o que le pegaron un tiro, pienso eso. En qué momento se robaron nuestra casa, nuestro trabajo, nuestro futuro. En qué momento nos cagaron. En qué momento la cagamos. Pero la vida suele dar otra oportunidad. A veces.

Hay gente que lo acepta con resignación. Pero yo estoy hecho de otra madera. Siempre di pelea.

Y me di cuenta de que los delincuentes, que día a día habían robado nuestros sueños, estaban de una u otra forma arreglados con la policía, con el gobierno… con el Estado. Que a este también lo habían tomado, y que el Estado presente no era más que una coartada. Y que tenía que cambiar de estrategia.

Me metí en política para rebelarme contra ese falso destino inevitable que amenaza con arrasar con todo. No me doy por vencido. Quiero, como muchos, una Argentina en la que mis seres queridos y yo podamos crecer en paz. Y voy a defenderla.

Quiero rescatar la Argentina que potencia todos nuestros talentos y nuestra parte positiva, que la tenemos y aún es enorme. La que merecemos y la que esperamos, nosotros y el resto del mundo. Para producir aquello en lo que somos buenos. Para aportar algo valioso al mundo.

En este libro me dedico ya no analizar ni criticar, sino algo más difícil: proponer. Antes escribía como economista. Ahora quiero aportar desde el nuevo tipo de político que tenemos que construir y que quiero ser. A partir del diálogo, los datos, lo que funciona y lo que no, el conocimiento y el debate. Y la honestidad.

En La Argentina devorada planteaba una pregunta: ¿por qué algunas sociedades son más pobres que otras? La respuesta que encontré fue una relación directa con la calidad de las instituciones económicas y la performance económica. Pero a la vez concluía: “Esto nos lleva al análisis del rol de las instituciones políticas. Porque hay que tener en claro que las instituciones políticas y la distribución de sus recursos determinan nuestras instituciones económicas y la performance económica”. Entonces entré a la política.

En La Argentina deseada quiero hablar de lo que creo que a mí me toca para hacer realidad ese país. Sobre qué reformas tenemos que hacer, en las instituciones económicas y políticas, para construir ese sueño. Y son reformas profundas, que tenemos que empezar a debatir cuanto antes, sin prejuicios, libres de relatos y mentiras, a consensuar y, sobre todo, a ejecutar. Para recuperar nuestra casa.

De la Argentina populista a la Argentina deseada

La Argentina lleva más de siete décadas de decadencia, repitiendo ciclos de auges transitorios que siempre terminan en frustrantes crisis económicas y políticas. Todo lo que se ha intentado falló, por la simple razón de que fueron solo variantes del mismo modelo, mal llamado “nacional y popular”, de economía cerrada al comercio, indisciplina fiscal e intervención generalizada del Estado a través de gasto público, regulaciones y controles, corrupción y un sistema sindical políticamente extorsivo y anticuado para una economía moderna. La inflación, el crecimiento paupérrimo, la marginación social y el desempleo son los síntomas de un modelo de país que nos ha llevado a la decadencia continua.

Pero no es posible pretender —como se ha intentado repetidamente— eliminar los síntomas sin remover previamente los factores estructurales que los explican. No es posible resolver la pobreza aumentando el gasto público distributivo, pues en el camino destruimos la capacidad de ahorrar, invertir y crecer. No es posible resolver la marginalidad social sin antes cambiar un régimen laboral que explica por qué las empresas no tienen incentivo para emplear en blanco. No es posible crecer sin abrirnos al comercio: la única manera de emplear productivamente a quienes quedaron marginados, a la enorme cantidad de trabajadores estatales, a los planeros del asistencialismo y a los desempleados. No será posible bajar la inflación de manera sostenida si no eliminamos los déficits que tarde o temprano terminan en devaluación; buscar resolverla con expansión monetaria es una estafa.

La insistencia en hacer siempre lo mismo nos ha colocado cada vez más cerca de una situación de no retorno. El voto a favor de la profundización del modelo nacional y popular ha ido creciendo con el aumento de la pobreza. Y esta situación amenaza con volverse irreversible en las próximas décadas, pues si bien la pobreza supera el 30% de la población adulta, es de alrededor del 50% entre los menores de 18 años. Estamos a tiempo de evitar llegar a un punto de no retorno, pero el tiempo no sobra.

Esta decadencia ha generado muchos factores inerciales que tienden a profundizarla. Uno de los más importantes es la destrucción de la calidad de nuestro sistema educativo, pieza fundamental para la reinserción social. Llevará más de una década revertir su destrucción si empezamos ahora. No estamos solo frente a un problema político que se arregla con un gobierno que asegure la gobernabilidad, ni frente a uno que se soluciona con un gobierno honesto, sin corrupción generalizada. No estamos tampoco solo frente a un problema económico limitado a acertar con alguna alquimia monetaria para bajar la inflación de un plumazo.

Enfrentamos simultáneamente vicios políticos y económicos estructurales de un modelo obsoleto, en todos los frentes, que han conformado un sistema que debe ser desmantelado en todas sus facetas. Pero, para hacerlo, se necesita una alternativa política seria y honesta que genere consenso y tenga el apoyo para implementar un cambio profundo en el modelo de país que ha producido nuestra decadencia. Y, no menos importante, que esa alternativa política tenga la convicción y reúna la capacidad técnica para ejecutar los cambios correctamente.

Hay que cambiar un sistema que funciona mal. Y hay que cambiarlo por completo. No se trata de atacar los síntomas de un sistema fallido ni de andar con chiquitas. Hay que dar un giro de 180 grados. O nos hundimos en la pobreza.

La magnitud

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