Desde que empecé a escribir canciones he querido construir en ellas a una mujer que represente lo que no nos atrevemos a ser. La palabra tiene un peso primordial en mi vida. Creo que somos lo que decimos, eso construye nuestro universo, nuestro futuro y define quiénes somos. Uso las canciones para decirles cosas a quienes ya no puedo decírselas, para enviar mensajes a quienes nunca me atrevería a hablarles, para comunicarme con ustedes, con mi yo del pasado, del presente y del futuro. En mis canciones escribo mi realidad y la de otras. En ellas habitan mis mayores deseos, miedos y fantasías, pero siempre serán enormemente coherentes con la realidad y con lo que pienso sobre el mundo que conozco. Sé que siempre hay alguien que se siente identificado con una canción, ya sea por lo que ha vivido, por lo que le gustaría vivir o simplemente por empatía.
Mientras escribía, experimenté la ansiedad de equivocarme, de decir algo mal, de exponer ideas imperfectas que algún día pudieran llevar a que me señalen. Esto me hizo pensar que, como mujeres, a la hora de ocupar un espacio con nuestras palabras, nuestras ideas, nos persigue siempre la presión de ser perfectas. Para estar a la altura de lo que queremos decir, nuestros cuerpos deben verse perfectos, así como nuestras caras, nuestra ropa, nuestra mente, nuestras canciones, las entrevistas que damos y, cómo no, nuestros libros.
Cuando me pasaron cosas desafortunadas pero que me colocaron en la posición de la “honesta”, la “virtuosa”, la “íntegra”, tuve miedo. ¿Qué pasa si el día de mañana cometo un error y todo este apoyo se vuelve en mi contra? También me di cuenta de que los hombres construyen poder a partir de sus victorias y de sus éxitos. Nosotras, a partir de nuestras derrotas, de lo que la vida nos obligó a soportar, incluso de ellos mismos.
Para todos estos sentimientos incómodos existen explicaciones y trato de compartir algunas en estas páginas. Para todos los miedos existe una cura y es entregarse a la tarea de hacer, hacer más allá de la inseguridad y la presión de hacerlo bien, y es lo que me trajo hasta acá, como también me trajo el atreverme a dejar de ignorar lo que podría ser y salir a averiguarlo.
LA PREGUNTA Y LA PIRUETA DE UNA ACRÓBATA
Cientos de veces vi cómo se preparan los sets antes de una entrevista. Ruedan cámaras y micrófonos hasta que me siento para hablar de un nuevo disco, un tour o una colaboración. Durante mucho tiempo, después de las risas y los halagos, apareció lo que yo llamo “la pregunta”: “Cazzu, como mujer, ¿qué se siente tener éxito dentro de un género musical tan machista?”. Cada vez que la escuchaba mi mente hacía la pirueta de una acróbata. Terminaba diciendo lo primero que se me venía a la cabeza para salir rápido de ahí. “Es muy satisfactorio saber que como mujeres nos estamos ganando el espacio que nos merecemos, que podemos hacer lo mismo que los hombres y, por lo tanto, podemos cantar reggaetón”. Después de algunos años de trayectoria y varias experiencias, creo que descubrí algo. Por fin me acerco a una respuesta, a mi respuesta.
Me llevó tiempo elaborarla, pero este libro es un intento de responder a esa pregunta. Una pregunta que cada vez que escuchaba me hacía sentir abrumada. Y también molesta, muy molesta. Odio que le digan machista a mi género. Lo pensé más de una vez, porque es mi mundo, el que elegí para mi carrera y el que me da de comer. Pero después la conciencia me decía: Y sí, es machista, cómo negarlo. Entonces me prometía que solo iba a contestar focalizándome en mí y en mi música. Pero cuando se apagaban las cámaras, las luces, yo me quedaba en pausa, con el sabor amargo de no saber bien qué es lo que pensaba.
Así fue como un día, navegando por una red social me topé con el fragmento de una entrevista que le habían hecho a Noriel, un cantante puertorriqueño, colaborador de la conocida canción “Cuatro Baby’s”. La canción es del 2016, fue interpretada por Maluma y trajo mucha tela para cortar: se la consideró misógina. La entrevista se dio en un contexto muy puntual, era “el momento” del trap, y Noriel y esa canción, sumados a un puñado más de cantantes y temas, marcaban tendencia.
La persona que lo entrevistaba le preguntó a Noriel por el contenido misógino de las letras del trap. Apenas escuché la pregunta, me sorprendí, porque la mayoría de los entrevistadores casi nunca se atreven a incomodar a los varones cuando tienen la oportunidad de hablar con ellos. Escuchándolo me di cuenta de que, en general, las preguntas sobre machismo y género solamente se las hacen a las mujeres. Esta era una excepción. La entrevistadora le preguntó qué opinaba sobre la gente que consideraba al trap violento. Noriel contestó con una defensa, diciendo que esa gente no tenía nada que hacer de su vida. Ella insistió: “Pero ahora mismo en el mundo hay una corriente muy feminista, acá en Chile se está viviendo mucho el tema de las mujeres, por eso digo el tema de las letras”. Noriel le respondió que, entonces, tampoco se podrían ver novelas porque en ellas también siempre había un hombre golpeando a una mujer. Y agregó que, al final, es uno el que puede enseñar a un hijo a que eso no se debe hacer.
Ella siguió: “¿Pero tú le dices a tu hijo que con la música esto no se hace?”. Noriel respondió que su música trabaja muchos universos, y que él también hacía mucha música romántica pero que ella seguramente no había escuchado, porque si no, la entrevista tendría otro enfoque. A esta altura la incomodidad de Noriel era evidente, y mientras lo escuchaba no podía dejar de preguntarme por qué ella estaba intentando generar este clima. Su objetivo era acorralarlo y sospecho que no sabía nada sobre él, nada más que hacía trap, esa música “machista”. Efectivamente, durante los días siguientes, Noriel sufrió muchas y fuertes críticas. Creo que ningún artista en su posición habría sabido bien qué argumentar. Quizás, en el fondo, ninguno de nosotros estaba seguro de que nuestra música no fuera lo que ella sugería.
Si bien las respuestas de Noriel parecían ser las de alguien que estaba siendo juzgado por algo que efectivamente sí hizo: “denigrar al género femenino”, es allí donde me nació una duda, ¿realmente sus canciones eran tan violentas como para que se las comparara con golpear a una mujer?
Cuando la entrevista terminó, fui volando al chat para escribirle a Nori, con el que mantengo una amistad muy cercana desde hace varios años. Lo que más recuerdo de esa conversación es que yo deseaba que él pudiera defenderse mejor, en caso de que le volviera a pasar algo así, porque estaba convencida de que en su música no había una intención denigrante. Algo estaba mal en cuanto a la concepción de nuestro universo musical. En el fondo, yo deseaba que todos nosotros, la gran familia del trap, tuviéramos algo para decir frente a preguntas de ese tipo. Ahora era personal.
Después de aquella charla con Noriel, no estaba tranquila y me sentía muy enojada con la periodista, pero realmente mi enojo radicaba, más allá de Noriel o de cualquier otro colega del trap, en la demonización del género al que yo pertenezco y que estaba condicionado con mi propia forma de entenderlo.
Comencé a enviarle audios a Noriel en los que renegué y renegué, y mientras hablaba, empecé a darme cuenta de que estaba armando mi respuesta: “¡Machistas son ellos, que odian escuchar que una mujer quiera tener sexo y no ser una ama de casa!”. Es un poco chistoso recordarme a mí misma teniendo esas verborragias locas sin una idea clara, sin poder ver desde un lugar más amplio la cuestión. Los que me conocen saben que hay ciertos temas que me movilizan y me toma una pasión que me hace soltar mil ideas, que trato de organizar en el aire mientras busco coherencia en lo que digo.
En aquel momento, empezó mi camino hacia una nueva perspectiva. Es la que me abrió las puertas a nuevos cuestionamientos sobre las desigualdades en la música urbana. Tiempo después, me encontré con este pasaje de Martín Caparrós en su libro Ñamérica: “¿Qué es Latinoamérica?, ¿qué es ser latinoamericano? Parece una pregunta tonta, pero yo aprendí a respetar antes que nada las preguntas tontas. Creo que cuando uno llega a la pregunta tonta es que está empezando realmente a abordar la cuestión, está acercándose a algún núcleo. Y entonces esa pregunta, aparentemente tonta, resulta central”.
Me habilitó a hacerme la pregunta como nunca antes me la había hecho: “¿Es machista el reggaetón?”. En apariencia, ahora tenía una pregunta tonta, y más tonto todavía el intento de encontrar una respuesta que, incluso, podría ser subjetiva, considerando que este género me abrió las puertas a mi carrera y me convirtió en una profesional de la música.
Así empecé a armar el rompecabezas. Encontré la glándula que segregaba la amargura de las muchísimas veces que contesté la pregunta: no estoy de acuerdo con la idea de que estos son géneros misóginos. Y el mayor problema era haber descubierto esto en mí, y lo consideré imperdonable. Porque, ¿cómo no iba a estar de acuerdo con que las letras de reggaetón son denigrantes y están llenas de discursos de superioridad del hombre por sobre la mujer? Yo, siendo mujer y feminista, debería ser la primera en coincidir con esto. ¿Qué estaba mal conmigo?
Seguí dándole más vueltas a esta respuesta, pensé y repasé roles, escenarios imaginarios y reales, y encontré información valiosa durante ese recorrido. En primer lugar, es innegable que como mujer que hace música en espacios donde predominan los hombres —algo que ha ido cambiado bastante en los últimos años— ser parte de la minoría se hacía sentir y mucho. En segundo lugar, habiendo sido víctima de cada una de las desventajas de haber nacido mujer en el mundo tal como lo conocemos, y habiendo intentado constantemente desafiar los cánones establecidos, jamás me atrevería a dudar de que todo aspecto de la vida funciona conforme al patriarcado. Por extensión, es obvio que ni el reggaetón, ni el trap están exentos de esta lógica, como tampoco el resto de los géneros. La realidad es que la música en su totalidad es la que no está exenta de responder al sistema patriarcal, ya sea oculto entre hermosas metáforas o siendo literalmente explícito. Y el sistema que la sostiene, si miramos bien, es donde radica el mayor grado de desigualdad. Entonces, ¿es el reggaetón el género más machista de la música latina? ¿Es más machista el reggaetón o lo es la lente con la que lo miramos?
El reggaetón es la música más escuchada desde hace varios años y atravesó todo tipo de crisis y transformaciones. La acusaron de ser satánica, misógina, de mala calidad por su “simpleza”, y, desde su comienzo, anuncian su final. Pero el presagio fue errado y con el tiempo ganó terreno, hasta llevarse los primeros puestos en las listas de música latina. Incluso, cruzó las fronteras y empezó a infestar continentes de otras lenguas. Lo cierto es que el reggaetón mantiene un rasgo común y es el de un alto grado de contenido sexual en sus letras, sexo, sexo y más sexo. A esta altura me permito decir que sería injusto juzgarlo como un todo, ya que son miles los artistas que lo conforman. Están quienes hacen un reggaetón de calidad, quienes copian y pegan, quienes innovan y marcan tendencia y quienes no dan nada.
Respecto a su contenido, sabemos que históricamente, ante la mirada social, un hombre que tiene mucho sexo y, sobre todo, si es con diferentes mujeres, se gana el lugar soñado del pedestal de virilidad. Se vuelve un campeón, inspira respeto; por el contrario, la mujer que sostiene un comportamiento sexual similar al de un hombre, a la que le va bien en esto de vincularse, es vista como una puta. El problema radica en que, al convertirse en una puta, pierde su derecho a exigir respeto.
Partiendo de este precepto, que pese a su antigüedad sigue vigente y todavía forma parte del pensamiento colectivo —y muy consolidado en términos de roles de género—, ¿cómo no vamos a repudiar al reggaetón donde la mayoría de sus canciones nos hablan de una mujer que disfruta del sexo sin compromisos, donde la mujer pide que le den y le dan, y donde se la traga y le gusta? Esta mujer hace todo lo que no se puede, dice lo que no se debe y al mismo tiempo es una dama que se supone que ni debería existir.
El siguiente ejercicio, que se va a repetir varias veces a lo largo de estas páginas, es uno de mis favoritos, ya que pienso que no hay nada más simple para entender un fenómeno que ir a las fuentes. Les propongo, con este método facilísimo, que atendamos al contenido de una selección de canciones y veamos si no hay algo que tal vez interpretamos mal en ellas. Haré un análisis muy simple con un poco de comprensión lectora, de la que se aprende en la primaria, y veré qué resulta. Para eso, elegí fragmentos de canciones muy representativas de la historia del reggaetón. Y si sos fan, seguro las leerás cantando.
LA RESPUESTA
A ella le gusta la gasolina, dice Daddy y un coro de voces femeninas responde: ¡Dame más gasolina! Obviamente empezamos con la pieza clave de este género, de las más virales y patrimonio de la humanidad reggaetonera: la famosísima “Gasolina” del álbum The Big Boss. Esta canción cuenta con un recurso que era más usado en ese entonces y que ahora está en desuso: se trata de las contestaciones por parte de un coro de mujeres. Puntualmente, en esta canción, desde mi punto de vista, estas contestaciones cumplen un rol importantísimo, al diferenciar un acto sexual entre dos personas de una violación, porque explicita “el consentimiento”. Aunque no sabemos a qué se refiere Daddy Yankee con “gasolina” —pongamos la mente a trabajar y que cada uno imagine lo que le parezca—, lo importante es que eso es lo que ellas quieren y piden, según se escucha en la canción: dame más gasolina.
Hay más, en la canci