Nuevos pensamientos para una vida mejor

Wayne W. Dyer

Fragmento

Verso I

El Tao que puede expresarse no es el Tao eterno.

El nombre que puede nombrarse no es el nombre eterno.

El Tao tiene nombre y, a la vez, carece de él. Sin nombre, es el origen de todas las cosas; con nombre, es la Madre de diez mil cosas

La ausencia de deseos permite contemplar el misterio; la presencia de deseos solo deja ver su apariencia.

Y en el propio misterio está la puerta
que lleva a todo conocimiento.

Vivir el misterio

En el verso inicial del Tao Te Ching, Lao Tse nos dice que el Tao «tiene nombre y, a la vez, carece de él». Para nuestra manera de pensar occidental, esto resulta paradójico. Y, de hecho, lo es. El pensamiento basado en conceptos contrapuestos está firmemente imbricado en la mentalidad oriental: el yin y el yang, lo femenino y lo masculino. También se describen con toda naturalidad cosas que participan de una identidad y de su contraria. Por contra, los occidentales tendemos a considerar los opuestos como conceptos incompatibles que se contradicen entre sí. En este libro se nos pide que cambiemos nuestros hábitos de pensamiento y comprobemos cómo puede modificarse nuestra vida a consecuencia de ello.

El Tao pertenece a la esfera de lo impenetrable e invisible, y en él todo tiene su origen. Y al mismo tiempo, se encuentra de manera imperceptible en el interior de todas las cosas. Cuando deseamos ver dentro de esa oscuridad (misterio), intentamos definirla en base a las formas del mundo exterior, lo que Lao Tse llama «las diez mil cosas». Nos dice que no intentar penetrar el misterio nos llevará a conocerlo. O, en los términos en los que a mí me gusta plantearlo, que «digamos adiós y dejemos actuar a Dios». Pero ¿cómo podemos conseguirlo? Una manera sería adoptando más el pensamiento paradójico, reconociendo que el deseo (querer) y la ausencia de deseo (aceptar) son dos y la misma cosa... como los confines misteriosos de una secuencia continua.

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El deseo crea las condiciones que nos permiten adoptar una actitud receptiva; o sea, es lo que nos prepara, en el ámbito del mundo exterior, para recibir. Según Lao Tse, querer conocer o ver el misterio del Tao solo nos revelará las señales de su existencia en sus diversas manifestaciones, pero no el misterio en sí. Sin embargo, no estamos ante un callejón sin salida. Desde la base del deseo empieza a florecer el misterioso Tao. Es como si el hecho de querer algo se transformara en su aceptación natural. Si se desea, pueden verse sus manifestaciones; sin deseo, puede verse el propio misterio.

Cuando sintonizamos con lo que nos dice Lao Tse, aparecen con meridiana claridad en nuestro mundo abundantes ejemplos de este proceso paradójico. Pensemos en cuando cultivamos en una huerta unos exquisitos tomates o narcisos de primavera. De esa manera, permitimos que crezcan. Pensemos en las situaciones de la vida que implican querer algo y lo diferente que es permitir que suceda. Querer dormirse, por ejemplo, en lugar de irse a dormir. Querer ponerse a dieta, en vez de ponerse a dieta. Querer amar, en lugar de amar. Referida al Tao, la ausencia de deseo significa confianza, permisión, aceptación. El deseo es a la vez el comienzo y la raíz de la falta de deseo, y querer es el comienzo y la raíz de la aceptación. Son lo mismo y son diferentes.

Prestemos atención a los momentos en que podemos sentir en nuestro cuerpo en qué lugar nos encontramos dentro del flujo continuo entre querer y permitir (o entre intentar y actuar). Intentar tocar el piano, conducir un automóvil o montar en bicicleta es lo mismo, aunque es diferente, que tocar de verdad el piano, conducir un automóvil o montar en bicicleta. Cuando deseamos llevar a cabo estas actividades y aprendemos a hacerlo, hay un momento en el que lo que estamos haciendo es permitir que tengan lugar. La clave está en distinguir la diferencia entre intentar y permitir, y ser luego conscientes de la sensación de falta de esfuerzo de la segunda actitud. Esto nos lleva a una mayor conciencia del misterio invisible y de las diez mil cosas, que son los fenómenos visibles de nuestro mundo.

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Las diez mil cosas a las que se refiere Lao Tse representan los objetos del mundo distinguidos por categorías, clasificados y científicamente identificados por medio de un nombre que nos ayuda a comunicarnos y a identificar de qué estamos hablando y en qué pensamos. Pero a pesar de todos nuestros conocimientos tecnológicos y de las categorías científicas que ideamos, no podemos crear un ojo o un hígado humanos, ni siquiera un simple grano de trigo. Todas estas cosas —y el resto de las que componen el mundo conocido o identificado mediante nombres— emergen del misterio, del Tao eterno. De la misma manera que el mundo no es solo el conjunto de las partes que lo componen que han sido identificadas, nosotros no somos simplemente la piel, los huesos y las corrientes de fluidos de que estamos físicamente hechos. También nosotros formamos parte del Tao eterno, que anima la lengua de manera invisible para que podamos hablar, los oídos para que percibamos sonidos y los ojos para que podamos ver y experimentar tanto aquello que se manifiesta como el propio misterio. Permitir conscientemente que actúe ese misterio inefable es, en definitiva, la manera de practicar el Tao.

¿Significa esto que no hemos de preocuparnos por nuestra seguridad? De ninguna manera. ¿Significa que hemos de confiar en el misterio en el momento en que nos atracan o nos maltratan? Probablemente, no. ¿Significa que no debemos intentar cambiar las cosas? No. Lo que significa es que hemos de cultivar la actitud de convivir con el misterio y dejar que fluya a través de nosotros sin ponerle trabas. Significa aceptar la paradoja de que adoptamos una forma física y, al mismo tiempo, dejamos que el misterio se revele.

Practica el Tao; encuentra tu manera personal de vivir en el misterio. Como dice Lao Tse en este primer verso, «en el propio misterio está la puerta que lleva a todo conocimiento».

Para aplicar este pasaje a las actividades diarias del siglo xxi, te aconsejo lo siguiente:

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Lo primero y más importante: disfruta el misterio

Deja que el mundo se revele sin intentar explicártelo todo. Deja que tus relaciones sean lo que son, porque todo va a desarrollarse según un orden divino. No intentes con tanto ahínco hacer que las cosas funcionen: limítate a aceptarlas. No te esfuerces constantemente en tratar de entender a tu pareja, a tus hijos, a tus padres, a tus jefes, o a cualquier otra persona, porque el Tao nunca descansa. Cuando tus expectativas se desmoronen, acostúmbrate a pensar que las cosas son así. Relájate, déjate ir, acepta y date cuenta de que algunos de tus deseos tienen que ver con lo que tú piensas que debería ser tu mundo más que con cómo es en ese momento. Conviértete en un observador perspicaz... juzga menos y escucha más. Emplea tu tiempo en abrir la mente al fascinante misterio y a la incertidumbre que todos experimentamos.

Deja de poner nombres y etiquetas a las cosas

A la mayoría de nosotros nos enseñaron en el colegio a etiquetarlo todo. Nos esforzábamos en estudiar para poder definir correctamente las cosas y así conseguir lo que llamábamos «buenas notas». La mayoría de las instituciones educativas insistían en identificarlo todo, y nos elevaban a la condición de licenciados con conocimientos sobre categorías específicas. Y sin embargo sabemos, sin que nadie nos lo haya dicho, que no existe título, licenciatura o categoría distintiva que realmente nos defina. De la misma manera que el agua no es lo mismo que la palabra «agua» —o la palabra acqua, Wasser, o H2O— no hay nada en el universo que sea lo mismo que su denom

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