Dios en el siglo XXI

Iván Petrella

Fragmento

¿Por qué estudiar religión?

Empecemos con una pregunta básica: ¿que es la religión? Más que básica, a algunos quizá les parecerá tonta. Todos —creyentes, ateos, agnósticos, curiosos o indiferentes— suponemos que sabemos más o menos qué es la religión. Pero, ¿es así realmente? Durante muchos años estudié religión: hice mi maestría y mi doctorado sobre el tema en la Universidad de Harvard. Doctorarse es un proceso largo: dos años de cursada, un año para preparar seis megaexámenes escritos de tres horas cada uno, más un examen oral de dos horas, un año para preparar la propuesta de tesis y después los años que lleva escribirla —escribir un libro, básicamente— mientras uno da clases.

Después de todo ese tiempo y de todo lo que estudié, descubrí un secreto incómodo: los especialistas no se ponen de acuerdo en qué es la religión. La verdad es que nadie lo tiene muy claro. Uno de los fundadores de la disciplina académica de los estudios religiosos (o estudio de la religión), Mircea Eliade, lamentaba la falta de un término más preciso que “religión” para nombrar la experiencia de lo sagrado. Wilfred Cantwell Smith, otra figura central en el estudio de la religión y fundador del programa de estudios religiosos de la Universidad de Harvard, escribió un libro, The Meaning and End of Religion (El sentido y la finalidad de la religión), en el que pidió que se sustituyera esa palabra por una nueva. Mientras que Jonathan Z. Smith, tal vez el mejor historiador de la religión de las últimas décadas, dijo en Imagining Religion: From Babylon to Jonestown (Imaginando la religión: de Babilonia a Jonestown) que la religión no tiene existencia aparte de lo que escriben los especialistas en las universidades.

Esto es menos extraño de lo que suena. Se supone que la palabra “religión” describe una experiencia fundacional del ser humano; irreductible y universal. Sin embargo, en la Grecia clásica carecían de una noción de la religión como algo separado de otras esferas de la vida. Lo mismo ocurría en el Antiguo Egipto y en la India. Ni el hebreo clásico ni el sánscrito tienen una palabra que signifique esa idea.

La religión es un concepto muy difícil de definir. Etimológicamente, la palabra proviene del latín religio y es cercana a religare, que significa atar, mantener cerca, o apreciar. Por supuesto, se puede mantener cerca o apreciar prácticamente cualquier cosa. Cualquier obsesión o preocupación podría ser algo religioso.

Dada esta ambigüedad, no es sorprendente que haya tantas definiciones de la religión o enfoques acerca de ella como teólogos, filósofos, psicólogos, sociólogos o antropólogos que abordaron el tema. Ciertas definiciones se centran en la creencia en un dios o en dioses. Como dijo Edward Burnett Tylor, antropólogo inglés del siglo XIX, “parece preferible simplemente definir la religión como la creencia en seres espirituales”. Por muchos años dicté un curso de “Introducción a la religión”, y esta definición de Burnett me habría obligado a sacar a Buda de ella (y de este libro), porque el propio Buda no creía en los seres espirituales. Habría sido una lástima: el budismo es muy, muy interesante.

Otras definiciones hacen un esfuerzo monumental para no poner el eje en la creencia en seres espirituales o dioses. Para el antropólogo estadounidense Clifford Geertz, la religión incluye cinco elementos: “(1) un sistema de símbolos, (2) que actúa para establecer motivaciones y estados de ánimo poderosos, penetrantes y duraderos en los hombres, (3) formulando concepciones de un orden general de existencia, y (4) para revestir estas concepciones con tal aura de realidad que (5) los estados de ánimo y las motivaciones parecen singularmente realistas”. Pero esta y cualquier otra definición que se centre en la religión como una cosmovisión global tendría que incluir fuerzas como el nacionalismo y el marxismo, que también proporcionan símbolos, establecen estados de ánimo, ordenan la existencia, y así sucesivamente. Y mi curso de “Introducción a la religión” bien podría haberse convertido en un curso de “Introducción a la política”.

El padre de la teología protestante liberal, Friedrich Schleiermacher, definió la religión como “el sentimiento de dependencia absoluta”. Se refería a la conciencia de ser dependientes de una fuente o de un poder que reside más allá de nosotros mismos. Se dice que Hegel, colega suyo en la Universidad de Berlín, replicó con acidez que, en ese caso, el animal más religioso sería el perro.

Hay definiciones que nunca se materializaron. El sociólogo Max Weber comienza su clásica Sociología de la religión afirmando que “para definir la religión, para decir lo que es, no es posible hacerlo al comienzo de una presentación como esta. Una definición puede intentarse, en todo caso, solo al final del estudio”. Pero como nunca lo terminó y la obra se publicó después de su muerte, no sabemos cómo la habría definido.

También hay definiciones que menosprecian la inteligencia de las personas religiosas: “La religión es algo que queda de la infancia. Se desvanecerá a medida que adoptemos la razón y la ciencia como nuestra brújula”. La cortesía es de Bertrand Russell. Y hay definiciones que no parecen haber sido muy razonadas... Como cuando alguien tan inteligente como Alfred North Whitehead, filósofo, matemático y autor junto con Russell de Principia Mathematica, dice que “la religión es lo que el individuo hace con su propia soledad” y deja picando la coincidencia para que reemplacemos la palabra “religión” por “masturbación” y no encontremos ninguna diferencia entre ambas prácticas. O tal vez lo pensó y, al igual que su colega Russell, quiso ridiculizar al creyente.

En realidad, no es tan importante tener una definición consensuada por especialistas. Todos sabemos cuándo una persona es religiosa o no. Sospecho también que muchos piensan que en un mundo de genomas, impresoras 3D y autos que se manejan solos es absolutamente anacrónico hablar de religión. Como si para hacer una consulta alguien recurriera a una edición de la Enciclopedia Británica en la biblioteca de su abuela en lugar de agarrar el celular y entrar en Wikipedia.

Muchas de las grandes figuras del pensamiento occidental ya suponían que la religión estaba en proceso de extinción o por lo menos de volverse irrelevante. Friedrich Nietzsche, Karl Marx, Sigmund Freud y Max Weber, entre otros, son parte de esa tradición de pensamiento. Para todos ellos, la religión iba a desaparecer o pasaría a ser, en todo caso, algo puramente privado, que ocurre puertas adentro del individuo.

Comenzando en la década de 1960, varios sociólogos idearon la tesis de la secularización a partir de una proporción inversa: cuanto más desarrollada y más madura fuese una sociedad, menos religiosa sería. En 1966, en una de sus tapas mas famosas, la revista Time se había preguntado si Dios había muerto. Y respondía que, si aún no lo había hecho, estaba agonizando en sus

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