Pulpos, agujeros negros y la revolución del bienestar
PREFACIO
La reunión virtual estaba pautada para las nueve de la mañana de un día frío de mayo de 2021. Dos de las diez personas convocadas al Zoom tardaron un rato en subirse, así que se inició una conversación casual sobre cómo había empezado cada uno su jornada. Los que tomaron la palabra —empresarios y emprendedores con su situación económica resuelta— contaron que, desde hacía años, habían ido “curando” y perfeccionando su primera hora del día, que arrancaba muy temprano, a las 6 a. m. o incluso a las 5 a. m.
La idea de esta primera “hora de energía” (power hour, en inglés) es comenzar la jornada “con el pie derecho” y perfilar un alto nivel de vigor y de bienestar para cumplir más objetivos en las horas siguientes. El comienzo perfecto depende de cada mente y cuerpo y puede ir variando, pero siempre incluye algo de ejercicio intenso, meditación, hidratación, una técnica de respiración, escritura, visualizaciones, etc. Uno de los participantes del Zoom contó que cuando viaja, aunque esté en un hotel de cinco estrellas, siempre extiende él mismo las sábanas de la cama para iniciar el día con “propósito y resolución”. Otro señaló que era miembro del “Club de las 5 a. m.”, que se ocupa de difundir este conjunto de hábitos.
Mi sensación era la de estar escuchando un lenguaje extraterrestre. En casa, la primera hora del día es lo más lejano que uno pueda imaginarse a una “hora de energía”. Para empezar, Matu, nuestro hijo mayor, duerme mal con mucha frecuencia, así que es bastante común que tengamos que turnarnos con mi mujer, Virginia, para acompañarlo media noche cada uno. Luego, hay una suerte de batalla campal para convencer a Nico y a Olivia —los dos hermanos de Matu— de levantarse, lavarse los dientes, desayunar, vestirse. Todo en una cuenta regresiva y estresante para llegar a tiempo a tres colegios distintos, hacer actividades, sacar a la perra. Cuando por fin termina todo, a las 8 o 9 a. m., estamos agotados, solo dispuestos a ingerir un desayuno poco saludable como acto de compensación. Más que power hour, los arranques del día resultan una suerte de “agujeros negros” del bienestar, que drenan toda la energía disponible.
El contexto de esta conversación tampoco ayudaba demasiado. En mayo de 2021 la pandemia seguía castigando con intensidad, y la cuarentena, aunque había aflojado, continuaba.
En mi familia, todos los adultos cursamos la enfermedad con cuadros intermedios; para esa época la salud de mi mamá empeoró y finalmente ella falleció a principios de junio por una afección respiratoria. La cuarentena destruyó los pocos hábitos de ejercicio físico que teníamos. Como le dice Woody Allen a Mariel Hemingway en una película: “Si no engordo es por mi trastorno de ansiedad, esa es mi verdadera actividad aeróbica”. En medio de la “niebla mental” que muchos experimentamos luego de atravesar el COVID, empezó a despertar mi curiosidad —por contraste y como un planeta muy lejano de otra galaxia— el fenómeno más elusivo, ajeno y distante en ese momento: el bienestar.
Hay tres motivos que motorizan esta verdadera revolución. El primero surge de lo relatado al inicio de este prefacio: la pandemia hizo que todos tomáramos más conciencia que nunca de la fragilidad de nuestra mente y nuestro cuerpo y, por lo tanto, convirtió al bienestar en algo deseado. El segundo, el cambio radical en la composición etaria de la población: en una década, un tercio de la sociedad será mayor de 60 años, un momento de la vida en que el bienestar pasa a ser una aspiración todavía más valiosa. En el mapa de mi libro anterior, Revolución senior, de alguna manera este territorio es un “próximo adyacente”. Y el tercer motivo y motor es el de los avances y las transformaciones de velocidad trepidante que estamos viendo en las “ciencias de la vida” (biotecnología, ecología, farmacología, medicina de precisión, terapias no tradicionales, etc.), para muchos, las que traerán cambios más impactantes en esta década, con un sinfín de novedades que ya están disponibles —y que tal vez ni siquiera sabemos que no conocemos— para sentirnos mejor.
El “cuarto cuadrante” del conocimiento
El estribillo de la canción “¡Pero qué cintura!”, de Kevin Johansen, dice: “Hay cosas que sé/ y hay cosas que no sé/ y hay cosas que no sé que sé/ y hay cosas que no sé que no sé”. La letra alude a una de las categorizaciones posibles del conocimiento, que en este caso puede graficarse en cuatro cuadrantes. Lo que sabemos que sabemos y lo que sabemos que no sabemos está más o menos claro. Lo que no sabemos que sabemos vendría a ser lo intuitivo: aquello que nos fue agregando la experiencia, pero no somos conscientes de saberlo. Es en el cuarto cuadrante, el de lo que no sabemos que no sabemos, donde ocurren las epifanías y los grandes descubrimientos, sostienen quienes estudian los procesos creativos.
Una de las ventajas de sumergirse en este cuarto cuadrante del conocimiento, cuenta el filósofo argentino Christián Carman, una de las mayores autoridades mundiales en “el mecanismo de Anticitera” —un dispositivo astronómico ultracomplejo atribuido a Arquímedes—, “es la hermosa sensación de entender algo a partir de preguntas que te van surgiendo y que ni te imaginabas, el placer del descubrimiento. En la educación formal, muchas veces pasa lo contrario: te dan las respuestas antes de que te hagas la pregunta, y esto de alguna forma te ‘spoilea’ el proceso de aprendizaje y le quita toda la emoción”.
Con poco tiempo en la agenda y cambios muy rápidos, las buenas estrategias para sumergirnos a nadar en el océano de “lo que no sabemos que no sabemos” suben de precio. El creativo Nicolás Pimentel acuñó el concepto de “efecto Trinity” para referirse a estos procesos de aprendizaje ultrarrápido y efectivo. En la primera película de la saga Matrix, el personaje Trinity está escapando de los malos, ve un helicóptero estacionado y, como no sabe usarlo, pide a control que le envíen directo a su cerebro, en forma instantánea, el conocimiento para conducirlo.
Mi estrategia de “efecto Trinity” en los meses que siguieron para abordar la nueva agenda del bienestar consistió en tres pasos: armar cursos sobre estos temas en formato “Proxi: exploraciones sobre lo próximo”, para tener la excusa de invitar a conversar a las mejores fuentes; escribir varias notas al respecto para ordenar la información —en la revista del domingo de La Nación y en la columna “Álter Eco” del suplemento de economía—, y consolidar lo mejor posible el conocimiento escribiendo este libro.
Por estas conversaciones pasaron las fuentes más disímiles: desde el ex basquetbolista bahiense Juan Ignacio “Pepe” Sánchez, experto en nuevo bienestar y ciencia del deporte, hasta directores de laboratorios, genetistas, especialistas en psicodélicos, inversores