Latentes

Maritchu Seitún

Fragmento

PRÓLOGO
Ranas en agua caliente

Lo que sigue es una alegoría que me pareció ideal para comenzar este libro. La encontré por primera vez en The Boiled Frog Syndrome de Marty Rubin y, más tarde, en el libro de alegorías de Olivier Clerc.

La rana es un animal de sangre fría que adapta su temperatura a la del medio. Cuando ponemos una rana en una cacerola de agua hirviendo es capaz de dar un salto y salir inmediatamente de ella para escapar del peligro. Pero si por el contrario la metemos en el agua tibia y agradable y vamos aumentando lentamente la temperatura ella hace lo mismo acomodándose a ese medio… hasta que muere intentando hacerlo, la rana no se dará cuenta del peligro hasta que sea demasiado tarde, ya esté adormilada y no tenga energía para saltar.

Padres y niños tenemos el mismo problema que la rana, los cambios en la sociedad se dan de manera tan paulatina que no advertimos cuándo “saltar a tiempo de la olla”. Estamos adormilados, sin poder reaccionar o actuar. Pero los adultos debemos estar atentos para reconocer y evaluar esos cambios a medida que ocurren, y tenemos que hacer lo mismo con nuestros hijos para que todos podamos tener criterio propio antes de decidir aceptarlos o rechazarlos, en lugar de simplemente habituarnos y dejarnos llevar.

Los adultos tenemos que acostumbrarnos a educar y a conversar con nuestros hijos, desde muy chicos, sobre los múltiples temas que hasta unos años atrás no hacía falta explicitar porque estaban implícitos en la crianza, ¡venían dentro del café con leche!, pero hoy ya no son tan obvios: las horas de sueño, la alimentación sana, las adicciones o lo pernicioso que resulta pasarse la vida frente a una pantalla. Cuando los padres quieren reforzar sus ideas y hábitos en los chicos que ya tienen doce, trece o catorce años, se dan cuenta de que llegan tarde. Los chicos revolean los ojos y contestan: “esta es otra época”, “no entendés”, “hoy las cosas son distintas”, “¡qué pesada!”, “no tenés idea”, “sos un prejuicioso”, “esa idea es una antigüedad”. Llegado ese punto, es difícil que nos escuchen y que duden de lo que piensan.

También tendremos que ocuparnos de otros temas que ayudan en el fortalecimiento de sus personalidades y de los recursos para enfrentar la vida: disciplina y límites, valores morales, amistad, amor, cuidado del cuerpo, sexualidad, aprendizaje para tomar decisiones y evaluar riesgos. Debemos estar atentos, protegerlos para que no eludan ni quemen etapas, de modo que disfruten a pleno de ellas. A la sociedad de consumo le conviene el cambio y no la permanencia, y en cada cambio hay lamentablemente nuevas compras y objetos que quedan en desuso. Los niños son el nuevo target, hasta quedó demostrado en investigaciones que los padres gastamos más en nuestros hijos que en nosotros mismos.

El largo período de dependencia del cachorro humano nos diferencia de otros mamíferos. Esa dependencia le da tiempo para aprender y lo vuelve más inteligente. Los animales pasan un corto período de indefensión muy cerca de la madre y en ese lapso aprenden de ella lo que necesitan para manejarse solos. Nuestros hijos, en cambio, se quedan muchos años cerca de nosotros. Al ser tan prolongado ese período, resulta probable que en muchas ocasiones se “cuelen” modalidades ajenas, que nos parecen inadecuadas, peligrosas o incorrectas. Justamente, aquello que les va a permitir convertirse en adultos inteligentes y llenos de recursos, al mismo tiempo conlleva un riesgo. No alcanza con quererlos, cuidarlos, alimentarlos, mimarlos y ofrecerles un entorno seguro, también tenemos que brindarles las herramientas para evaluar todo lo que viene del medio externo, de modo que, cuando estén lejos de nosotros y no podamos orientarlos, puedan resolver y elegir.

A esto se agregan nuevos problemas que requieren soluciones pensadas y planeadas, no paliativas o de emergencia. Por ejemplo, elementos tan atractivos como las pantallas requieren de una enorme fortaleza interna en los chicos para poder moderar su uso, y esta tarea solo pueden auspiciarla los padres.

Carl Honoré, en The Slow Fix, nos muestra que hoy buscamos la máxima devolución por un mínimo esfuerzo. Él cree que así solo se logra emparchar los problemas sin observar la verdadera causa. Yo agrego que hoy todos tenemos muy poca capacidad de espera y de esfuerzo o escasa tolerancia a la frustración. Veámoslo en un ejemplo; los adultos consumimos, sin ton ni son, remedios de todo tipo para aliviar los malestares sin preocuparnos por el origen de nuestro problema, queremos resolverlo rápido y que se termine pronto el dolor y no tomamos conciencia de que les transmitimos a nuestros hijos que de eso se trata la vida. No hablo de remedios bien indicados por profesionales responsables, sino de aquellos otros atajos que seguimos a cada rato para mantenernos andando cuando el cuerpo nos pide a gritos que frenemos un poco.

Mi objetivo en este libro es revisar algunos de esos temas y explicar por qué vale la pena aprovechar la etapa de latencia de nuestros hijos para conversar con ellos, esa temporada tranquila en la que van al colegio primario y parece que está todo bien (y en la mayoría de los casos no pasa nada demasiado preocupante o conflictivo). Los padres solemos tomar ese tiempo como un merecido “recreo” después de los esforzados años de la primera infancia, un recreo que termina de un día para el otro con la llegada de la pubertad de nuestro hijo mayor.

Veremos por qué, cómo, cuándo y de qué hablar de modo que ellos puedan internalizar un rumbo y un modelo claros, y discernir y resolver múltiples cuestiones a medida que crecen, aprendiendo a cuidarse y a cuidar a otros. No podemos dejarlos a merced de sus pares (tan perdidos como ellos) o de otros adultos que no siempre elegimos para acompañarlos —y que no necesariamente son buenos modelos—, tampoco de la sociedad de consumo.

Este libro apunta a anticipar y prevenir, de modo que, cuando el mensaje de la sociedad los alcance (¡y los va a alcanzar!), nuestros hijos tengan un criterio personal para entenderlo y evaluarlo. Tenemos que empezar a formarlos e informarlos desde que son chiquitos. No propongo hablar de cuestiones puntuales como el inicio de las relaciones sexuales o el efecto de las drogas, porque no sería adecuado a estas edades, sino alertar a los padres para que estén atentos a ofrecer su cosmovisión y palabras de cuidado que sirvan de base, de matriz, para cuando llegue el día en que, efectivamente, tengamos que hablar sobre esos temas, sin descuidar el hecho de que somos sus modelos de conducta, revisar la forma en que los tratamos y ofrecerles nuestro amor, tiempo y atención y cuidados.

Las conversaciones ocurridas durante esta etapa armarán una red de seguridad que los va a sostener para que puedan evaluar críticamente lo que les llega desde afuera en lugar de aceptarlo ciegamente como “palabra santa”.

De todos modos, como dice Clarissa Pinkola Estés: “Una advertencia… la cuestión de la maduración individual es una tarea a la medida. No se puede trazar ningún rumbo, no se puede decir ‘hoy es

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