Los patitos feos

Boris Cyrulnik

Fragmento

Durante mucho tiempo me he estado preguntando contra qué podía rebelarse un ángel, teniendo en cuenta que en el Paraíso todo es perfecto. Hasta que un día comprendí que se rebelaba contra la perfección. El orden irreprochable provocaba en él un sentimiento de no-vida. La justicia absoluta, al suprimir los aguijones de la indignación, embotaba su alma. La orgía de pureza le repugnaba tanto como una mancha. De modo que era necesario que el ángel cayera para realzar el orden y la pureza de los habitantes del Paraíso.

El temperamento o la rebelión de los ángeles

Hoy en día, la sombra que realza se llama temperamento. «El temperamento es una ley de Dios grabada en el corazón de todas las criaturas por la propia mano de Dios. Debemos obedecerle y le obedeceremos a pesar de las restricciones o prohibiciones, vengan de donde vengan.»1

Esta definición de temperamento la proporcionó el propio Satán, en 1909, cuando se la dictó a un irónico Mark Twain. En

1. Twain, M., «Letters from Earth. What is Man, and Other Philosophical Writings», en A. Lieberman, La vie émotionnelle du tout-petit, Odile Jacob, París, 1997, p. 70.

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aquella época, el reto ideológico de las descripciones científicas era reforzar las teorías fijistas, que afirman que todo sucede para bien, que cada uno ocupa su lugar y que reina el orden. En semejante contexto social, la noción satánica de destino se dotaba de una máscara científica.

La historia de la palabra «temperamento» siempre ha tenido una connotación biológica, incluso en la época en que la biología todavía no existía. Hace 2.500 años, Hipócrates declaraba que el funcionamiento de un organismo se explicaba por la mezcla en proporciones variables de los cuatro grandes humores —sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra—, que se atemperaban los unos a los otros.2 Esta visión de un hombre movido por los humores tuvo tal éxito que acabó impidiendo cualquier otra concepción de la máquina humana. Cualquier fenómeno extraño, cualquier sufrimiento físico o mental se explicaba por un desequilibrio de las sustancias que bañaban el interior de los hombres. Esta imagen de un ser humano alimentándose de energía líquida se apoyaba en realidad en la percepción del entorno físico y social de la época. El agua, que daba la vida, sembraba también la muerte por contaminación o envenenamiento. Las sociedades jerarquizadas situaban en lo más alto de la escala a su soberano, por encima de los hombres, mientras que en la parte más baja «los campesinos y obreros, a menudo esclavos, víctimas designadas por sus orígenes modestos»3 vivían sufriendo y morían de la viruela, de la malaria, de accidentes o de enfermedades intestinales. Puesto que reinaba el orden y era moral, los que estaban situados en la parte más baja de la escala social, pobres y enfermos, ¡tenían que haber cometido graves pecados! La enfermedad-castigo ya existía antes del judeocristianismo. Encontramos rastros de ella en Mesopotamia, en los primeros textos médicos asirios.

2. Pichot, P., «Tempérament», en Y. Pélicier y P. Brenot, Les objets de la psychiatrie, L’Esprit du temps, París, 1997, pp. 611-612.
Histoire de la médecine et des médecins, Larousse, París, 1991, p. 34.

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El equilibrio de las sustancias constituye el primer momento de una práctica médica que también realizaron los griegos, los árabes o los brahmanes que sucedieron a los sacerdotes védicos. Esos balbuceos médicos y filosóficos atribuían a ciertos jugos ingeridos o producidos por el cuerpo el poder de provocar emociones.4 En el siglo XVIII, Erasmus Darwin, el abuelo de Charles, estaba tan convencido de ello que inventó una silla que giraba a gran velocidad con objeto de expulsar los malos humores de los cerebros deprimidos.5 Philippe Pinel, sorprendentemente moderno, «consideraba que no solamente la herencia, sino también una educación defectuosa, podían causar una aberración mental, al igual que las pasiones excesivas como el miedo, la cólera, la tristeza, el odio, la alegría y la exaltación».6

Esta ideología de la sustancia que se extiende a través de las épocas y de las culturas expresa una única idea: nosotros, pequeños seres humanos, estamos sometidos a la influencia de la materia. Pero hay alguien superior que domina los elementos sólidos. Lo que vemos en nuestros campos, en nuestros castillos, en nuestras jerarquías sociales y en nuestros humores es una prueba de su voluntad.

La palabra «temperamento» tiene, por tanto, significados diferentes según los contextos tecnológicos e institucionales. Entre los asirios y los griegos, su significado era parecido al de nuestra palabra «humor». Entre los revolucionarios franceses, quería decir: «emoción configurada por la herencia y la educación». Cuando en el siglo XIX se hablaba de «temperamento romántico», se evocaba en realidad una deliciosa sumisión a las «leyes» de la naturaleza, que justificaba la cruel jerarquía social de la industria galopante.

4. Alexander, F. G. y S. T. Selesnick, Histoire de la psychiatrie, Armand Colin, París, 1972, p. 40.
Ibid., p. 127.
Ibid., p. 131.

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Hoy en día, la palabra «temperamento» ha evolucionado. En nuestro contexto actual, en que los genetistas obtienen unos logros asombrosos, en que la explosión de las tecnologías construye una ecología artificial, en que los estudios neuropsicológicos demuestran la importancia vital de las interacciones precoces, la palabra temperamento adquiere de nuevo otro sentido.

Los estadounidenses han desempolvado el concepto adaptándolo a nuestros recientes descubrimientos.7 Pero cuando la palabra inglesa temperament se traduce en francés por «tempérament» es «casi un falso amigo», lo que es peor que un falso amigo porque suscita menos desconfianza. Para traducir de forma fidedigna la idea anglosajona de temperamento, deberíamos hablar de disposiciones temperamentales, de tendencias a desarrollar la personalidad de una determinada manera. Es un «cómo» del comportamiento, mucho más que un «por qué», una manera de construirse en un medio ecológico e histórico, mucho más que un rasgo innato.8

Hoy en día, cuando hablamos de temperamento nos referimos sobre todo a un «afecto de vitalidad»,9 una disposición elemental a experimentar las cosas del mundo, a expresar la rabia o el placer de vivir. Ya no se trata de un destino o de una sumi

7. Thomas, A., S. Chess y H. Birch, Temperament and Behavior Disorders in Children, University Press, Nueva York, 1968.
Temperament:
The Oxford Guide to the English Language: «Person’s nature as it controls its behavior».

−Según Oxford Advanced Learners: «Person’s nature as it affects the way he thinks, feels and behaves».

Pero en el lenguaje corriente:
Harrap’sTemperamentTemperamentalTo be in a temper = montar en cólera.

−Según Collins: «Person’s disposition; Having changeable mood; Erratic and unreliable»; Disposition = «Desire or tendency to do something».
Le monde interpersonnel du nourrisson: une perspective psychanalitique et développementale, París, 1989.

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sión a las «leyes» de la naturaleza, inventada por industriales fijistas, sino de una fuerza vital informe que nos empuja a encontrar algo, una sensorialidad, una persona, un acontecimiento. Es el encuentro que nos forma cuando nos enfrentamos al objeto al que aspiramos.

Cuando Satán deja de llevar la iniciativa de las ideas, comienza una psicoterapia porque su concepción

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