Calamity (Trilogía de los Reckoners 3)

Brandon Sanderson

Fragmento

Contents
Contenido
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Agradecimientos
auxiliar

1

—Teniendo en cuenta las circunstancias, te irá bien contar con otra teniente.

Anaander Mianaai, soberana, por el momento, del vasto espacio radchaai, estaba sentada en un amplio sillón acolchado y tapizado con seda bordada. El cuerpo que hablaba conmigo, uno entre miles, tenía, aproximadamente, trece años de edad. Su piel era oscura e iba vestida de negro. En su rostro ya asomaban las facciones aristocráticas que en el espacio radchaai constituían un signo del rango y del estilo más distinguidos. En circunstancias normales, nadie habría visto una versión tan joven de la Lord del Radch, pero aquellas no eran circunstancias normales.

La habitación era pequeña, de unos tres metros cuadrados y medio, y las paredes estaban revestidas con celosías de madera oscura. En uno de los rincones, la madera había desaparecido. Probablemente había resultado dañada en el violento enfrentamiento que las partes rivales de Anaander Mianaai habían sostenido la semana anterior. Los zarcillos de una pequeña planta de hojas estrechas de color verde plateado trepaban por los paneles de celosía restantes y, aquí y allá, lucían sus diminutas flores blancas. No estábamos en una zona pública del palacio; no se trataba de una sala de audiencias. Al lado del sillón de la Lord del Radch había otro sillón vacío y, entre los dos, una mesa con un juego de té cuidadosamente dispuesto, formado por una tetera y unas tazas de porcelana blanca y sin adornos. A primera vista, podía considerarse un juego de té corriente, pero al mirarlo con detenimiento te dabas cuenta de que se trataba de una obra de arte cuyo valor debía de ser superior incluso al de algunos planetas.

Anaander me había ofrecido té y me había invitado a sentarme, pero yo había preferido permanecer de pie.

—Me dijo que podría elegir a mis oficiales.

Debería haber añadido un respetuoso milord, pero no lo hice. Cuando entré en la habitación y vi a la Lord del Radch, también debería haberme arrodillado, llevando la frente al suelo, pero eso tampoco lo hice.

—Ya has elegido a dos. A Seivarden por supuesto, y la teniente Ekalu también era una elección evidente.

Al oír los nombres de mis tenientes pensé en ellas. En cuestión de, aproximadamente, una décima de segundo, la Misericordia de Kalr, que estaba a unos treinta y cinco mil kilómetros de la estación, recibiría mi casi instintiva solicitud de datos y al cabo de una décima de segundo más yo recibiría su respuesta. Me había pasado los últimos días intentando controlar ese antiquísimo hábito mío, pero no lo había conseguido del todo.

—Una capitana de flota tiene derecho a una tercera teniente —continuó Anaander Mianaai.

Me hizo un gesto con la mano enguantada en negro con la que sostenía su bonita taza de porcelana y deduje que quería llamar la atención sobre mi uniforme. Las militares radchaai vestían botas, guantes, y chaqueta y pantalón marrón oscuro, pero mi uniforme era diferente. La mitad izquierda era marrón y la derecha era negra, y las inscripciones de mi insignia indicaban que no solo comandaba mi propia nave, sino que otras capitanas debían obedecerme. Mi flota, por supuesto, solo constaba de la Misericordia de Kalr, que era mi nave, pero cerca de Athoek, que era mi lugar de destino, no había otras capitanas de flota y las capitanas de las naves que hubiera allí tendrían que obedecerme. Suponiendo, claro está, que reconocieran y aceptaran mi autoridad.

Apenas unos días antes había estallado un enfrentamiento latente y antiguo, y una facción de Anaander Mianaai había destruido dos portales interestelares. En aquel momento, prevenir la destrucción de más portales y evitar que esa facción se apoderara de portales y estaciones de otros sistemas estelares constituía una prioridad de carácter urgente. Yo comprendía las razones de Anaander para concederme el rango de capitana de flota, pero, aun así, no me gustaba.

—No cometa el error de creer que trabajo para usted —le advertí.

Ella sonrió.

—¡Ah!, no lo hago. Ahora mismo, solo tienes la opción de elegir entre las oficiales que estén en el sistema y cerca de la estación. El único problema de la teniente Tisarwat es que carece de entrenamiento. Se dirigía a incorporarse a su primer destino, pero eso ahora ya no tiene sentido. Por otro lado, pensé que te complacería contar con alguien a quien pudieras entrenar a tu gusto.

Su último comentario pareció resultarle divertido. Mientras ella hablaba, me enteré de que Seivarden estaba en la fase dos del sueño NREM. Percibí su pulso, su temperatura, su respiración, su concentración de oxígeno en sangre y sus valores hormonales, y cuando estos datos desaparecieron, la Misericordia de Kalr me mostró los de la teniente Ekalu, que estaba de guardia. Percibí que estaba estresada, que tenía la mandíbula ligeramente apretada y el cortisol elevado. Había sido una soldado común hasta una semana antes, cuando arrestaron a la capitana de la Misericordia de Kalr por traición. Ella no esperaba ser ascendida a oficial y pensé que no se sentía del todo capaz de estar a la altura del puesto.

Parpadeé para borrar sus datos de mi visión y le recriminé a la Lord del Radch:

—No puede usted creer que es buena idea enviarme a una guerra civil que acaba de estallar con solo una oficial experimentada.

—No será peor que hacerlo con una dotación insuficiente —replicó Anaander Mianaai. Me pregunté si había percibido mi momentánea distracción—. Además, a la niña le entusiasma la idea de servir a las órdenes de una capitana de flota. Te está esperando en el muelle. —Dejó la taza de té y se enderezó en el sillón—. Como el portal que conduce a Athoek ha sido inutilizado y no tengo ni idea de cuál es la situación allí, no puedo darte órdenes concretas. Además —levantó la mano, que ahora estaba vacía, como si quisiera anticiparse a una intervención por mi parte—, si intentara dirigirte muy de cerca, perdería el tiempo, porque te ordene lo que te ordene, tú harás lo que quieras. ¿Habéis cargado las bodegas de la nave? ¿Os habéis abastecido de todo lo que necesitáis?

La pregunta era superflua, ya que conocía el estado de las bodegas de mi nave tan bien como yo. Realicé un gesto indefinido y del

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