Tiempo de dragones. Las crónicas del mundo

Liliana Bodoc
Romina Bodoc
Galileo Bodoc

Fragmento

Nota a la edición

Las crónicas del mundo es el tercer y último volumen de la saga Tiempo de dragones, concebida originalmente como una tetralogía. Como toda la producción literaria de Liliana Bodoc, no posee solo un rasgo característico, sino un conjunto de elementos originales y únicos. Bebe de la fuente inagotable de su prosa y poética, engrosando con un nuevo imaginario sus universos épicos, siempre construidos sobre una matriz mítica y filosófica crítica de los discursos dominantes. Pero, además, esta obra tiene un recorrido y una genealogía singulares e insoslayables: la historia de su comienzo, su conclusión y su abrupta interrupción. Tiene, en fin, su propio relato. Esto le agrega una constelación de elementos originales e inéditos. Digámoslo, pues: el carácter inconcluso de Las crónicas del mundo constituye una marca indeleble que no tienen los tomos que la anteceden. Sin duda, desde cierto punto de vista se trata de una fatalidad; pero también, estamos convencidos, de una oportunidad. Porque toda muerte, nos recuerda Liliana, es la oportunidad de un nacimiento.

Desde la perspectiva de la autoría individual, la continuación de un libro en ausencia de su creador es casi un sacrilegio. Significa la violación del ejercicio literario concebido solo como un acto individual, y de la obra como el resultado exclusivo del genio implícito en cada biografía. Así, los “continuadores”, como se llama a quienes concluyen la trama de una obra, evocan desde su nombre en adelante algo más similar a un crimen que a un acto creativo.

Sin embargo, Liliana también nos advertía incansablemente sobre la estrechez de esta manera limitante de concebir el ejercicio de la palabra. Desconfiaba de la potestad absoluta de la autoría individual y creía que la revelación del lenguaje sucedía a través del encadenamiento de las voces, los géneros y las voluntades. Desde esta perspectiva, la fatalidad de “lo inconcluso” se transforma en la posibilidad de un diálogo. Ya no hay continuadores, sino interlocutores que, en la conclusión de un libro, evocan la posibilidad de un acto creativo.

Esta obra resultó del trabajo de coautoría entre tres voluntades, tres respiraciones que se acompasaron más allá del tiempo, el espacio, la ausencia o la presencia física. Es una prueba de que la producción plural, multívoca de un texto, es posible si se articula sobre una trama que la contiene y trasciende, y si se encauza sobre un propósito: el de contar.

Las crónicas del mundo no habrían sido las mismas sin su interrupción, porque las tres voces conforman la trama de este universo literario. No existe una sin la otra, porque se entrelazaron para cabalgar, juntas, la continuación y el final de la historia. Por eso, lejos de intentar borrar lo roto con una costura invisible, se lo integra en el corazón del relato como un elemento necesario para lograr la alquimia de su conclusión; en un modo inédito de producir un texto literario, donde se articulan modos de imaginar y decir (presentes y pretéritos) en función de las reglas que proponen un mundo y una obra.

Las crónicas del mundo nacen de un acto creativo, de la amalgama entre la realidad y la ficción. Nacen del dolor del vacío, pero antes, desde la potencia del amor. Por eso, creemos que no se trata de un libro inconcluso, sino de un silencio que antecede un canto de a tres. Y estamos convencidos de que, desde algún lugar posible, Liliana sonríe.

GALILEO BODOC Y ROMINA BODOC

Crónicas de Vorbarela

TERENTIGANI, AÑO 920
DEL CALENDARIO QUINTO

EL TIEMPO

Ningún pueblo fue capaz de comprender el tiempo, y transitarlo, como lo hicieron los palari pamá.

Sentado sobre un barril, y rodeado por la gente de su caravana, el patriarca tuvo que acomodarse la barriga para respirar adecuadamente. Entonces habló:

—Somos viajeros desde el inicio de nuestros recuerdos, y sabemos que el espacio y el tiempo no son primos, no son hermanos, no son, ni siquiera, barro. Porque si pones a orear barro se irá el agua y quedará el polvo. En cambio, puedes dejar al sol este momento y nunca lograrás que el tiempo se evapore y el espacio se quede. Son uno, siempre uno. Los viajeros podemos entenderlo.

Algunos niños se distraían. El patriarca palmeó con fuerza.

—¡Ea! Estoy contando la mejor historia. Quien pretenda reemplazarme como patriarca, deberá comprender esto con claridad. Así que, aquellos que se relamen por las noches cuando escuchan mis quejidos de dolor pensando que falta poco para el entierro, agucen el oído y aprendan.

Las madres torcieron las orejas de sus hijos, de modo que, muy rápido, volvió la calma.

—Lo diré así —continuó el patriarca—. Segundos, minutos, horas son senderos. Un día es un atajo, un estofado es una porción de tiempo que devoramos con gusto… Nuestras carretas se bambolean por el tiempo.

Su rostro evidenciaba una honda felicidad.

—Y ahora atiendan bien: ¡la Perforación es tan cierta como cualquier otro camino!

Tras un breve silencio, un jovencito de apenas once o doce años alzó la voz.

—Pero nunca anduvimos por ella —dijo.

—Igual que nunca ascendimos los picos más altos de las montañas. No es un sendero habitual, si eso quieres decirme. Es peligroso. Por eso, necesitamos tener un gran motivo para recorrerlo. Y, además del motivo, ¡un asta de carnero entre las piernas!

Alentado por el buen humor del patriarca, que no se había molestado por la interrupción del niño, un hombre se atrevió a manifestar una duda.

—Pero podemos ver los caminos delante de nuestros ojos. En cambio, no podemos ver el tiempo.

El patriarca se golpeó la barriga.

—¡Nadie ve lo que su entendimiento es incapaz de tolerar! Dicen los sabios alquimistas que, en el aire, hay millares de ínfimos animales… Si nuestros ojos lograran distinguirlos, viviríamos aterrados. Igual pasaría si viésemos el tiempo en todo su esplendor; bifurcaciones, recovecos, concavidades… ¡También eso nos impediría vivir! —La tribu estaba silenciosa—. Algunos elegidos pueden hacerlo. Y eso es porque tienen un gran motivo. Y también… —El patriarca buscó la complicidad de los niños.

—¡Un asta de carnero entre las piernas! —completaron los pequeños, a coro.

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