Adiós, Robinson y otras piezas breves

Julio Cortázar

Fragmento

Adiós, Robinson y otras piezas breves

Escena I
La plaza

Una plaza. En el centro hay una fuente con un pequeño surtidor. A un lado, una mesita y una silla. La plaza (más bien una plazoleta provinciana y tranquila) es circular. El hemiciclo del fondo está formado por tres edificios separados por dos callejones que desembocan en la plaza a modo de radios de rueda. Los edificios, de dos pisos, tienen las puertas y ventanas usuales al frente. El de la izquierda muestra una ventana baja, al lado de la puerta. Por su cornisa y su aspecto general, esta ventana dará la impresión de un cuadro colgado. Es de noche. Nélida entra por izquierda. Es joven, viste de claro.

NÉLIDA: —Después de todo son apenas las diez y media. En algunos lugares de la tierra están jugando a la pelota, están tomando el desayuno en tazas de cerámica verde. Me parece verlos, en algún lugar de la tierra, tomando las tazas con delicadeza, subiéndolas por el aire hasta la boca, bebiendo líquidos perfumados con ligeras inclinaciones de cabeza, con frases rituales. Los chinos, los yugoeslavos, los pequeños matabelés y las redondas señoras de Ciudad Trujillo.

En fin, pero aquí no ocurre nada, esta plaza es un perro enroscado que sueña y se agita y se lo siente sollozar como un viento pequeñito pero violento que le cruzara el cuerpo hasta la boca...

(Moja los dedos en la fuente.)

Es la plaza perfecta para los monólogos, antes que llegue la gente. (Se mira los dedos goteando.) Una mañana que volvíamos de juntar caracoles, Remo dijo que el agua era la blanda imagen de mi nombre, jugó un rato con mi nombre.

Nélida arriba abajo.

Nélida nubecita, girasol, perinola,

y el agua, esta agua que me llena los dedos de espesos anillos. (Salpica el aire, sonriendo absorta.) Andá, mojá la noche, andate con ella que pasa juntando cosas. Chicoteale la cara, bendecila con esos deditos fríos y deshechos. (Se aparta de la fuente, mirándola, hasta quedar de espaldas al proscenio. Pausa. Nélida se da vuelta hacia el público, pero no habla para él sino que parece otear el aire de la sala.) ¿Por qué tantas caras ahí detrás de las paredes, escuchando en las puertas, enmascaradas en las cortinas? ¿No te duele esa sorda conjura, no preferirías volver a tu cama, a tu partida de ajedrez, a tu bicarbonato? Ahí cerca, creo que en la otra cuadra, tocaban dos cuartetos de Mozart, un músico alemán. Música clásica. ¿Por qué no fuiste? (Salmodiando.) Nélida arriba, abajo, Nélida nubecita, girasol, perinola... (girando para abarcar la entera plaza). Es muy hermoso decir números, decir veintidós, decir la mitad de ciento veinte, estarse en la biblioteca haciendo larguísimas cuentas, sumas y restas, cada una con su prueba porque la prueba es tan importante, hay que ver lo importante que es la prueba. (Se pasa una mano por la cabeza, parece confundida y vacilante.) Qué cansancio, no comí nada, anduve tanto tanto, pero ésta (con claridad, lúcidamente) ésta es la plaza y aquí estoy y en esta plaza está el cuadro de manera que... (Se interrumpe al oír gritos que se hacen cada vez más fuertes. Por calle derecha entran cuatro marineros tirándose una gran pelota de goma blanca, como las que usan las focas y las playas.)

MARINERO 1º: —¡La plaza, la plaza!

MARINERO 2º: —No es más que una fuente y algunas casas.

MARINERO 1º: —Por eso es una plaza. (Le tira la pelota y el Marinero 2º la recibe y devuelve. Nélida se aparta y al ver la silla se sienta con aire modesto y algo rígido. Los Marineros la ven y cuchichean. Se acercan poco a poco a la fuente, y algunos beben.)

MARINERO 3º: —Esta agua tiene gusto a nieve.

MARINERO 4º: —No, es la nieve que tiene gusto a agua. El agua es primero.

MARINERO 3º:El agua es primero, pero la nieve le da gusto a aire. La nieve es el aire dentro del agua. (El Marinero 2º juega con la pelota. La abandona para beber, y la pelota va suavemente hasta los pies de Nélida. Los Marineros la ven y cuchichean.)

MARINERO 3º: —Para que no esté tan sola le regalamos esta luna.

MARINERO 1º: —Adentro tiene un pescado y muchísima naftalina, de manera que...

CORO DE MARINEROS: —... no le aconsejamos que la abra.

MARINERO 4º: —Nadie debe abrir las lunas. Adentro está el horror o la nada, y a veces perros o seres deformes que no esperaban ser descubiertos y acometen. La luna que le damos es solamente para mirarla, y también para jugar un poquito.

NÉLIDA (Con un gesto de gratitud, toca la pelota con el pie y la aleja levemente): —Remo decía que luna y azúcar se pegan a los dedos, como el pedacito justo de cada canción, ése que ya no se olvida por días, una lunita que mengua poco a poco pero vuelve, infatigable a bailar en la punta de la lengua. ¿Ustedes no saben olvidarse las canciones? Es realmente muy difícil olvidarse las canciones.

MARINERO 2º: —Qué bueno que es esto, llegar a una plaza, y una chica que no se enoja si le decimos cosas de borrachos, y sabe bastante sobre marineros y temas.

MARINERO 4º: —Y se sienta en su silla y se queda quieta mirándonos.

(Por la izquierda entra el Guardián, con llaves, linterna y un paquete de bombones, de los que come continuamente. Es viejo, pero camina con rapidez y un poco espasmódicamente.)

GUARDIÁN: —Buenas noches a todos y a la fuente.

TODOS: —Buenas noches, Guardián. (Se ve el surtidor que decrece un segundo, como una reverencia de agua, y sube otra vez.)

GUARDIÁN: —La noche será negra y blanca, como decía Gérard de Nerval.

MARINERO 4º: —La educación es siempre loable. Esta señorita (saludando a Nélida) sabe cosas sorprendentes sobre el satélite. Este señor (inclinándose ante el Guardián) nos abruma bajo el peso de su erudición. Y también...

GUARDIÁN (Interrumpiéndolo con una fuerza terrible): —¿Qué hace usted sentada en mi silla?

NÉLIDA (Se levanta sobresaltada): —Nada, solamente me había sentado. La silla

simplemente

estaba ahí

y entonces yo

me senté.

GUARDIÁN (Con infinita petulancia): —La silla es enteramente mía. (Pone los bombones sobre la mesa y elige uno.) Los que quieran pueden servirse. La noche dura hasta las cinco cincuenta y cinco, y después empieza ese trapo sucio también llamado madrugada.

NÉLIDA: —Es mejor que usted me haya desalojado de la silla. Ahora no tengo ningún pretexto para detenerme en un pedazo de ocio o de olvido. (Se aleja del Guardián y los marineros, que juegan a hacer flotar la pelota en la fuente, y empieza a recorrer la escena, pegada a las casas, tocando las paredes y examinando

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