Esperanza sin optimismo

Terry Eagleton

Fragmento

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adorno

PRÓLOGO

 

 

 

Alguien como yo, para quien la proverbial botella no solo está medio vacía sino que casi con seguridad contiene un líquido potencialmente letal y de sabor repugnante, quizá no sea el autor más apropiado para escribir sobre la esperanza. Están aquellos cuya filosofía es «come, bebe y alégrate, porque mañana moriremos» y aquellos, con los que siento más afinidad, cuya filosofía es «mañana moriremos». Una razón por la que he elegido escribir sobre este tema a pesar de esa angustiosa propensión es que ha sido curiosamente ignorado en una época que, en palabras de Raymond Williams, nos pone ante «el sentimiento de pérdida de un futuro»(1). Es posible que otra razón para evitar el tema sea el hecho de que quienes se aventuran a hablar de él están abocados a la insignificancia a la sombra de la monumental obra de Ernst Bloch El principio esperanza, que trataré en el capítulo 3. Tal vez no sea el texto más admirable en los anales del marxismo occidental, pero es, con diferencia, el más largo.

Se ha afirmado que los filósofos prácticamente han abandonado la esperanza. Un rápido vistazo al catálogo de cualquier biblioteca sugiere que han dejado vergonzosamente el tema a libros con títulos como Medio llena: cuarenta estimulantes historias de optimismo, esperanza y fe; Un poco de fe, esperanza y alegría, y (mi favorito) Los años de la esperanza: Cambridge, la administración colonial en los mares del Sur y el cricket, por no mencionar las numerosas biografías de Bob Hope[1]. Es una cuestión que parece atraer a todos los moralistas ingenuos y animadores espirituales del planeta. Así que no parece fuera de lugar una reflexión sobre el tema de alguien como yo, que no tiene un pasado en el cricket ni en la administración colonial, pero que está interesado en las implicaciones políticas, filosóficas y teológicas de la idea.

Este libro tiene su origen en las Page-Barbour Lectures que pronuncié en 2014 a invitación de la Universidad de Virginia. Estoy profundamente agradecido a todos aquellos que en Charlottesville me hicieron sentir bien recibido durante mi estancia allí, y especialmente a Jenny Geddes. Quiero expresar aquí mi especial gratitud a Chad Wellmon, que organizó mi visita con la mayor eficiencia y fue un anfitrión extraordinariamente amable y atento.

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