La posnormalidad

Miguel Wiñazki

Fragmento

BOTELLA AL MAR
Prefacio

¡Es todo tan extraño! El misterio es arrasador y es una luz, una puerta hacia la esperanza. Pero la angustia de siempre… No saber adónde vamos ni de dónde venimos. Somos ridículos. Nos creemos grandes cuando triunfamos, pero somos una molécula en el universo. A la vez, cada uno de nosotros es una infinitud interior. Y todo es tan raro. El mar está conectado con la luna, y suben y descienden las mareas. La Tierra gira, todo gira, y nosotros de aquí para allá haciendo trámites, naciendo y desfalleciendo, despidiendo a los que parten, masacrándonos mutuamente tantas veces, amándonos, amándote, matándonos. Nos separamos, nos unimos, sufrimos, brindamos, tememos, y además ahora la peste…

Una plaga, un diluvio universal, nos agravia, nos altera y nos ataca. Algo horrible que proviene de un murciélago nos desafía, y lo que era ya no es, y lo que viene no es lo que era, y estamos así, solos en el universo, desamparados, enfrentados a nuestras propias mentes. ¿Qué Dios detrás de Dios mueve las piezas, Borges? ¿Y si somos el perverso entretenimiento de un genio maligno, René, sentado allí solo frente al fuego? Contesten.

La filosofía tiene la palabra. Pero la filosofía es una escalera que nos deja en ninguna parte una vez que ascendimos. Wittgenstein, ¿por qué nos legaste tu genial escepticismo? De lo que no se puede hablar es mejor callarse. Hegel, padre, contesta. ¿Por qué me has abandonado? Estamos a la deriva. Náufragos del mundo. Es necesario navegar. La tempestad nos obliga a pensar.

Frente al paisaje de la enfermedad y de la muerte, todos filosofamos. Ante el sinsentido y la perplejidad, brota inevitable la pregunta. El apocalipsis aconteció muchas veces y obliga a una acción reflexiva, una toma de decisiones para sobrevivir haciendo propio lo pensado por aquellos que alguna vez se lanzaron a la búsqueda de un faro, de una luz.

Una marea viral lo atravesó todo. Fue una nada capaz de liquidarnos que nos puso a pensar, a resolver científicamente, políticamente, existencialmente. Pero la red viral, la política viral, la sociedad viral no mataron a la filosofía ni apagaron nuestras ganas de pensar, todo lo contrario: las refundaron. Retroviral, la filosofía ha resucitado de sus cenizas portando el farol de Diógenes, encendido necesariamente porque así lo requiere la oscuridad.

El farol ilumina, “aunque solo la sombra me alumbra”, como sintió Miguel Hernández. Esa luz es la brújula, el rayo que por un instante enciende el horizonte, la estrella que guía a los navegantes perdidos, que no se pierden si saben leer el mensaje de las estrellas.

La profundidad repele la vanidad de los doctos y atrae la sencillez de la docta ignorancia. Lo extraordinario de la profundidad es que resulta insondable por ser puro abismo. Y quien se abisma se eleva. Los hundidos pueden ser los salvados si alguna esperanza los sostiene.

La filosofía es un atreverse a los acantilados, pero también a los abismos, para ascender, sí, aunque no sin el riesgo constante de ese “paf, se acabó” que nos enseñó Julio Cortázar.

Esperar que el calvario concluya y que la ascendente senda hacia la altura estética y ética sea visible es instalar la filosofía en el corazón. No se filosofa salvo a partir de las lágrimas. No se trata de un juego mental, sino integral. Se filosofa con el cuerpo y con el alma. Vivir es filosofar.

Como Cosimo, el barón rampante de Italo Calvino, hay que abandonar la tierra, vivir en lo alto, ascender por las deidades arbóreas y desde esa distancia filosofar, buscar en las palabras el mensaje secreto que encubre la nueva vida cotidiana. Esa misiva lanzada como una botella al mar. Buscarla es filosofar.

Estamos desanidados. Acurrucados en las cavidades, huecos en los que viven ciertas criaturas, entre el alboroto del mundo que sigue andando, pero fuera del mundo. Dentro y fuera. Nada es normal, ni cuando era normal éramos normales. La posnormalidad será una nueva normalidad anormal.

Nos conocemos a nosotros mismos ante los límites y los peligros y nos reconocemos. Y reconocemos que estamos hechos para la muerte. El genio alado de la melancolía que dibujó Alberto Durero nos embarga y envuelve hasta atarnos y delirarnos, como quien agoniza abrazado en un chaleco de fuerza. Pero a la vez, y por un abracadabra que trasciende la razón, nos desatamos de pronto y comenzamos a volar, como en un globo aerostático que se eleva, pero que puede caer en cualquier momento, a merced del viento y del azar.

Escribir es un vuelo, alto y bajo, como un sendero que asciende y que desciende de la montaña. Es herir la corteza de los árboles para dejar una huella, unos signos que recuerden que estamos. La filosofía es un intento de tallar la madera. Quizás alguien desentrañe el mensaje.

APOCALYPSE NOW

Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar.

APOCALIPSIS 21:1-2

La devastación vivida o anunciada es tan antigua como la condición humana. Y cuando se oscurece el horizonte y pareciera que el fin del mundo se convierte en una posibilidad real, se contornean con mayor claridad todas las dimensiones de esa condición, las cuales se amplifican como en una gigantomaquia antropológica o vista a través de una lente de aumento universal. Todo se expande, desde la menor de las miserias hasta la máxima solidaridad, desde el más sutil egoísmo hasta el sacrificio en favor de los más necesitados. Se profundiza el fanatismo y también la búsqueda de libertad. Se potencia la soledad y también la añoranza de una interrelación profunda. Se yergue la soberbia y también la humildad, la arrogancia y la fragilidad, el oportunismo y la buena fe.

El diluvio universal define y redefine quién es quién y cómo actúa.

El clima apocalíptico escaló a su esplendor en el Medioevo. Bajo la hegemonía eclesial, pero a la vez embebida la existencia de supercherías y demonologías diversas, todo era pródigo en augurios y travesías salvíficas y utópicas. Se buscaba un espacio-tiempo al margen del sismo que haría desaparecer todo.

El escritor francés Marcel Schwob produjo en 1896 un texto muy raro y muy bello: La cruzada de los niños, el relato literario de un suceso que aparentemente tuvo lugar en 1212, cuando miles de chicos emprendieron desde Francia y Alem

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