Elogio del disenso

Diana Cohen Agrest

Fragmento

AQUILES Y LA TORTUGA
Presentación

Todos creemos tener razón. Lo advertimos en las discusiones cotidianas. En los sarcásticos intercambios en las redes. En los debates de peso. Pero raramente ofrecemos razones de por qué tenemos razón. Y nuestro debate concluye con un argumento ad hominem, que en honor a la igualdad de género hoy podríamos llamar ad personam, da igual, pues lo que importa es que se trata de una falacia en que damos por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento la identidad de su emisor. En lugar de debatir con argumentos racionales, defenestramos a nuestro enemigo de turno.

Sin embargo, cuando no sopesamos cuáles son las mejores razones que pueden ser alegadas en apoyo o en rechazo de determinada práctica, estamos a merced de los otros. Dado que desconocemos las razones, valoramos de modo falaz una idea según quién la emite o la aceptamos acríticamente. Y para salir airosos del brete, apelamos al lugar común de declarar solemnemente que hay que distinguir lo importante de lo urgente. Curiosamente, hoy lo importante suele coincidir con lo urgente, porque, mientras las innovaciones tecnológicas y sus aplicaciones prácticas corren como Aquiles, nuestra capacidad de “metabolizar” la creatividad humana suele caminar a paso de tortuga.

Si aspiramos a examinar los disensos que se entrecruzan en nuestro universo de sentido, nos será útil distinguir, con el filósofo británico Jonathan Dancy, dos tipos de razones que nos impulsan a actuar: cuando llamo a una razón “motivadora”, todo lo que estoy haciendo es recordar que el foco de mi atención se dirige a los motivos que me llevan a actuar de determinada manera. En cambio, cuando me refiero a razones “normativas”, lo que estoy haciendo es pensar si se trata de las mejores razones para actuar de la manera propuesta, razones que, a grandes rasgos, cuentan a favor de una acción o la justifican desde el punto de vista de un observador informado e imparcial.

Anticipándonos a uno de los dilemas a examinar, un médico puede aceptar o rechazar interrumpir un embarazo alegando sus creencias morales o religiosas (razón motivadora) o realizar la intervención porque respeta lo estipulado por la ley (razón normativa). Advertimos, entonces, que no siempre ambas razones coinciden: como agentes morales, nos encontramos a menudo en situaciones en las que no conocemos todos los hechos relevantes y, sin embargo, hacemos lo que es razonable o racional desde nuestra perspectiva.

Ilustrándolo con otro de los dilemas, por falta de información expulsamos de una comunidad virtual a un presunto traidor a nuestra causa sin razones válidas para hacerlo. No solo nos conducimos acríticamente en nuestras relaciones con los otros: aun cuando defendamos la causa del animalismo, no cuestionamos cómo se ensayan los fármacos que nos salvan la vida. O, por el contrario, cuestionamos la eficacia de las vacunas por nuestras creencias religiosas, pero admitimos la ingestión de anabólicos en el deporte porque, a nuestro juicio, ellos son parte de las reglas implícitas del juego. Podemos juzgar una práctica como la prostitución desde una mirada moral o desde un enfoque economicista. O aspiramos a cambiar la realidad a través del lenguaje. O bien no reconocemos cómo nos supeditamos a las leyes del mercado cada vez que cedemos graciosamente nuestros datos para acceder a un bien tan efímero como aleatorio como puede serlo un portal de internet.

Todas estas problemáticas, aunque tamizadas y potenciadas por la tecnología, existen desde siempre. Y desde siempre el ser humano a menudo suele aceptarlas acríticamente. Sin embargo, contamos con los debates académicos, que podemos trasladar desde su torre de marfil hasta nuestros disensos cotidianos. Ampliar nuestro horizonte conceptual no es una opción meramente privada. Es un deber cívico, en cuanto capacita al lego para participar activa y fundadamente de los genuinos disensos de la opinión pública, que, a su vez, según nuestro grado de compromiso y racionalidad de las propuestas, en el mejor de los casos se traducirán en leyes.

El sentido último de estas páginas, al fin de cuentas, es ser partícipes de la formación de la ciudadanía para intervenir en la construcción de la esfera pública. Pues las palabras no son inocuas y debemos aprender del disenso. Y, en nuestra condición de ciudadanos, incidir en las decisiones políticas que condicionan nuestras vidas.

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