Título original: Jane Eyre
Traducción: Nuria González Esteban
1.ª edición: octubre, 2016
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-556-2
Gracias por comprar este ebook.
Visita www.edicionesb.com para estar informado de novedades, noticias destacadas y próximos lanzamientos.
Síguenos en nuestras redes sociales
Diseño de portada e interior: Donagh I Matulich
Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
Capítulo XXXVII
Capítulo I
Aquel día no fue posible salir a dar un paseo. Por la mañana jugamos durante una hora entre los matorrales, pero después de comer (Mrs. Reed comía temprano cuando no tenía visitas), el frío viento invernal trajo unas nubes tan sombrías y una lluvia tan penetrante, que toda posibilidad de salir se disipó.
Yo me alegré. No me gustaban los paseos largos, sobre todo en aquellas tardes de invierno. Regresábamos de ellos al anochecer, y yo volvía siempre con los dedos agarrotados, con el corazón entristecido por los reproches de Bessie, la niñera, y humillada por la conciencia de mi inferioridad física respecto de Eliza, John y Georgiana Reed.
Los tres, Eliza, John y Georgiana, se agruparon en el salón en torno a su madre, reclinada en el sofá, junto al fuego. Rodeada de sus hijos (que en aquel instante no se peleaban ni hacían alboroto), mi tía parecía sentirse perfectamente feliz. A mí no me permitió unirme al grupo, diciendo:
—Lamento que tengas que estar apartada de nosotros, pero mientras Bessie y yo no hayamos comprobado que te muestras más sociab