Los sufrimientos del joven Werther (Los mejores clásicos)

Johann Wolfgang von Goethe

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Los sufrimientos del joven Werther, la primera novela epistolar de Goethe, sumamente breve en comparación con las creaciones en varios tomos de sus contemporáneos, no acepta una lectura imparcial hoy en día, más de doscientos años después de su publicación, en el otoño de 1774, en la feria de Leipzig, donde causó un gran revuelo. Quien empieza a leerla se empapa, de forma consciente o no, del aura de una historia de la literatura alimentada de leyendas, suposiciones y ambiciosas teorías académicas, un aura aún más inseparable del texto, del significado en apariencia puro de su discurso, de lo habitual. Es insuficiente defender como único factor responsable el hecho de que la historia del pobre Werther se revelara como un hito no ya solo durante la larga vida de su autor, sino también dentro del panorama literario universal. Mucho más determinante resulta que pocas novelas tienen una relación tan estrecha con el origen de la concepción del yo moderno y, por consiguiente, con un conjunto de experiencias que, debido a su conflictividad, a su compromiso —culturalmente condicionado— con las normas de la lengua, de la escritura y de la lectura, continúa siendo objeto de análisis en la actualidad.

En cualquier caso, ya la primera fase de recepción del Werther se puede interpretar como un indicio de cómo progresaría un debate iniciado de un modo tan explosivo. El público, más interesado, para gran disgusto de Goethe, en la trama y sus elementos autobiográficos que en el lado artístico, se dividió desde el principio en tres fracciones bien diferenciadas e irreconciliables. En representación del grupo que se había decidido por identificar sin reservas la obra con el movimiento Sturm und Drang, se hacía oír por ejemplo en la Deutsche Chronik, un órgano de los llamados liberales, a Christian Friedrich Daniel Schubart, que fue expulsado de su región para acabar al fin cumpliendo condena por agitador en la fortaleza de Hohenasperg:

Y ahí estoy yo, con el corazón derretido, con el pecho desbocado, manando de los ojos un dolor voluptuoso, y te pregunto, lector, ¿qué acabo de leer?, no, más bien de engullir. Los sufrimientos del joven Werther de mi querido Goethe. ¿Que debo escribir una crítica? Si pudiera, no tendría corazón.

Ni siquiera el joven Heinse, autor del posterior y tristemente célebre Ardinghello y las islas afortunadas y de otros textos sospechosos de ser incendiarios, podría superar esas palabras. «Quien haya sentido y sienta lo que sintió Werther —escribió Heinse— vería desaparecer sus pensamientos como neblina frente a una hoguera de San Juan si tuviera que demostrarlo. El corazón estalla y la cabeza entera se siente llorar.» Se celebraba a Werther como un héroe trágico, como un valedor incondicional de las reivindicaciones que circulaban en defensa de la naturaleza y los ideales de virtud relacionados con ella que aparecieron como consecuencia de la notable socialización que comenzaba a tener lugar a mediados del siglo XVIII. Era de esperar, por lo tanto, que los representantes de la Ilustración y de la Iglesia se sintieran amenazados. Estos apreciaron el peligro potencial de la obra e intentaron acabar con el fenómeno, bien poniendo la novela en ridículo, tomándola como el preludio de una secreta historia pequeñoburguesa, como hizo Nicolai, el sumo sacerdote de los círculos literarios berlineses, con su paródico Die Freuden des jungen Werthers;[1] o bien tachándola de peligrosa apología del suicidio e incluso de signo de una segunda Sodoma y Gomorra que solo la censura podía evitar, como procedió Johann Melchior Goeze, que logró la fama gracias al polémico panfleto de Lessing en su contra. Por el contrario, las palabras que no recibieron atención de prácticamente nadie en medio de toda esa conmoción fueron las de una tercera voz, la de Blankenburg, quien, después de publicar un tratado pionero sobre el género de la novela el mismo año de la aparición del Werther, fue uno de los pocos que se esforzaron en subrayar su cualidad estética. Así, Blankenburg no solo destacó el «tratamiento exquisito y poético» que aportaba a una trama de relativa simpleza la capacidad para alcanzar la verdad según las pautas de la poesía; ahondó también en la necesidad interior con la que Werther puso fin a su vida, y se convirtió por ello en fuente de inspiración para la interpretación patográfica de la novela, que llegaría a ser uno de los paradigmas hermenéuticos de la obra de más éxito en el siglo XX.

Este proceso fue tanto más significativo en cuanto que, inmediatamente después del movimiento historicista, inspirado en el nacionalismo del siglo XIX y, por razones obvias, de particular intensidad en torno a Goethe, el mundo académico inauguró de repente un escenario muy reñido pero compartido. El enfoque estaba dirigido a planteamientos basados en teorías sociológicas, que motivaban tanto a los admiradores como a los críticos del excéntrico héroe a evaluar de nuevo el «síndrome Werther» en relación con los idearios de Hegel y Marx sobre economía y evolución de la conciencia. Georg Lukács fue el primero: atribuyó al joven Goethe, además del «carácter popular de sus esfuerzos y sus aspiraciones» y de un marcado sentido para «lo plebeyo», el «genio poético» que le permitía comprender, a pesar de las barreras ideológicas, la «dialéctica real» del proceso histórico, así como no ya solo conservar, siguiendo los pasos de Rousseau, la herencia de la Ilustración, sino incluso establecer el «signo [...] de [una] rebelión».[2] Después de Lukács, esta rebelión —todavía pensada en términos burgueses e idealistas, pero integrable en la lucha de clases— se concentró en la consecución de una humanidad auténticamente socialista, por lo cual él —Lukács— no vaciló en ensalzar «todo el Werther [como] una confesión encendida del hombre nuevo», que, a través de un modo de vida fiel a sus principios, había ayudado a preparar el seísmo universal que ocurriría más tarde:

Del mismo modo que los héroes de la Revolución francesa fueron a la muerte llenos de ilusiones heroicas históricamente inevitables, irradiándolas heroicamente, así también Werther sucumbe trágicamente durante la aurora de esas ilusiones heroicas del humanismo, en vísperas de la Revolución francesa.

Como hoy se sabe, esta tesis surtió efecto; su pathos provocó una próspera actividad secundaria que duró varios años, aunque hubo quien la contradijo a la vista de estudios históricos concretos. Los argumentos remitían al dualismo entre mundo exterior e interior, a las antinomias de la sociedad burguesa, más reforzadas que deterioradas por el final suicida de Werther. No se podía hablar de potencial utópico, de emancipación, sino todo lo contrario:

El «torrente del genio» del que Werther habla con tanto énfasis no solo se pierde a través del orden social en la canalización (!) preventiva, sino que se agota ya en el seno de la genialidad antes de poder dar sus frutos. La autolimitación y autodestrucción del individuo en contradicción con la práctica vital burguesa se revela al fin como una variante particular de la «obediencia con sufrimiento» profesada por la filosofía moral burguesa. Con sus pretensiones de libertad subjetiva, Werther no solo pasa por alto las presiones sociales, sino que las reafirma a través de su impresionante historia de sufrimiento.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos