Emma (Los mejores clásicos)

Jane Austen

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Desde su aparición a finales de diciembre de 1815, Emma ha sido criticada por su falta de acción y elogiada por su ajustada descripción de la vida cotidiana.1 A Walter Scott, uno de sus primeros críticos, le pareció que la obra tenía «incluso menos argumento» que Sentido y sensibilidad o que Orgullo y prejuicio, pero aun así admiró el «conocimiento del mundo por parte de la autora, y el tacto característico con el que presenta a unos personajes que el lector reconoce de inmediato».2 Casi dos siglos después, actitudes parecidas se encuentran entre los lectores en general, que siguen deleitándose en la habilidad de Austen para crear personajes y situaciones verosímiles, y entre críticos de orientación histórica, que acuden a sus novelas en busca de información sobre el estilo de vida de la gente en el siglo XIX. Emma ha alimentado obras como A Jane Austen Household Book, de Peggy Hickman, en la que el orgullo del señor Woodhouse por el cerdo de Hartfield dio lugar a la publicación de una serie de libros sobre platos de carne del período de la Regencia, así como estudios más eruditos como el de Oliver MacDonagh, Jane Austen: Real and Imagined Worlds, en el que se toma a Highbury como modelo de «la organización social y las costumbres de las pequeñas ciudades y pueblos del sureste de Inglaterra durante las guerras napoleónicas».3

Esta clase de propuestas descubre un deseo persistente de los lectores de Emma por situar la novela en el «mundo real», lo que, a su vez, lleva a un estudio minucioso de cualquier detalle que pueda fijarla en un momento y un lugar específicos. No basta con que la novela sea más o menos contemporánea a la época de su creación (entre el 21 de enero de 1814 y el 29 de marzo de 1815); las referencias internas a acontecimientos tan reconocibles como la unión entre Gran Bretaña e Irlanda, la abolición de la esclavitud o la publicación de Irish Melodies, de Moore, han llevado a los especialistas a recorrer de 1800 a 1808, y hasta 1813, sin que los resultados hayan arrojado necesariamente mucha luz sobre la propia obra.4 También la geografía de Surrey ha atraído a generaciones de lectores deseosos de seguir los pasos del señor Elton o de Jane Fairfax, de explorar Box Hill o visitar la Crown. Como si descubrir la situación exacta y el plano de Highbury ayudara a explicar la novela, aunque el editor más distinguido de Austen, R. W. Chapman, admitiera hace algunos años que «las indicaciones no bastan para construir un mapa».5

Paradójicamente, es el propio tono evasivo de Emma el que ha propiciado estos decididos esfuerzos por establecer la autenticidad de ese retrato del Surrey de principios del siglo XIX; y a lo largo de las dos últimas décadas, se ha instaurado una tradición alternativa entre aquellos lectores que no están interesados en los detalles realistas del texto, sino en sus acertijos, anagramas y juegos de palabras.6 Si bien hay quienes todavía consideran la obra de Austen como una ventana al pasado, muchos críticos se muestran ahora dispuestos a aceptar la falta de resolución del texto, considerando las palabras del narrador (e incluso del señor Knightley) como parte de una serie de discursos enfrentados y enigmas lingüísticos, y no como indicadores de la intención de la autora.

Si los lectores del siglo XIX y principios del XX veían a Austen como una defensora de los valores morales del siglo XIX, en los últimos tiempos los críticos han insinuado que su obra es «subversiva», puesto que, como Joseph Litvak sostiene, Emma es «un circuito de ficción, interpretación y deseo potencialmente infinito».7 Tal vez en respuesta a la larga tradición de énfasis en el realismo de la obra, en la década de 1980 se desarrolló una tendencia a convertir Emma en una obra independiente de lugar, período o incluso autora, a considerarla un texto autónomo que debía ser tratado en sí mismo, sin tener en cuenta el contexto histórico de la obra ni las siempre inaccesibles opiniones de Jane Austen.8

Por supuesto, la dificultad reside en que ambos enfoques extraen buenos resultados de Emma, una obra en la que se provoca de forma continuada al lector con pistas realistas e ironías deliberadas. Un emplazamiento clave como Box Hill, por ejemplo, no presenta problema alguno para quienes están dispuestos a leer la novela como una historia social. Anne-Marie Edwards ha observado que Austen visitó a sus parientes, los Cook, en la rectoría de Great Bookham en junio de 1814, y opina que la experiencia contribuyó de manera directa a la obra que nos ocupa:

Había empezado a escribir Emma a principios de enero de ese mismo año. Tal vez fuera durante esa visita cuando decidió situar una de las escenas más importantes de la novela, el desastroso picnic en el que Emma es tan desagradable con la señorita Bates, en la cercana Box Hill. Este conocido lugar de excepcional belleza natural era entonces tan atractivo como lo sigue siendo ahora, y Jane debió de participar en una «excursión de exploración» (en palabras de la señora Elton) que le permitió admirar los precipicios sombreados por árboles y detenerse, como hace Emma, en la ladera que domina Dorking, para observar tranquilamente las hermosas vistas a sus pies.9

Sin embargo, el hecho de que Box Hill sea un lugar «real» y Jane Austen lo conociera no significa que su inclusión sea un recurso de verosimilitud, aunque puede ayudar a mantener la credibilidad del lector en la narración. Emma contiene nombres de lugares reales e imaginarios, pero los primeros pueden recordarse tanto por su significado metafórico secundario como por cualquier razón biográfica en particular (Richmond10 es sin duda un lugar apropiado para la señorita Churchill, mientras que Kingston11 resulta una parada apropiada para los patriotas ingleses Robert Martin y George Knightley). La propia colina de Box Hill12 ofrece múltiples posibilidades, ya que su nombre no solo remite a la pelea verbal y al daño que sufren allí los personajes de Austen, sino también a la sensación de claustrofobia —de estar encajonado— que se evoca de manera tan brillante, mientras el mismo grupo de gente se dispone a emprender otra frívola excursión. Si hay o no más referencias implícitas, por ejemplo en la escena en que se esconden detrás de la mata13 en Noche de reyes (que además contiene elementos de comedia bufa a partir de situaciones cargadas de bromas a costa de otros presentes), es debatible, porque cuando se empiezan a desvelar los constantes y traviesos juegos de palabras, todo parece posible, aunque sea por un instante.14

No son tan solo los nombres de los lugares los que parecen confundir lo real con lo metafórico. Weston, por ejemplo, es el apellido de una antigua familia de Surrey que aparece en la obra de Thomas Fuller The Worthies of England, de 1662, mientras que el nombre Randalls era el de una casa cercana a Leatherhead.15 También Knightley puede relacionarse con la historia de la región, ya que un Robert Knigthly se convirtió en representante de la Corona en Surrey en 1676, y el púlpito de la iglesia de Leatherhead fue restaurado por un tal señor Knightley en 1761.16 Sin embargo,

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