La casa que arde de noche / Par de reyes

Ricardo Garibay

Fragmento

Ricardo Garibay

EL FURIBUNDO GARIBAY

La segunda mitad del siglo XX mexicano no se entendería sin dos novelas que resultan indispensables para reflexionar sobre nuestro turbio presente: La casa que arde de noche y Par de reyes. Publicadas en 1971 y 1983 respectivamente, su inmersión profunda al México fronterizo, bronco, violento y en el caso de la segunda, ligado al contrabando de cocaína y licor en la década de 1940, anticipan lo que muchos años después sería piedra angular de la llamada “literatura fronteriza” y de su engendro, la “narcoliteratura”. Muy pocos escritores mexicanos han logrado tan amplio registro de los contrastes sociales, voces y personajes como Luis Spota (1925-1985) y el furibundo Ricardo Garibay, ambos desdeñados por el puritano status quo de las letras mexicanas de su tiempo. Garibay además padeció la falta de lectores, a diferencia del también prolífico y best­seller Spota, envidiado por sus desmesurados niveles de venta.

Nacido en Tulancingo, Hidalgo en 1923, y fallecido en Cuernavaca, Morelos en 1999 víctima del cáncer que también aquejó a su padre, Garibay es una rara avis de las letras mexicanas no sólo por su bien ganada fama de provocador irascible, sino por su profunda religiosidad atormentada y sobre todo en una beligerante soberbia que extrapoló en humildad a la hora de ejercer su oficio de escritor. Siempre dudó de los alcances de su obra, de su nitidez expresiva pese al oído privilegiado para recrear el habla vernácula. De entre los múltiples oficios que ejerció durante su juventud, aprovechó al máximo sus experiencias como inspector de burdeles, que muchos años después le daría el tono para escribir La casa que arde noche, llevada al cine por René Cardona Jr. en 1985. Después de ver esta pe­lícula uno puede entender los enfados y decepciones que Garibay se llevó de su paso como guionista de cine durante 33 años. Merecía un Sam Peckinpah.

Las profundas observaciones de Garibay sobre la idiosincrasia de sus compatriotas, a los que no dudó en exhibir en sus miserias, crueldad y atavismos, quedaron plasmadas en la reproducción fiel hasta el delirio de escenarios y diálogos. El conjunto de su voluminosa obra es algo así como una versión despiadada de “Los mexicanos vistos por sí mismos”, sin lugar a las complacencias y con un humor corrosivo expresado, insisto, en los diálogos y flujos de conciencia de personajes variopintos.

Muchos años antes de que emergieran como etiquetas mercantiles el “realismo duro” y la “autoficción”, Garibay ya se había desnudado como personaje y voz narrativa en su obra. Con el paso del tiempo la potencia de su egocentrismo creativo sitúa a Garibay como un escritor imprescindible y actual. Como charlista y conductor de programas de televisión tras su sinceridad rayana en el cinismo, provocadora siempre, por momentos histriónica, frontal e incendiaria, asomaba una bondad sincera digna de un escritor entregado a una férrea vocación que ponía en duda su fe.

En alguna ocasión el crítico Emmanuel Carballo expresó que a Garibay lo eclipsó la gloria de sus condiscípulos en el Centro Mexicano de Escritores entre 1952 y 1953: Juan José Arreola y Juan Rulfo. Sin duda esta afirmación es cierta pero a mi manera de ver, lo que contribuyó decididamente al encumbramiento de los condiscípulos de Garibay fue que aquellos se engranaron con el salto a la modernidad exotista que el gobierno mexicano de posguerra propagaba. Rulfo, al igual que el cine mexicano del Indio Fernández de la mano de la lente de Gabriel Figueroa y un elenco actoral de lujo, construyó la imagen de un país misterioso, lánguido, de sabiduría indígena ancestral estoica y heroica gracias a la Revolución, pero a la vez hospitalaria que resistía al fuete y la pistola dura del charro pendenciero y del desdén de la clase media urbana emergente. Garibay, como contraparte, fue el gran impugnador del “milagro mexicano”. Todo esto es una farsa, nos insiste con su prosa de oído depurado para serle fiel a la realidad circundante. El sistema literario y político del status quo conformó con vistas al exterior una identidad de lo mexicano irredento pero noble, a veces desmadroso, sin los vericuetos iracundos y certeros con los que Garibay describió los lastres nacionales desde su primer libro. Donde Rulfo encontró campesinos introspectivos, áridas regiones llenas de misterio a lontananza, magueyes mezcaleros y lenguaje poético, Garibay exploró a fondo la violencia, ignorancia, corrupción y atraso de todo un país. Arreola con sus arrebatos de genialidad optimista y afrancesada, enfant terrible y show man de las letras mexicanas, opacaría la prosa beligerante del escritor hidalguense afincada en la idiosincrasia voluble y explosiva del populacho que conoció a profundidad. Es curioso que Spota y Garibay, desacreditados por su cercanía con el poder político, hayan escrito muchas de las obras más críticas y punzantes sobre el país engendrado por el priato. Ante la obra brevísima e imprescindible de Rulfo y Arreola, Garibay respondió con más de sesenta libros de todos los géneros donde el yo autoral se manifiesta férreo, aguerrido y sonoro, lleno de sarcasmo, ironía y una visión despiadada de su entorno. La furia de Garibay se acrecentaría con los años al responder a las intrigas y grillas de los grupúsculos literarios. Por su contundente actualidad cito lo que escribió en una de sus colaboraciones en Proceso en los ya lejanos años ochenta del siglo XX: “Entre los ya muchos premios que se reparten, año con año ha de padecerse la envidia por el lejano galardón y la íntima sospecha de ser sensiblemente menos de lo que uno ha venido suponiendo. ¿Respiro por la herida? Ya no, que ya va resultando privilegio presentarse como el que no ha recibido este premio ni aquél ni el otro. La política internacional y los intereses de las camarillas locales han convertido los premios, desde el más alto hasta el más modesto, en cosas de no mucha consideración”.

Conocedor del boxeo, lo abordó como nadie en su estupenda crónica de largo aliento “Las glorias del gran Púas”, un tour de force entre dos fajadores natos con técnica y pegada donde los retruécanos verbales del legendario pugilista son elevados al nivel de gran literatura por el cronista de oído privilegiado. Sería difícil encontrar un escritor mexicano que haya aprovechado tanto la literatura para hablar de sí mismo a manera de expiación. Garibay fue el gran bocón soberbio a la Muhammad Alí, el más grande: un peso completo de las letras mexicanas que flotaba como mariposa y picaba como abeja.

Par de reyes tuvo su antecedente en La casa que arde de noche. La trama de ambas novelas tiene de fondo la ranchería El Chapúl. El paraje desolado cobra vida como un personaje más que redondea los retratos humanos. Incluidas en este tomo me obligan a mencionar el cine western de John Huston, Sergio Leone y Sam Peckinpah. Violentas, llevadas al paroxismo en escenarios fronterizos áridos y despiadados, La casa que arde de noche y Par de reyes son referen

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