Argentina. Mirando hacia dentro (Tomo 4)

Jorge Gelman

Fragmento

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A lo largo del periodo de 1930 a 1960, la relación de la Argentina con el resto del mundo aparece atravesada por una serie de cambios, en primer lugar, en el contexto internacional. Estas transformaciones, por su misma naturaleza, incidirán drásticamente en la República del Plata. En efecto, en las décadas que van desde la Gran Depresión a la Revolución Cubana se asiste al eclipse de la hegemonía británica y al surgimiento de la estadounidense, que desde la segunda mitad de los años cuarenta se desplegaría en el marco de la Guerra Fría. Este relevo en el liderazgo del mundo occidental vino también acompañado por un papel más fuerte de las definiciones ideológicas. Aunque fácilmente rastreable en etapas previas, fue sobre todo después de 1945 cuando la política exterior de un país latinoamericano pudo ser evaluada también en términos del tipo de ideas en las que presuntamente se inspiraba. De modo que los procesos ocurridos durante las tres décadas en las que el mundo occidental cambió de dueño, y muchas veces de requisitos para que un país fuera considerado parte de él, ciertamente impactaron en la Argentina. Todavía a principios de 1940, este país se enorgullecía de llevar una política exterior más identificada con Europa (y, particularmente, con Gran Bretaña); pero al menos desde 1943 sería sospechoso de simpatizar y hasta de poner en práctica un conjunto de ideas cercanas a las de las fuerzas del Eje, que no tardarían en ser derrotadas en la II Guerra Mundial por una alianza militar conducida por estadounidenses. Así, en un mundo que, después de la derrota de Hitler, pasó a ser dominado por Estados Unidos, la Argentina era identificada con el Viejo Continente y, en muchos casos, con lo menos atractivo de él.

Pero también hubo, en estas tres décadas, cambios en el contexto nacional. A partir de 1945, los gobiernos argentinos encontrarían dificultades crecientes para fijar una orientación diplomática internacional sin ponderar sus costos políticos internos. Por supuesto, esta situación no era enteramente nueva: ya durante los agitados años treinta, la sensibilidad que la opinión pública argentina manifestaba hacia cuestiones internacionales hacía que la Cancillería argentina manejara con cuidado la difusión pública de sus decisiones. Sin embargo, la peculiar evolución que la política argentina recorrió desde 1945 hizo imposible a cualquier gobierno adoptar posiciones internacionales despojadas de repercusiones políticas internas. Y, en particular, en lo que respecta a la relación diplomática con Estados Unidos: en el país en el que se acuñaría el eslogan «Braden o Perón» habría de ser difícil en extremo fijar una orientación diplomática que tuviera satisfechos, al mismo tiempo, a los dueños de los votos y a los dueños del mundo occidental.

Tres etapas pueden distinguirse en este periodo de treinta años. En la primera, que se extiende entre 1930 y 1940, la dirigencia argentina, aunque con alguna vacilación hacia el final del periodo, reafirma lo que había sido su línea básica anterior de política exterior: el mantenimiento y en algún caso el reforzamiento de sus vínculos económicos y comerciales con Europa —particularmente Gran Bretaña— y un perfil diplomático que, al estar alineado con el Viejo Continente, se recorta y distingue del resto de los países americanos. Por otra parte, es en estos años en los que va a comenzar a forjarse una nueva versión de la distancia de la Argentina respecto de Estados Unidos.

En la segunda etapa, entre 1940 y 1947, la política exterior argentina debió ajustarse a un nuevo contexto internacional, que aparece definido por condiciones económicas y político-ideológicas muy particulares. Entre las primeras, se cuentan dos: el final de la influencia económica británica en la Argentina y el aumento del ascendiente estadounidense. Este último fue sufrido por la república sudamericana tanto en razón del perjuicio que le provocó la protección que el Departamento de Estado brindaría a los británicos en su retirada del Plata como por la fuerte embestida económica que desplegará contra ella el país del norte. En lo que respecta a las condiciones político-ideológicas mencionadas, la neutralidad sostenida por la Argentina hasta casi el final de la II Guerra Mundial permitió crear una imagen de este país que fue utilizada para justificar una ofensiva diplomática muy potente por parte de Estados Unidos. A pesar de que el trazado de tal imagen y el embate diplomático se produjeron básicamente entre 1942 y 1945, sus consecuencias tendrían una proyección en el tiempo muy considerable: hasta el final del periodo que nos ocupa, la Argentina nunca dejará de ser vista con una suspicacia producto de la vigencia de aquella imagen forjada en la primera mitad de los años cuarenta. Por otro lado, el ataque diplomático estadounidense elevará, desde ese momento, los costos políticos internos de la gestión de política exterior llevada a cabo por cualquier gobierno argentino. Las nuevas condiciones del contexto internacional convergieron para producir lo que fue la consecuencia principal que sobre la Argentina tuvo el ascenso de Estados Unidos al liderazgo del mundo occidental: su aislamiento y debilidad internacionales.

Durante la tercera etapa, entre 1947 y 1960, la Argentina buscó reintegrarse al mundo intentando abrir nuevos mercados y reconociendo la hegemonía económica, financiera y militar estadounidense. En esos años, dominados por la Guerra Fría que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética, el alineamiento argentino con la primera de estas potencias le reportará algunos beneficios significativos (como el ser aceptada dentro de las Naciones Unidas semanas después de ingresar formalmente a la guerra contra lo que quedaba del Eje); sin embargo, en este periodo la Argentina descubrió cuán dificultosa sería esta búsqueda de reinserción para un país que externamente estaba todavía asociado a la imagen que de él se forjara durante la II Guerra Mundial y que, cuando se proponía torcer esa percepción en el exterior y romper el aislamiento, no podía hacerlo sin poner en riesgo su estabilidad política interna. Esos factores contribuyeron a alimentar una debilidad que, al cerrarse el periodo, en 1960, no podía disimularse.

Primer periodo: la Argentina en el mundo (1930-1942)

A comienzos de la década de 1930, y como resultado de las nuevas condiciones económicas impuestas por la depresión que se inició con el crack bursátil de octubre de 1929, los elencos dirigentes argentinos tomaron la decisión de estrechar sus vínculos comerciales, financieros y políticos con los países europeos en general, pero muy en particular con Gran Bretaña. Para la jerarquía de la diplomacia argentina, la decisión pareció sensata: los múltiples lazos que unían a la Argentina con el Viejo Continente —y señaladamente con los británicos— no sólo habían ofrecido beneficios importantes cuando se produjo la incorporación del país al mercado internacional a fines del siglo XIX, sino también parecían constituir la única opción posible cuando este mercado se estaba reconfigurando y tendía en lo c

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