Qué tenían puesto

Daniel Balmaceda

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

A Silvia, Sofía y Pancho Balmaceda

INTRODUCCIÓN

En la etapa final de la escritura de este libro, cuando era tiempo de revisar el texto y reacomodar los capítulos, con mi hija Sofía tuvimos la oportunidad de visitar un museo de Bellas Artes de otro país. Inventamos un juego: establecer los años en que se hicieron los retratos que veíamos, a partir de la ropa y el peinado.

La conclusión —más allá de los aciertos que le ganaron a los desaciertos— fue muy positiva. Sin duda, la investigación y escritura de Qué tenían puesto me dio herramientas para comprender mejor algunas escenas de la historia.

Sin embargo, sería un error suponer que la finalidad de este libro es permitirnos ubicar en el tiempo las levitas, los vestidos imperio, los peinetones, el frac, el polisón, la cloche y la minifalda. Lo más atractivo resulta ver de qué manera determinados acontecimientos históricos han tenido influencia directa en el vestuario en cada tiempo.

Hace unos cuatrocientos mil años, el Homo Sapiens abandonó la desnudez y se colocó una piel encima, como abrigo. Las agujas de coser más antiguas que se conocen pertenecen a la Edad de Piedra y fueron hechas a partir de huesos y marfiles. Aparecieron también los zapatos, concebidos como una protección de los pies. Luego, alrededor del 6500 a.C., surgieron los tejidos.

La evolución del vestuario continúa plagada de escalas fascinantes. ¡Qué enorme cambio habrá significado la utilización de botones a partir del 3000 a.C.! ¡Cuántas aventuras habrá detrás de la invención de un género!

Honoré de Balzac, en su Tratado de la vida elegante, publicado en 1830, afirmaba que la ropa era la expresión misma de la sociedad. Y agregaba que quien “quisiera investigar la indumentaria de un pueblo en cada época, conseguirá hacer la historia más pintoresca y más nacionalmente verdadera”. Profundizando este concepto, escribió:

Explicar la larga cabellera de los francos, la tonsura de los monjes, los cabellos rasurados de los siervos de la gleba, las pelucas de Popocambou, los coloretes de los aristócratas y los peinados Titus de 1790, ¿no equivale a contar las principales revoluciones de Francia?

Balzac estaba convencido de que el conocimiento de la moda era fundamental para la comprensión de la historia. Fuimos entendiéndolo a medida que avanzábamos con el libro. Veremos desfilar por sus páginas las calzas de Belgrano, el uniforme de los granaderos, el vestido federal de Manuelita, los lánguidos modelos de Alfonsina, el chambergo de Mitre, los ponchos de San Martín, la boina radical, el frac de Quiroga, los anteojos de Victoria Ocampo, el traje de baño de Marcelo T. de Alvear y los escandalosos pantalones de Lola Mora. También estarán presentes Roca, Quintana, Sáenz Peña, Gardel, Eva Perón, Esteban Echeverría, Arturo Illia y Alfredo Palacios. Abordaremos la llegada de los peinetones, el traje marinero, los guardapolvos blancos, los ponchos salteños, el jean, la minifalda y el bikini. También vamos a ocuparnos del chiripá, la bombacha gaucha, la bota de potro y las alpargatas. Además de sombreros, abrigos, chalecos y bastones. En cuanto a los peinados, también hay mucho que contar.

Textos periodísticos de diversas épocas ayudarán a comprender el contexto en que fueron generándose cambios en el vestuario de los argentinos. Asimismo, una serie de imágenes se incluyen con el fin de ayudar al lector a visualizar ciertos aspectos evidentes de la moda.

Párrafo aparte para Pancho Balmaceda, quien —buscando unificar estilos— trabajó con las imágenes que pertenecen al Archivo General de la Nación, al Museo Histórico Nacional, al Museo de la Ciudad de Buenos Aires, al Archivo del diario La Nación y, en el caso del granadero, a la colección privada de Julio Luqui Lagleyze.

La revisión exhaustiva de retratos, daguerrotipos y fotos de todas las épocas nos ha permitido establecer ciertas afinidades que no tienen por qué ser generalizadas: cada cual tendrá sus gustos. En particular, me pareció que los años veinte son el destino al cual quisiera que me llevara la máquina del tiempo, para admirar la elegancia y el desenfado de la época. De todos modos, cabe preguntarse si los gustos son tan dispares. La Ley de Laver, formulada por el historiador del arte James Laver en 1937, fijó un esquema de calificaciones que hacemos de la ropa, antes de su tiempo y después. Su conclusión fue la siguiente:

Diez años antes de su tiempo: Indecente.

Cinco años antes: Desvergonzada.

Un año antes: Atrevida.

Un año después: Pasada.

Diez años después: Horrorosa.

Veinte años después: Ridícula.

Treinta años después: Graciosa.

Cincuenta años después: Pintoresca.

Setenta años después: Encantadora.

Cien años después: Romántica.

Ciento cincuenta años después: Preciosa.

Qué tenían puesto nos habla de lejanas y recientes, tan diversas y ricas en materia de modas. Espero haber logrado transmitir los resultados de la fascinante búsqueda en los documentos, la bibliografía y los medios periodísticos, complementados co

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