Belgrano. El gran patriota argentino

Daniel Balmaceda

Fragmento

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A Silvia, Sofía y Pancho Balmaceda

INTRODUCCIÓN

Cada vez que me toca pasar por la avenida Belgrano, a la altura del convento de Santo Domingo, no puedo evitar girar la vista hacia el mausoleo de Manuel Belgrano y sonreír. Confieso que muchas veces lo saludo o le expreso mi admiración. Esta actitud atenta contra la objetividad de este libro. De todos modos, traté de abordar el conocimiento en torno a Belgrano sin obviar aspectos polémicos, por más que la balanza siempre se inclina hacia los valores que difundió en vida. Al calificarlo de prócer, creo que es necesario aclarar que en nuestra historia tenemos muchos héroes y personalidades destacadas. Próceres, muy pocos.

Los hitos históricos que lo tuvieron como protagonista son más de los que solemos reconocer: su obsesión por la educación y por el desarrollo del campo; su desenvolvimiento durante la Semana de Mayo de 1810; la decisión que sorprendió a camaradas y enemigos en Tacuarí; el acto de valentía admirable en Vilcapugio; su intervención emotiva y determinante en la Declaración de la Independencia. ¿Imaginaba a Belgrano desafiando a quien no rendía el dinero público como correspondía?

Los aspectos personales, su modo de vestir, sus relaciones amorosas y sus hijos tienen un lugar especial en este trabajo porque hay una serie de precisiones que modifican lo que venía diciéndose hasta ahora.

Abordamos, por otra parte, la etapa de sus estudios que parece ocultar ciertas anomalías y las dificultades que le provocó la sífilis durante su labor cotidiana como funcionario del virreinato.

La actividad militar de Belgrano es apasionante y digna de ser conocida en mayor profundidad. Sus problemas con Manuel Dorrego y Martín Miguel de Güemes, su amistad con José de San Martín y su estrecha relación con Bernardino Rivadavia, Mariano Moreno y Juan José Castelli nos ayudan a comprender más el contexto en el que le tocó desempeñarse.

Vivió endeudado porque rechazaba premios y renunciaba a sueldos. Poco antes de morir le reclamaba hasta unas sillas que le había prestado a Cornelio Saavedra. Pero la mayor deuda con él es la que tenemos nosotros.

Necesitamos rescatar sus valores. El culto que hizo del bien común por encima de sus necesidades personales. El deseo de mejorarle la vida al prójimo. Sin dudas, esa fue su principal batalla.

Tenemos bastante que aprender de Belgrano. Y, a la vez, mucho que agradecerle. Conocerlo y tratar de interpretarlo es una forma de hacer justicia con el gran patriota.

1
LOS PRIMEROS AÑOS

GÉNOVA - CÁDIZ - BUENOS AIRES

Uno genovés, el otro veneciano. Domenico Francesco María Cayetano Belgrano y Angelo Castelli ya se conocían en 1758. Sin embargo, la falta de información nos impide saber si llegaron juntos a Buenos Aires. Sabemos que los dos se embarcaron en Cádiz y que el navío que trajo a Castelli naufragó en las costas de Maldonado, en la Banda Oriental del Río de la Plata. ¿Habrá viajado Domenico, con unos veinte años, en ese mismo barco? ¿Se habrán conocido en Cádiz? Faltan piezas para reconstruir mejor la relación de estos dos hombres, pero sabemos con certeza que, en la Buenos Aires de 1758, el boticario Castelli y el comerciante Belgrano Peri tenían buen trato y terminarían emparentados.

Domenico (26 años) y María Josefa González Casero (15, porteña de familia patricia oriunda de Santiago del Estero) consagraron su matrimonio el 4 de noviembre de 1757 en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, ubicada en las actuales Reconquista y Perón.

Al año siguiente, el matrimonio celebró la llegada de una niña, a la que llamaron María Florencia. El padrino de bautismo de la primogénita de Domingo Belgrano fue precisamente don Ángel Castelli, mientras que la madrina fue Gregoria González.

Cinco años después, en 1763, Castelli, el padrino, se casó con una hija de la madrina Gregoria. Las mujeres de Belgrano y Castelli eran primas.

Domenico había forjado una buena posición dedicándose al comercio y a la provisión de pulperías. Por lo tanto, aunque los Belgrano no integraban el núcleo más tradicional, formaban parte del pequeño grupo acomodado de la ciudad.

La familia siguió creciendo a medida que fueron naciendo los otros hijos: Carlos José (1761), José Gregorio (1762), María Josefa Juana (1764), Bernardo José Félix Servando (1765), María Josefa Anastasia (1767), Domingo José Estanislao (1768) y Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, el 3 de junio de

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