Sangre de capitán (Vampiratas 3)

Justin Somper

Fragmento

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1

La cofa —¡Venga, Connor! ¡Puedes hacerlo!
—¡Venga, compañero! ¡Sigue subiendo!

Connor Tempest hizo una mueca. Se notaba las piernas tan pesadas como el plomo y, al mismo tiempo, tan incontrolables como la gelatina. Era un error haberse detenido a mitad de camino. Con lo bien que lo estaba haciendo. Quería vencer aquel miedo. Ya era hora. Ya hacía tiempo que lo era. Pero el miedo anidaba muy dentro de él, pesado e inamovible como un ancla atrapada bajo una roca.

Quería mirar abajo. Se esforzó por mantener la cabeza recta, sabiendo que ceder a su impulso era lo peor que podía hacer. Parecía que una fuerza magnética lo estuviera induciendo a mirar hacia la cubierta, a muchos metros —¡a demasiados metros!— por debajo de él. Y más abajo aún, hacia el mar sin fondo que rodeaba al Diablo. Cuando uno se paraba a pensarlo —y no habría que pararse a pensarlo nunca—, era un desnivel impresionante.

—¡No mires abajo! —La voz de Cate cortó el aire, fuerte y firme. Ojalá pudiera él estar tan seguro de sí mismo como siempre parecía estarlo la segunda de a bordo.

—¡Venga, muchacho! —le gritó el capitán Wrathe—. ¡Te has enfrentado a peores enemigos que unos cuantos metros de altura!

Desde luego, en eso tenía razón, pensó Connor, rememorando todos los momentos difíciles de aquellos últimos tres meses. El funeral de su padre. Estar a punto de morir ahogado antes de que Cheng Li lo rescatara. Su separación de Grace. La muerte de su querido compañero Jez. El modo como lo habían traicionado Cheng Li, el comodoro Kuo y Jacoby Blunt. La funesta noche en que había encabezado el ataque contra Sidorio y Jez… no, Jez no, sino la cosa en que se había convertido. El recuerdo de aquella noche ardía en él como una hoguera, tan candente como las antorchas que había mandado arrojar a la cubierta del otro barco. Tan arrollador como las llamas que se habían tragado a su amigo… a la reminiscencia de lo que fue…

—¡Venga, Connor!
¡Era Grace! Pese a haber regresado al barco de los vampiratas, era su voz, más clara que el agua. Oírla le dio el empujón que necesitaba. Después de todo lo que habían pasado juntos, él ya no podía dejarse vencer por aquel último miedo que le quedaba. Aquel ridículo miedo a las alturas.

Con cuidado, separó la mano derecha del obenque. Tenía la palma enrojecida y despellejada, con la marca de la cuerda profundamente grabada en la piel. Advirtió con cuánta fuerza se había estado agarrando. Sonó la campana del barco. La sorpresa lo desestabilizó momentáneamente, pero solo era la campana que anunciaba el cambio de turno. Recobró el equilibrio. Era ahora o nunca. Se agarró al siguiente tramo de cuerda y respiró hondo.

No miró abajo. Tampoco miró arriba. Se limitó a mantener los ojos fijos en sus manos y en los tramos de cuerda. Cada tramo era igual que el anterior: una ventana cuadrada que enmarcaba un pedazo de cielo. Si se concentraba únicamente en eso, parecía que ni siquiera estuviera subiendo.

De pronto, reparó en que las piernas habían dejado de temblarle. Ahora, se movían sin vacilar, buscando el próximo asidero, hallando su ritmo. La respiración también se le había serenado. Se notaba tranquilo. Estaba haciéndolo. Venciendo el miedo. Se sentía bien. Muy bien.

Se enfrascó tanto en sus movimientos que no fue consciente de haber llegado a su objetivo hasta oír ovaciones en cubierta. Miró arriba y su mano no tocó cuerda sino la madera de la cofa. Lo único que le quedaba por hacer era encaramarse a ella.

De pronto, sintió frío. No había forma de ignorar la sensación de estar tan por encima de la cubierta. Sin arnés que lo protegiera. Era una locura estar allá arriba. A merced de las olas que rugían muy por debajo de él. Una vez más, un miedo glacial le atenazó las entrañas. Apretó los dientes, esperando a que pasara. El miedo se resistía a abandonarlo, pero él no estaba dispuesto a dejarse vencer. No ahora.

Tenía una buena razón para estar allá arriba. Alguien debía ocupar la cofa, vigilar y advertir cuanto antes de un ataque, ¡o de una oportunidad para atacar! Allá arriba se subía para proteger a los compañeros. Y, desde su regreso al Diablo hacía tres meses, aquellas personas se habían convertido en más que compañeros. Bart, Cate y el capitán Wrathe eran su nueva familia. Jamás habían sustituido a Grace, por supuesto, pero su hermana había tenido que emprender su propio viaje. Aparte de ella, todas las personas que le importaban en este mundo se hallaban a bordo de aquel barco. Visto de esa forma, era totalmente lógico estar allá arriba, en condiciones de protegerlos. Sin esfuerzo, se encaramó a la cofa.

Cuando puso los pies en la plataforma de madera, oyó más ovaciones en cubierta. Ahora, la tentación de mirar abajo era fuerte. Combatiéndola, miró al frente. En lo que le alcanzaba la vista, solo había océano, azul, reluciente, interminable. Su nuevo hogar.

A lo lejos, divisó la silueta de un barco, perfilada contra el sol poniente. Sujeto a la cofa había un pequeño catalejo. Connor lo cogió y oteó el horizonte. Tardó un momento en localizar el barco, pero enseguida lo tuvo en su punto de mira. Era un galeón, no muy distinto del Diablo. Un barco pirata, quizá. Acercó más la imagen y alzó el catalejo para ver mejor la bandera. ¡Sí, otro barco pirata, seguro! Parecía estar bordeando la bahía, la bahía que Connor veía curvándose a lo lejos por detrás del navío. Sonrió. Sabía dónde iba exactamente aquel barco. Al bar favorito de todo pirata: la taberna de Ma Kettle.

Cuando dejó el catalejo en su sitio, un pajarillo se posó en la cofa. Por su cola bifurcada, Connor supo que era un charrán sombrío. El animal lo miró brevemente antes de desplegar las alas y alzar de nuevo el vuelo, encumbrándose en el cielo azul. Connor lo siguió con la mirada hasta verlo perder su característica silueta, convertirse en una mota negra y, por último, desaparecer por completo. Sonrió para sus adentros. «Ese es mi miedo —pensó—. Ahora ya no está.» —¡Bien hecho, compañero! —Bart le chocó esos cinco cuando él saltó a cubierta desde un metro de altura.

—Impresionante —dijo el pirata que estaba a su lado. —Gracias, González.
—No, lo digo en serio —respondió el pirata—. ¡Media hora para subir y treinta segundos para bajar! —Sonrió con aire burlón.

Connor movió la cabeza, fingiendo disgusto. Conocía a Brenden González únicamente desde la muerte de Jez. González jamás podría ocupar el lugar de Jez, pero tenía su mismo sentido irónico del humor.

—¡Estoy muy orgullosa de ti! —dijo Cate, acercándose a él y abrazándolo, algo inusitado en ella—. Sé lo difícil que ha sido para ti —le susurró al oído.

—¡Excelente! —dijo el capitán Wrathe, sonriéndole de oreja a oreja. Scrimshaw, su serpiente, estaba enroscada alrededor de su muñeca e incluso ella parecía estar mirando a Connor con admiración.

—Bueno, venid todos —gritó el capitán Wrathe—. A mí me parece que el logro del señor Tempest bien se merece una celebración, ¿no creéis?

En toda la cubierta, se oyó un coro de voces gritando:
—¡Sí, capitán!

Una vez más, Connor tuvo la sensación de pertenecer a una inmensa familia de marineros.

—¡Esta noche, haremos una visita a la taberna de Ma Kettle! —gritó el capitán Wrathe.

Hubo más ovaciones. Ba

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