The creature department. La fábrica de inventos tras la penúltima puerta del final del pasillo

Robert Paul Weston

Fragmento

Capítulo 1

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CAPÍTULO 1

En el que Elliot no quiere ir al Instituto Gourmet, y a Leslie le gustaría estar en París

Elliot von Doppler, ¡baja aquí ahora mismo o te juro que te hiervo en una sopa y se la sirvo a tu padre!

Elliot se cubrió la cabeza con las sábanas. Aquel ultimátum de la sopa era la tercera amenaza similar en los últimos cinco minutos (su madre también le había prometido que saltearía uno de sus riñones en la sartén y que le cortaría los dedos y los metería en conserva de vinagre).

Por supuesto, es importante hacer hincapié en que los padres de Elliot von Doppler nunca se habían comido a nadie, ni tampoco tenían intención de hacerlo. No eran caníbales. Eran críticos gastronómicos.

Peter y Marjory von Doppler eran los responsables de la sección de gastronomía de El Cornetín de Bickelburgo. Escribían juntos una columna diaria titulada “Híncale el diente”, en la que ofrecían sus opiniones sobre los restaurantes locales. Algunas veces llegaban a hacerse viajes de degustación gastronómica por todo el país e incluso por el mundo. En resumen, tenían la alta cocina metida en la cabeza (hasta cuando estaban intentando sacar a su hijo de la cama por la mañana).

—No estoy bromeando, Elliot. ¡Ya sabes cómo le gusta a tu padre una buena sopa de verduras!

Elliot soltó un gruñido.

—Voy a contar hasta tres, jovencito. Después, subo a tu cuarto a meterte enterito en salsa holandesa.

(No hay de qué preocuparse, la madre de Elliot jamás haría tal cosa. Es más, ni siquiera sabe cómo preparar una salsa holandesa: a pesar de su trabajo, los padres de Elliot son unos cocineros horribles.)

—¡Uno!

Elliot rodó por la cama, se levantó y se vistió. Se puso un pantalón corto y una camiseta, y lo aderezó todo, como siempre, con un chaleco de pesca de color verde chillón.

—¡Dos!

Elliot alargó la mano para coger su posesión más valiosa: un lápiz eléctrico DENKi-3000 original con mirilla telescópica retráctil. Había sido un regalo de su tío Archie, todo un objeto de coleccionista. El lápiz eléctrico era el primer producto DENKi-3000 que se fabricó.

—¡TRES! Se acabó, muchachito. Ahora mismo mando para allá a tu padre con la prensa de ajos.

—¡Ya voy! —contestó Elliot a voces. Descendió con sigilo las escaleras hasta la cocina y vio el desayuno sobre la mesa: tomates hervidos y aguados con rebanadas chamuscadas de pan.

—Hemos dedicado mucho tiempo a la preparación de este desayuno —le informó su padre, que presidía la mesa con la edición matinal de El Cornetín de Bickelburgo en las manos—. Así que no quiero oír ni una sola queja.

—Toma asiento —dijo la madre de Elliot, que lo miraba con mucha atención—. Cuéntanos qué te parece.

Elliot hizo todo cuanto pudo para humedecer con el jugo de los tomates las ennegrecidas rebanadas de pan y más duras que una piedra. No sirvió de nada.

Estaba a medio tomarse (más bien obligándose a tragar) el desayuno cuando se fijó en que había un sobre en el centro de la mesa.

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Llevaba su nombre escrito.

—¿Qué es eso?

—Tu tío pasó por aquí de camino al trabajo esta mañana —le contó su madre.

—¿Qué? ¿Estuvo aquí? —Elliot estaba perplejo.

Su madre asintió a regañadientes.

—Desaparece durante semanas enteras, como siempre, y luego, ¡puf!, se presenta aquí a buscarte.

—¿A mí? —ahora sí que estaba perplejo.

El tío Archie prácticamente vivía en la sede central de DENKi-3000. Los inusuales edificios de la compañía se encontraban justo en la otra punta del parque de Bickelburgo, pero el tío Archie nunca “se pasaba” por allí, para nada. Era famoso por perderse los cumpleaños, las Navidades, los partidos de futbol… lo habitual.

—¿Y por qué no me despertaste?

—Ya me cuesta bastante levantarte a la hora normal. Qué más da, te dejó esa nota.

Elliot dejó (encantado) su desayuno y rasgó el sobre para abrirlo. Contenía una breve nota manuscrita a toda prisa.

Querido Elliot:

Hace años que me pides que te lleve
a dar un paseo por la compañía,
pero siempre he estado muy ocupado.
Sin embargo, tal y como van las cosas,
he decidido que ha llegado el momento.
¿Por qué no vienes hoy y te enseño todo esto?

Atentamente,

El tío Archie

P. D. Será mejor que te traigas también a tu
amiga Leslie.

Elliot se quedó mirando la nota con los ojos entrecerrados y la boca abierta de par en par.

—¿Qué dice? —le preguntó su padre.

—El tío Archie quiere enseñarme su empresa… hoy.

—¿Y eso no debería alegrarte? —le preguntó su madre, que tal vez notó la expresión de asombro.

—Sí, claro, pero…

—Pero ¿qué?

—Pero ¿quién es Leslie?

—No sé muy bien si te entiendo —le dijo su madre.

—Mira —dijo Elliot señalando al final de la carta—. Dice “Posdata: será mejor que te traigas también a tu amiga Leslie”.

—Qué amable por su parte invitarla a ella también —dijo su padre desde detrás de su periódico.

—Pero es que yo no tengo ninguna amiga que se llame Leslie —no quería admitirlo, pero no es que tuviese muchos amigos que digamos (si es que tenía alguno).

—Espera —dijo su madre—. ¿No se llama así la chica del concurso de ciencias?

—¿Leslie Fang?

—Pues claro —dijo su madre—. Debe de estar refiriéndose a ella.

—No puede ser —replicó Elliot, que apenas conocía a Leslie Fang. Había llegado recién al colegio tan sólo dos meses antes de las vacaciones de verano, de manera que nadie había tenido tiempo suficiente para hacerse amigo de la chica—. ¿Por qué iba a querer que la llevase conmigo? Ni siquiera vamos a la misma clase.

Y era cierto. El único motivo por el cual Elliot conocía a Leslie era que habían empatado en el tercer puesto del Concurso de Proyectos de Ciencias de la Ciudad de Bickelburgo (ambos habían diseñado un cohete en miniatura casi idéntico, algo un tanto bochornoso aunque acabes empatando en el tercer lugar).

Su madre se quedó pensando en aquella cuestión por un instante.

—Suelo ver a esa niña cuando voy a trabajar, ahí, sentada a solas en el parque

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