El guardián de las tormentas 1 - El guardián de las tormentas

Catherine Doyle

Fragmento

Índice

Índice

DEDICATORIA

PRÓLOGO

CAPÍTULO 1. LA ISLA DURMIENTE

CAPÍTULO 2. LA CASA DEL CERERO

CAPÍTULO 3. EL CHICO BEASLEY

CAPÍTULO 4. LA MUJER QUE SE ENFRENTÓ AL MAR

CAPÍTULO 5. LOS ALARIDOS DEL CIELO

CAPÍTULO 6. EL ÚLTIMO BRUJO

CAPÍTULO 7. LA SOMBRA HAMBRIENTA

CAPÍTULO 8. EL TURISTA EXTRAÑO

CAPÍTULO 9. LA ISLA INQUIETA

CAPÍTULO 10. EL DESEO SOSPECHOSO

CAPÍTULO 11. EL ÁRBOL DE LOS SUSURROS

CAPÍTULO 12. LA MEDALLA DEL REY

CAPÍTULO 13. EL HADA DEL MAR

CAPÍTULO 14. EL CIELO SE DERRUMBA

CAPÍTULO 15. EL ESTANTE SECRETO

CAPÍTULO 16. EL ROBO DE LA VELA

CAPÍTULO 17. EL MAR QUE SE HUNDE

CAPÍTULO 18. EL ARCO LUNAR SE DERRITE

CAPÍTULO 19. EL SABOR ALMIBARADO DE LOS REMORDIMIENTOS

CAPÍTULO 20. EL SECRETO DEL GUARDIÁN DE LAS TORMENTAS

CAPÍTULO 21. LA CUEVA DEL MAR

CAPÍTULO 22. LA ÚLTIMA BARCA DE SALVAMENTO

CAPÍTULO 23. LOS DESEOS ENFRENTADOS

CAPÍTULO 24. LA ESMERALDA INESPERADA

CAPÍTULO 25. EL ARSENAL DEL GUARDIÁN DE LAS TORMENTAS

CAPÍTULO 26. UN REGRESO MUY ESPECIAL

EPÍLOGO

DEDICATORIA

PARA MIS ABUELOS,

EL CAPITÁN CHARLES P. BOYLE Y MARY MCCAULEY BOYLE

DE LA ISLA DE ARRANMORE

PRÓLOGO

PRÓLOGO

En un campo lleno de flores silvestres, bajo un viejo roble, se encontraban un chico y una chica, uno junto al otro. El cielo estaba furioso, y los truenos rugían como una bestia enfurecida.

—¿Estás preparada? —preguntó el chico, nervioso.

La chica levantó la barbilla, su cabellera rubia como el trigo le caía por la espalda.

—Siempre he estado preparada.

Apoyaron con fuerza las palmas de las manos sobre el tronco nudoso. El árbol empezó a temblar, y sus ramas se extendieron cuando se zarandeó. Se produjo un breve silencio y, a continuación, un chasquido explotó encima de ellos. El relámpago que emergió de las nubes partió en dos el árbol por el centro. Las llamas salían por toda la corteza, trepaban hasta las ramas y devoraban las hojas hasta que todo se volvió de un dorado luminoso y brillante.

—¿Betty? —preguntó él, dudoso—. Quizá deberíamos...

—¡Chis! —dijo la chica entre dientes—. Está a punto de decir algo.

El árbol empezó a susurrar, aunque más fuerte de lo que el chico esperaba; el crepitar y el siseo de las llamas de alrededor poco a poco se convirtieron en palabras.

—Hablaaaad o escuchaaaad.

La chica le formuló la pregunta. Mientras el árbol reflexionaba, ella se impacientaba y tamborileaba con los dedos sobre la corteza carbonizada. El aire era cada vez más irrespirable y un halo de bruma ondulaba los cabellos que envolvían su rostro.

El árbol no volvió a hablar con la chica.

De hecho, dirigió su atención hacia el chico y penetró en su cabeza. Él cayó al suelo, retorciéndose y estremeciéndose, como una visión desplegada en la negrura de su mente.

Él permanecía de pie al filo de un promontorio, con las nubes congregándose en sus manos extendidas y el viento envolviendo su cuerpo. Notó que el mar se precipitaba por sus venas, depositando cristales de sal en la membrana que recubre el corazón.

Sabía que lo habían cambiado para siempre.

Betty se había equivocado.

La isla lo había elegido a él.

Intentó pestañear para despertarse, pero el árbol oprimió su mente con más fuerza. Otra visión trató de imponerse. Algo que no habían pedido ver.

—Observa —dijo el árbol entre dientes—. Presta atención.

Un chico apareció ante él. Era algo más joven, pero tenía la misma nariz y los mismos ojos. Con una mano sostenía una esmeralda, verde como la hierba de la isla. Con la otra, un bastón retorcido que señalaba al mar. Se mantuvieron separados uno de otro, mirando pero sin ver realmente cómo los cuervos llenaban el cielo de columnas de plumas. La tierra se agrietó bajo sus pies y una sombra que avanzaba sigilosa por la isla los enterró en la oscuridad.

El chico se despertó. En el campo de flores silvestres, llovía a cántaros.

—Betty —dijo, mientras una pequeña gota reventaba de lleno en su boca—. No te vas a creer lo que acabo de ver.

Ella lo observaba con detenimiento, sus ojos entrecerrados parecían brasas ardiendo. De pronto, le asestó una patada en las costillas.

—¡Querrás decir lo que acabas de robar!

—¡Basta! —Se apartó cuando ella le dio otra patada—. Debo contarte algo. ¿Puedes parar, por favor? ¡Ay! Escúchame. He visto cuervos, Betty. Creo...

La chica no escuchaba. Entre las flores silvestres y la hierba empapada, con su barbilla inclinada hacia el cielo lloroso, se iba alejando de él.

Quería llamarla, decirle que esto era mucho más grande que ella, más que ambos, pero la chica se había evaporado sin apenas dejar rastro.

Él intentó contener el miedo. En algún sitio, en las profundidades de la tierra, la oscuridad volvía a intensificarse, una oscuridad más terrible que cualquier otra cosa que el mundo hubiera visto jamás.

Ya era demasiado tarde para detenerla.

CAPÍTULO 1. LA ISLA DURMIENTE