Gamers en líos

Cristinini

Fragmento

¿Te atreves a descubrir un nuevo mundo?

¿Qué?

Cojo la tarjeta que venía dentro del paquete donde está escrita esa frase tan rara: «¿Te atreves a descubrir un nuevo mundo?». En la caja también había una especie de objeto cúbico con las seis caras marcadas con puntos y líneas en relieve. Parece un código QR. En realidad, parece un código QR hecho por alguien que no sabe realmente cómo es un código QR.

Seguramente todo sea algún truco publicitario. Ya podrían haberme mandado cosas útiles, como una camiseta o algo así en vez de una cartulina con un mensaje y un cubo de lo más raro.

Bien pensado, el mensajero que me ha traído la carta también era raro. Llevaba un mono plateado y unas gafas de sol, y no me ha dicho nada. Quiero decir que, cuando he abierto la puerta, me ha puesto el paquete en las manos y se ha largado sin decir ni mu.

Quizá es que tenía prisa, yo qué sé.

De todos modos, me siento frente al ordenador y trato de olvidar tanto el paquete como a ese mensajero tan extraño. Compruebo que esté todo a punto. Cámara: lista. Focos: encendidos. Micro, auriculares y demás periféricos: en su sitio. Ya estoy lista para el directo de Twitch de hoy.

—Hola, muy buenos...

De repente, la pantalla parpadea y las luces de la habitación pierden intensidad.

Otra cosa rara más que me ocurre hoy.

Da igual. Me centro en el directo. No importa cuántas veces lo haga, siempre me pongo nerviosa antes de comenzar uno, así que respiro hondo y...

¡Hola, muy buenos días a todos y a todas! ¡Bienvenidos un día más al canal! ¿Qué tal? —digo a toda velocidad.

Una vez empiezo, las palabras salen sin pensarlas y el directo sigue adelante. Hoy vamos a echar una partida de League of Legends, así que voy abriendo el juego mientras se conectan mis compañeros de equipo.

¡Hooola, Cristi! —Este es Fluctu.

—¡Hola, Cris! —Otra amiga mía, Maya, se conecta casi al mismo tiempo—. ¿Dónde están los demás? Venga, venga, que ya es la hora.

Maya tiene razón, todavía nos faltan dos más del equipo y sin ellos no podemos comenzar. Entonces, no sé por qué, la vista se me va al cubo que he dejado al lado del teclado porque, de repente, me ha dado la impresión de que me esté mirando.

Sí. Ya sé que es imposible. No, no estoy loca.

Oíd, chicos, ¿os puedo hacer una pregunta? —digo, sin pensármelo—. ¿A vosotros también os ha llegado una de estas cosas o solo a mí?

Cojo el cubo que ha traído el mensajero. Nada más tocarlo, me parece notar un calambrazo, como si hubiera metido los dedos en un enchufe, pero me convenzo de que es imposible. Lo acerco a mi webcam para que puedan verlo mejor, pero Fluctu y Maya me dicen que ellos no han recibido nada parecido.

No importa. Estoy a punto de olvidarme definitivamente del tema cuando Fluctu exclama tan fuerte que tengo que quitarme los auriculares un momento:

¡Oye, oye, oye, espera! ¿Sabes a qué me recuerda eso? ¡Parece un código QR!

—Lo parece, sí —le respondo yo—. Pero...

¿Y por qué no lo pruebas? —Fluctu suena superemocionado por tratar de resolver este misterio del paquete—. ¿Qué es lo peor que podría pasar, ¿eh?

—En realidad —dice Maya—, lo peor que podría pasar es que fuera un virus o algo así. Podrías perder todos tus datos o dejar que te los roben, o podría freírte el ordenador. Yo solo lo digo, ¿eh?

Maya tiene toda la razón del mundo, pero no conozco ningún virus informático que se envíe por mensajero y me está empezando a entrar la curiosidad, así que...

¿Qué os parece, chicos? —pregunto a mis seguidores que están conectados para ver el directo—. ¿Lo pruebo o qué?

No sé ni por qué pregunto, porque el chat se vuelve loco. La mayoría ha decidido: «Sí, Cristina, prueba a escanear el código».

Vuelvo a leer en la tarjeta mientras acerco ese cubo a la cámara de mi ordenador. La app para leer códigos hace un clic.

¿Ya lo has hecho? —pregunta Fluctu.

Sí..., pero no parece que pase nada.

—Pues vaya timo —responde, decepcionado.

Un momento, un momento. Algo le ocurre a mi pantalla. Se está volviendo loca. Parpadea, se queda en negro por un segundo y, por último, pantallazo azul. Un pitido fortísimo me llega a los oídos y tengo que quitarme los auriculares de un manotazo.

—¿Todo bien? —me pregunta Fluctu. Su voz suena distorsionada, como si estuviera muy lejos y, a la vez, muy cerca de mí.

—¡Ya te decía yo que la cosa esa de la tarjeta era un virus! —chilla Maya, y luego añade, todavía más nerviosa—: ¡Oye! ¿Y ahora qué le pasa a mi ordenador? ¡¿Qué has hecho, Cris?!

—¡No lo sé!

No solo me está fallando el ordenador, también las luces de la habitación comienzan a fluctuar, se me ponen los pelos de punta como si todo lo que me rodea se estuviera cargando de electricidad.

¿Qué ha dicho antes Maya? ¿Que lo peor que me podía pasar era que se me friera el ordenador? Ay, madre...

Me abalanzo sobre el teclado, tiene que haber algo que pueda hacer. En cuanto toco las teclas con los dedos, ahora sí, me da un calambrazo, este no me lo he imaginado. Puedo escuchar a Fluctu y a Maya diciéndome algo, pero no los entiendo.

¿Sabéis esa sensación que se tiene cuando estás a punto de dormirte y sueñas que te caes? Pues eso es lo que ocurre ahora. Me caigo, me caigo sin moverme del sitio, y es una caída larga, larga, larguísima.

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