La velocidad de las cosas

Rodrigo Fresán

Fragmento

NOTA 1998. Buena parte de la historia y la vida y la escritura de este libro tuvo lugar en el extranjero. En este sentido el autor agradece —por orden de aparición— a promotores y anfitriones la ayuda, el tiempo y el espacio ofrecidos a la velocidad y movimiento de estos relatos: Pacho O’Donnell (Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires); Embajada de Estados Unidos en Argentina y Federico Gonzáles del Pino; USIA (United States Information Agency); Clark Blaise & Co. (International Writing Program, Iowa University, Iowa City); Robert Coover y Julio Ortega (Unspeakable Practices III, Brown University, Providence); Departamento de Español y Portugués de la University of Texas en Austin (The First Congress of Latin American and Spanish Writers in the United States); Eduardo Becerra (Universidad Autónoma de Madrid); Maison de l’Amérique Latine, París; Sergio Renán y Dirección General de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina; Feria del Libro de Guadalajara, México…

NOTA 2002. …y el autor también agradece a Juan Ignacio Boido y a Alan Pauls, lectores adelantados de la primera encarnación de este libro en el Dakota: Dakota Dakota Dakota, we’ve all been there… Y ya que estamos aquí otra vez, algunas precisiones en cuanto a esta nueva versión de La velocidad de las cosas. El cambio más evidente es la incorporación de cuatro relatos que no figuran en la edición de Tusquets Argentina. «Sin título: nuevas disquisiciones sobre la vocación literaria», «Los amantes del arte: una memoir amnésica», «La chica que cayó en la piscina aquella noche» y «Apuntes para una teoría del cuento» fueron escritos en Barcelona o con un pie en el avión a Barcelona. El primero apareció en la edición mexicana y española de la revista Letras Libres; el segundo fue pensado para una antología que hasta donde sé jamás vio la luz; el tercero nadó por primera vez en el libro Líneas aéreas, más tarde como una «interferencia» en Mantra, y vuelve a zambullirse aquí con traje de baño diferente pero igual estilo: mutant twilight underwater croll; el cuarto fue terminado ayer, casi de camino a la imprenta, a partir de una idea que me persigue desde hace años. Los cuatro están claramente contaminados por el influjo de un tema que se negaba a abandonarme y cuya sombra se proyectó sobre la sombra de Mantra, mi siguiente novela. En este sentido —descubro ahora, me gusta pensar que es así—, mientras que Mantra relata el modo en que los muertos contemplan a los vivos, La velocidad de las cosas se ocupa de la manera en que los vivos intuyen a los muertos. Todas y cada una de las páginas que siguen han sido revisadas, retocadas, restauradas, ampliadas gracias al entusiasta apoyo de mi editor para la nueva invocación de este fantasma que ahora, por fin, espero, descansa en paz: salud, Claudio, nos vemos en Kensington Gardens.

Y otra vez, gracias, Ana, por este libro que terminamos juntos mientras empezábamos juntos.

Y, por favor, leer los cuentos en el orden que aparecen. Y como es costumbre, como lo exige el protocolo: cualquier similitud entre las situaciones y los personajes de este libro con hechos y personas de la vida real es simple e involuntaria coincidencia y —aclaración obvia pero nunca del todo innecesaria— el hecho de que todo lo que se narra esté escrito en primera persona del singular no implica necesariamente que el autor comparta ideas, haya protagonizado, o justifique las acciones de quienes aquí cuentan sus vidas y sus historias y sus muertes.

NOTA 2006. La principal innovación, más allá de retoques y correcciones, a esta nueva venida de La velocidad de las cosas (gracias María Casas, gracias Juan Díaz) es el añadido del largo relato «Historia con monstruos» al que se alude en el cuento «Sin título: nuevas disquisiciones sobre la vocación literaria» como parte del libro La chica que cayó en la piscina aquella noche y a la que el narrador describe como «muy complicado de resumir aquí. Sólo diré que trata de un extra de 2001: A Space Odissey que se niega a quitarse su traje de mono y vive adentro de él durante años. Algo así».

«Historia con monstruos» fue pensado y escrito para su inclusión en el ahora inhallable Almanaque Mondadori, publicado en el invierno del 2000, bajo el título de Invasores de Marte y con Javier Calvo (gracias, Xavi) como editor responsable. Pero –como ya saben los que lo leyeron allí o sabrán los que lo leerán aquí— «Historia con monstruos», por tema y tono y forma y deformidad, no puede sino haber surgido del mismo movimiento en suspenso y en trance que marca a La velocidad de las cosas y que —cito al texto de solapas de la anterior edición— «es la aceleración que experimenta una simple vida en el momento exacto de convertirse en una historia digna de ser contada». Ergo, «Historia con monstruos» como una ¿última? señal que, luego de varios años perdida en el espacio, como el astronauta David Bowman, vuelve a La velocidad de las cosas. Hogar, ácido hogar. Descanse en paz. Y junto a los dos epígrafes de Philip K. Dick con los que abría «Historia con monstruos» en el antes mencionado Almanaque («Imagino que esta noción de que cada criatura ve el mundo de manera diferente que las otras criaturas no será compartida por muchos de ustedes» y «Conseguirse un mundo que no exista. Ése es el primer paso») agrego a continuación la nota explicativa con la que cerraba:

Algunas explicaciones más o menos pertinentes. Lo que aquí se cuenta sobre la vida y muerte de Susan Cabot y su hijo Timothy (y, por extensión, sobre Sandra Talbot y su hijo T.) es, más allá de mínimos detalles y ligeras modificaciones, aunque parezca mentira, rigurosamente cierto. Buena parte de la información al respecto fue extraída del artículo periodístico «The Wasp Woman Stung», de John H. Richardson, publicado en la edición de abril de 1991 de la revista norteamericana Premiere. Detalles sobre personalidad, actitud menstrual y teorías sobre la «gente especial» de la fotógrafa Diane Arbus (quien hasta donde yo sé nunca conoció a Susan Cabot o fotografió a Timothy, pero sí fue amiga y protectora del joven Stanley Kubrick cuando éste trabajaba como reportero gráfico en la revista Look) salen de la biografía Diane Arbus por Patricia Bosworth. Información sobre la vida y pensamientos de Stanley Kubrick y el rodaje de 2001: A Space Odissey proviene de las biografías —ambas tituladas Stanley Kubrick— de Vincent Lo Brutto y John Baxter así como de 2001: Filming the Future de Piers Bizony, The Making of 2001: A Space Odissey (select. Stephanie Schwam) y The Complete Kubrick de David Hughes. La canción que se escucha dentro de la ambulancia camino al hospital es, por supuesto, «Freak Magnet» de Violent Femmes. La sinopsis de The Wasp Woman —película que también existe y de la que, por más que hice varios intentos durante

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