Segundos afuera

Martín Kohan

Fragmento

Corporativa

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Para Julia

UNO

Es una soga, Dempsey lo sabe, y no un elástico. Es una soga como la que, al entrenar, emplea en el gimnasio; algo más gruesa, sin duda, y envuelta en lona, pero básicamente una soga. Eso implica que las fibras con que está hecha pueden estirarse hasta un determinado punto, pero no más. Cada hebra se estira, sin cortarse, sin romperse, protegidas cada una y todas juntas por la lona de envoltura, unos milímetros, unos centímetros, cada hebra un poco pero todas juntas un tanto así. No es un elástico, no podría serlo, no va a servir para irse hacia atrás y después volver impulsado por una fuerza igual pero de sentido contrario. Dempsey lo sabe. No obstante calcula, aunque turbiamente, mientras cae de espaldas, que la soga puede bastar para contenerlo, para sostenerlo, estirándose, un suponer, treinta centímetros, cincuenta centímetros, y después rebotar hacia delante y dejarlo en pie. Dempsey piensa en esto, aturdido por un golpe brutal del argentino, el nombre no se lo acuerda, Fripp o Flipp, le dicen el Toro; piensa en esto con la esperanza, no necesariamente incierta, de que la soga le quede calzada justo debajo de los omóplatos. Si pasa eso, no se cae. Por poco que la soga se estire, por escaso que pueda llegar a ser su parecido con un elástico, que es lo que en rigor Jack Dempsey precisaría, puede llegar a servirle para atajarlo en la caída y devolverlo erguido a la pelea. Con esta ilusión cae. La cara le duele, pero logra concentrarse más que nada en la espalda, en lo que pueda sentir en la espalda cuando llegue hasta las sogas. ¿Cuánto dura? Poco y nada. La cara todavía arde, y el hueso por dentro todavía duele, pero en la espalda, debajo de los omóplatos, justo ahí, donde lo esperaba, siente la soga. La soga (vale decir la lona, con la soga adentro): la siente ahí, debajo de los omóplatos, donde lo esperaba, pero la siente muy húmeda, o directamente mojada, y eso sí no lo esperaba. La soga está mojada. Puede que los segundos, los suyos o los del otro, se hayan excedido tirando agua en el rincón, antes del comienzo, a su cara o a la del otro. No hay que descartar, Dempsey no lo descarta, que su espalda esté mojada, su espalda y no la soga, o no solamente la soga, su espalda ancha, robusta, musculosa, definitiva, su espalda de boxeador. La humedad del ambiente, o la transpiración, o la baba derramada por el otro desde el hombro, si es que en un momento, en un clinch, en un roce, como no queriendo se apoyó. Son varias las explicaciones posibles, y ninguna importa: el hecho es que la soga, o la espalda, o las dos, están mojadas. Y entonces, cuando Dempsey cayendo llega hasta la soga y va a apoyarse a la espera de que le sirva de elástico, para su sorpresa resbala. Mojado él, mojada la soga, resbala hacia atrás, con toda la fuerza del envión que traía. Se va a caer. No hay remedio. Son, y él bien lo sabe, gajes del boxeo. Se va a caer. Pero la soga no lo aguanta ni siquiera en la caída. Le patina desde los omóplatos hacia abajo, los riñones, la cintura; lo deja pasar mientras cae, en vez de detenerlo para que se caiga no más de ahí. Se va a caer: un avatar en la vida del boxeador. Pero hay más que eso. No va a caer, da la impresión, contra las sogas, sobre el ring, como pasa siempre. Por la mojadura vasta que lo hace resbalar, va a caer por entremedio de las sogas, fuera del ring. Esto Dempsey todavía lo ignora.

—Hay una cosa muy interesante que decía Gustav Mahler. Gustav Mahler, el músico bohemio. Mahler decía que las partes más expresivas de su música, en vez de dárselas a los instrumentos con mayor expresividad, por ejemplo a los violines, se las daba a los más duros, a los metales, a una trompeta o a un trombón. Es interesante eso, ¿no? Las partes más expresivas, con los medios menos expresivos. Es interesante.

—Yo eso mucho no lo veo. ¿No es una tontería, acaso? Imaginesé si Firpo, las piñas del nocaut, en vez de más fuertes las tiraba más flojas. ¿Qué podemos pensar de alguien que hace eso? Que es un tonto.

—No sea bestia, Verani, hágame el favor.

—Lo que usted dice no tiene sentido. Ni pies ni cabeza.

—No lo digo yo, mire qué cosa. Lo decía Gustav Mahler.

—El que sea, Ledesma, dejemé de joder. Es una estupidez por donde la mire.

—Yo no me explico, no me explico realmente, tanta testarudez. Qué obstinación, realmente, querer comparar una cosa con la otra.

—Lo que usted dice no tiene pies ni cabeza.

—Una pelea de boxeo, tumbar al otro, lastimarlo. Y una sinfonía, para el caso la primera, de Gustav Mahler. Evidentemente usted no tiene la menor idea.

—Usted me dice: las partes suaves de la musiquita, tocadas a los golpes. No tiene sentido.

—No ganamos nada, Verani, porque usted sigue emperrado en no escuchar ni siquiera un fragmento de la obra.

—Es que me duermo, Ledesma, qué quiere que le haga.

—No le digo una sinfonía entera. Le digo un poco, para que conozca.

—¿Por qué no le dice a Roque?

—A Roque, sí, no digo que no.

—Acá lo tiene, dígale a él.

—Pero ¿y usted?

—A mí no me tenga perdiendo el tiempo, por favor se lo pido. ¿Cuánto nos queda para entregar las notas? Yo apenas

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