Obra reunida 2

Mario Bellatin

Fragmento

Escribir sin escribir

Escribir sin escribir

Lo raro es ser un escritor raro

Alvaro matus, periodista de la revista de libros del diario chileno el mercurio, me incluye en una lista que podría ser considerada como la de los escritores raros de la literatura hispanoamericana. Alguien, un joven editor peruano, me pregunta si me siento cómodo en este equipo. Me parece extraño hablar sobre mí, reflexionar sobre la obra que he desarrollado como si se tratase de un estudio sobre literatura comparada.

Pero si quiero ser fiel a mis impulsos el único discurso que me gustaría preparar sobre literatura comparada es el que se refiere a lanzar una mirada acompasada entre vida y literatura. Establecer un paralelo, examinar, cotejar la obra en diálogo con mi propia vida. Para lograrlo tendría que hacer como si lo escrito perteneciera a otra instancia del que lo escribe. Creo que un ejercicio semejante podría ayudar para desenmascarar no sólo muchas escrituras falsas, incluyendo la mía, sino lo falso inherente a cada escritura. Cada autor poniendo por delante las mentiras en las que debe incurrir para sostener su propia palabra.

Me parece que alvaro matus es demasiado generoso en su apreciación. La lista que elaboró para el diario está conformada por autores extraordinarios, a los cuales me daría temor considerar como raros. Son autores excepcionales, y mi presencia allí constituye una sorpresa, agradable por cierto.

Me suele llamar la atención cómo un mismo libro puede tener tan diferentes lecturas dependiendo del espacio y del tiempo de su aparición. En una época me sucedía que lo que publicaba era siempre considerado inferior a lo que había editado antes. Se convirtió entonces en un juego interesante buscar la edición de los textos sólo para avalar el libro anterior, que a su vez había sido comparado en desventaja con el libro precedente. Advertí entonces la presencia constante de una retórica del lector —que muchas veces es ignorada al pensar que es una suerte de tabula rasa—, que siempre suele adelantarse a lo que está por leer. Quien lee parece llamado a quedar siempre desilusionado, pues es imposible que una obra encuadre perfectamente con determinada fantasía.

En cierto momento decidí editar varios libros al mismo tiempo. Hice tratos con distintas editoriales para que diferentes textos salieran a la vez, con el fin de que las obras se fueran entremezclando para convertirse todas en un mismo libro. Tal vez este ejercicio las haga un poco extrañas. Los escritos titulados canon perpetuo, donde una mujer emprende un largo recorrido con la finalidad de recuperar la voz de su infancia; bola negra, en el que asistimos al suicidio de un entomólogo que decide ser comido por su propio estómago; y la mirada del pájaro transparente, donde dos hermanos hacen caer sobre sus padres la ira de dios, son parte, creo, de una misma escritura.

Algún periodista, puede ser el mismo alvaro matus, ha señalado que los narradores de mis libros suelen escribir desde un espacio límite. A partir de esa apreciación pienso, como ejemplo, en las voces sobre las cuales se estructuran los textos jacobo el mutante, salón de belleza o perros héroes, y sospecho que se encuentran un tanto cerca del borde, desasosegados, dentro de una zona fronteriza. Fue interesante su cuestionamiento pues yo estaba convencido de que esos narradores escribían desde el silencio, desde la carencia, desde la falta —tanto en su acepción de vacío como de infracción— donde el lenguaje nunca es lo suficientemente escaso, tiene siempre demasiadas posibilidades, y eso es un problema irresoluble para expresar lo que se quiere comunicar: precisamente aquello que no se puede decir.

Yo había detectado que existía una búsqueda constante de escribir sin escribir, de resaltar los vacíos, las omisiones, antes que las presencias. Quizá por eso el narrador de esos libros buscó muchas veces escribir sin necesidad de utilizar las palabras. Hizo uso de elementos propios de otros medios, tales como cámaras fotográficas o puestas en escena para seguir construyendo sus estructuras narrativas.

A veces he constatado, aterrado, el carácter profético de la palabra escrita. Me he visto envuelto, quince o veinte años después de haberlas concebido, en situaciones similares a las que aparecen en los textos.

Lo más impresionante de determinado proceso de escritura es que después de levantar fronteras para todo, de crear una serie de sistemas que permiten entender el mundo como una gran maquinaria, se advierte que no existe ningún límite. Es ése el punto donde se abren todas las posibilidades, y no queda otro recurso sino el de cobijarse bajo un orden trascendente. Esto puede estar cercano a la experiencia mística, en la que después de una serie de privaciones y luchas contra la libertad individual se encuentra el infinito… y quizá la profecía.

No sé si haber organizado un congreso de dobles de escritores haya sido una forma de seguir construyendo mi obra. Es cierto que desde hace algún tiempo he venido indagando acerca de la relación entre el autor y su texto. Provenimos de una tradición literaria donde muchas veces se ha dado un relieve excesivo a la presencia del autor y a las circunstancias sociales en las que ese creador está sumido. En esta búsqueda por desentrañar las relaciones entre el texto y su creador me parece están inscritos una serie de libros que he ido publicando. En el jardín de la señora murakami, por ejemplo, quise hacer pasar al autor como el traductor de un texto inexistente; en jacobo el mutante el creador es un incompetente investigador literario. Es de ese modo, queriendo saber cuáles pueden ser las posibilidades en las que puede situarse un escritor frente al texto, como llegué a aceptar la propuesta que se me hizo de ser curador de una muestra de arte. Quise apelar a la figura del curador como autor y la muestra como su obra. Se me ocurrió entonces la posibilidad de organizar un congreso de escritores donde los escritores no estuvieran presentes. Trasladaría al lugar del evento sólo las ideas de estos creadores, para constatar lo que ocurría con los textos una vez que estuvieran huérfanos de sus autores. Es de ese modo como en un comienzo emprendí un arduo trabajo fotográfico, que buscó retratar los seis meses que pasó cada creador con su doble: personas tomadas al azar que debían aprender de memoria diez textos que repetirían de memoria frente al público en una sala de parís.

Al principio, la propuesta causó cierto desconcierto. Los organizadores titubearon, pero terminaron aceptando que se llevara a cabo un congreso con estas características. El día de la inauguración se quejaron, sobre todo, algunos profesores de universidades europeas que habían viajado desde sus lugares de origen con el fin de estar cerca de una serie de autores mexicanos, muchos de los cuales eran material de sus investigaciones. Me pareció importante esa queja, la de la ausencia de los cuerpos de los escritores programados. De allí surgía la pregunta de qué era lo que realmente se espera del evento literario. Si son ideas, como se supo

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