Blanca como la nieve roja como la sangre

Alessandro D'Avenia

Fragmento

Blanca como la nieve roja como la sangre

Cada cosa tiene un color. Cada emoción tiene un color. El silencio es blanco. De hecho, el blanco es un color que no soporto: no tiene límites. Pasar una noche en blanco, quedarse en blanco, levantar bandera blanca, dejar el papel en blanco, tener el pelo blanco… Es más, el blanco ni siquiera es un color, como el silencio. No es nada. Una nada sin palabras o sin música. En silencio: en blanco. No sé quedarme en silencio o solo, que viene a ser lo mismo. Me da un dolor un poco por encima de la barriga o dentro de la barriga, nunca lo he sabido, que me obliga a montar en mi bativespino, hecho polvo y sin frenos (¿cuándo me decidiré a repararlo?), y a ponerme a dar vueltas sin rumbo mirando a los ojos de las chicas con las que me cruzo para saber que no estoy solo. Si alguna me mira, luego existo.

Pero ¿por qué seré así? Pierdo el control. No sé estar solo. Necesito… ni yo mismo sé qué necesito. ¡Qué rabia! Menos mal que tengo un iPod. Y es que si resulta que sabes que te espera un día con sabor a asfalto polvoriento en el instituto y luego un túnel de aburrimiento entre deberes, padres y perro y vuelta a empezar, hasta que la muerte os separe, lo único que puede salvarte es la oportuna columna sonora. Te encasquetas unos cascos en las orejas y entras en otra dimensión. Entras en la emoción del color oportuno. Si necesito enamorarme: rock melódico. Si necesito cargarme las pilas: metal duro y puro. Si necesito ponerme marchoso: rap y otras crudezas, sobre todo tacos. Así no me quedo solo: blanco. Alguien me hace compañía y le da calor al día.

No es que esté aburrido. Porque tengo mil proyectos, diez mil deseos, un millón de sueños que cumplir, mil millones de cosas que empezar. Pero luego no puedo empezar ni una sola, porque a nadie le interesa. Entonces me digo: Leo, ¿quién coño te manda hacer nada? Déjalo, disfruta de lo que tienes.

No hay más que una vida y cuando se vuelve blanca lo mejor para darle color es mi ordenador: siempre encuentro a alguien con quien chatear (mi nick es «el Pirata», como Johnny Depp). Porque eso sé hacerlo bien: escuchar a los demás. Me reconforta. O si no cojo el bativespino sin frenos y me pongo a dar vueltas sin meta. Si tengo una meta es que voy a ver a Niko y tocamos dos canciones, él con el bajo y yo con la guitarra eléctrica. Algún día seremos famosos, tendremos nuestra banda, la llamaremos La Chusma. Niko dice que yo debería también cantar porque tengo buena voz, pero a mí me da vergüenza. Con la guitarra cantan los dedos y los dedos nunca se ruborizan. Nadie silba a un guitarrista, pero a un cantante…

Si Niko no puede tocar quedamos con los demás en la parada. La parada es la del autobús que pasa por el insti, en la cual cada chico enamorado ha declarado al mundo su amor. Siempre encuentras a alguien y a veces a una chica. A veces también estamos Beatrice y yo en la parada, enfrente del insti, voy por ella.

Resulta raro: por la mañana no quieres estar en el instituto y en cambio por la tarde encuentras a todo el mundo. Pero con la diferencia de que no están los vampiros, o sea, los profes: chupasangres que al volver a casa se meten en sus sepulcros, esperando a sus próximas víctimas. Aunque, a diferencia de los vampiros, los profes actúan de día.

Pero si enfrente del insti está Beatrice, todo cambia. Ojos verdes que cuando los abre abarcan toda su cara. Pelo rojo que cuando se lo suelta el alba te cae encima. Pocas palabras, pero las justas. Si fuese cine: género aún por inventar. Si fuese perfume: la arena a primera hora de la mañana, cuando la playa está sola con el mar. ¿Color? Beatrice es rojo. Como el amor es rojo. Tempestad. Huracán que arrastra. Terremoto que te deja el cuerpo hecho trizas. Así me siento cada vez que la veo. Ella aún no lo sabe, pero un día de estos se lo diré.

Sí, un día de estos le diré que ella es la persona hecha expresamente para mí y yo para ella. Así son las cosas, no hay escapatoria: cuando lo comprenda todo será perfecto, como en las películas. Lo único que necesito es encontrar el momento oportuno y el peinado adecuado. Porque creo que todo es un problema de pelo. Solo si Beatrice me lo pide me lo cortaré. Pero ¿y si después pierdo la fuerza, como aquel de la historia? No, el Pirata no puede cortarse el pelo. Un león sin melena no es un león. Por algo mi nombre es Leo.

Una vez vi un documental sobre los leones; del bosque salía un macho con una melena enorme y una voz cálida decía: «El rey de la selva tiene su corona». Así es mi pelo: libre y majestuoso.

Qué cómodo es tenerlo como el de los leones. Qué cómodo es no necesitar peinarse nunca e imaginarse que crece a su aire como si contuviera todas las ideas que me salen de la cabeza: de vez en cuando estallan y se desparraman. Yo a los demás les regalo las ideas, como las burbujas de la Coca-Cola recién destapada, que hace ese ruido tan emocionante. Yo con el pelo digo un montón de cosas. Qué gran verdad. Qué gran verdad acabo de decir.

A mí todos me entienden gracias al pelo. Al menos, los del insti, los de la pandilla, los otros Piratas: Mordida, Tranca, Esputo, Mechón. Papá renunció hace tiempo. Mamá solo sabe criticarlo. Mi abuela se pone al borde del infarto cada vez que me ve (lo menos que te puede pasar cuando tienes noventa años, digo yo).

Pero ¿por qué les cuesta tanto entender mi pelo? Primero te dicen «¡debes ser auténtico, debes expresarte, debes ser tú mismo!». Luego, la primera vez que lo demuestras, te salen con «¡no tienes identidad, te portas como todos los demás!». ¿Qué manera de razonar es esa? No hay quien los comprenda: o eres tú mismo o eres como todos los demás. A fin de cuentas, a ellos nada les parece bien. La verdad es que son envidiosos, sobre todo los calvos. Como me quede calvo, me suicido.

De todos modos, si a Beatrice no le gusta, no tendré más remedio que cortármelo, aunque antes me lo pensaré. Porque a lo mejor me sirve para hacerme valer. Oye, Beatrice, o me quieres tal como soy, con este pelo, o no hay nada que hacer, porque como no nos pongamos de acuerdo en estas pequeñeces, ¿cómo vamos a poder estar juntos? Cada uno debe ser como es y hay que aceptarse tal cual —en la tele lo dicen siempre—, si no, ¿dónde está el amor? Anda, Beatrice, ¿por qué no lo entiendes? Además, todo lo tuyo me gusta, así que tú partes con ventaja.

Siempre por delante, las chicas. ¿Qué harán para salir siempre ganando? Si eres guapa, tienes el mundo a tus pies, eliges lo que te apetece, haces lo que quieres, te pones lo que te dé la gana… da lo mismo, porque de todas formas todo el mundo te querrá. ¡Qué suerte!

En cambio, hay días en los que yo no saldría de casa. Me siento tan feo que me quedaría atrincherado en mi cuarto, sin mirarme al espejo. Blanco. Con la cara blanca. Sin color. Qué tortura. Por el contrario, hay días en los que yo también estoy rojo. Dime, ¿dónde vas a encontrar a un chico así? Me embuto en una camiseta guay y me envaino en unos vaqueros que me sienten de perlas y ya soy un dios: Zac Efron so

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