La patria transpirada

Juan Sasturain

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Este libro fue y es para el Negro Fontanarrosa

CRÓNICA GENERAL DE SUEÑOS Y PESADILLAS

Este libro se empezó a escribir —dentro de un proyecto mayor que compartimos con el querido Daniel Arcucci— en el conmovido 2001, y se publicó en vísperas del Mundial de Corea-Japón, cuando parecía que la selección de Bielsa prolongaría en las madrugadas orientales los sueños generados durante unas eliminatorias vividas y disfrutadas en modo Paseo. Pero no fue así: no superamos la fase de grupos. Terrible porrazo. Para el libro también…

Pero este libro insistió, ya con nombre propio, y se volvió a escribir y publicar cuando la selección armada por el paternal José Pekerman preparaba las valijas para ir a Alemania 2006. En una mochila grande iba también toda nuestra esperanza. Todavía nos duele la eliminación en cuartos, la lesión del Pato y terminar afuera así, con el imberbe Messi y Román en el banco. Una pena, perder en los penales. Pero volveríamos.

Este libro insistente se escribió por tercera vez y se publicó mirando por encima del hombro trajeado del Diego, en el otoño de 2010, cuando íbamos a Sudáfrica. Los alemanes lo/nos esperaban para acomodarnos por segunda vez consecutiva y mandarnos a casa con cuatro adentro. Doloroso.

Este libro obstinado llega a su cuarta edición ahora, se escribe y se publica con viejas experiencias nuevas (los dos últimos mundiales: Sudáfrica 2010 y Brasil 2014) pero sin haber aprendido nada. O sí: todos en el mundo nos pueden preguntar —con mayor o menor ironía— qué se siente tras la última final perdida ante los consabidos/redundantes alemanes. “Era por abajo”, nos dicen. Púdranse. Ya van a ver.

Pero, en serio: ¿cuántas veces más lo escribiremos? ¿Hasta salir campeones? ¿Mientras juegue Messi? Además, ¿cuántos editores quedan? O —en términos más sombríos—: ¿cuántos mundiales me quedan? Por todo esto, y visto en perspectiva y en necesaria relectura, el que escribe y suscribe siente que le corresponde hacer algunas consideraciones.

La primera, obvia, es que el que escribió los primeros capítulos ya no es el mismo que firma los últimos; este prólogo, inclusive. Sin embargo advierte que quedan tales cuales, como debe ser: no está bueno borrar con el hombro lo que se escribió con el codo, dicen. O algo así. Además, probablemente los primeros sean los mejores…

La segunda cuestión, acaso más sutil, tiene que ver con la naturaleza misma de los textos. Trataré de explicarme. Si La patria transpirada trata de ser una mirada encarnada, personal —no descriptiva ni estadística ni “objetiva”— de la actuación argentina en los mundiales que le tocó jugar, esa experiencia puntual —de 1930 a 2014, con dieciséis intervenciones— me llegó a mí, de argentinito de cortos a veterano en guardia contra el Alzheimer, de muy diferentes maneras. En los primeros casos, los de los años treinta, la fuente de información y sentimiento fue mi padre y la visión anecdótica y legendaria que con los años decantó en los medios gráficos. El resultado, el texto, no puede ser otra cosa que mítico, esquemático, reducido a unos pocos elementos vistos de lejos, en perspectiva.

A partir del 58 y hasta el 66 inclusive, la experiencia personal del adolescente y joven en plena práctica futbolera —jugar, ir a la cancha, leer/oír/ver fútbol (poco o nada por entonces) en la pantalla— siguió estando sobre todo determinada, a la hora de escribir, más por autoridades reconocidas como El Gráfico de Panzeri e hijos que por la posibilidad de ver/juzgar con ojos propios. Fue con ojos apropiados, diríamos. Así, cuando escribimos, más de treinta años después, sobre aquellos mundiales de nuestra adolescencia y primera juventud, lo hicimos ya involucrados, alineados ideológicamente (si cabe decirlo así) en la polémica que —sobre “la nuestra” vs. el tacticismo— sigue vigente, con variantes, hasta hoy. Y esa bajada de línea se hace evidente en el tipo de textos casi programáticos que produjimos al evocar ese traumático período de transición.

Recién a partir del 74 y al menos durante veinte años y seis mundiales, hasta Estados Unidos 94, pudimos hablar de lo que habíamos visto (en la pantalla, claro) con propios ojos y criterio independiente. Es un momento, en lo personal, marcado por la política —de la muerte de Perón al apogeo del menemismo— y por la escritura literaria —ficciones, poemas, ensayos—, y eso se nota en los ejes, los temas, las referencias elegidas a la hora de escribir años después, ya con siglo nuevo, sobre esos mundiales en que alternamos la Gloria y Devoto. Me gusta lo que quedó escrito, el tono abierto y combativo resultado de esa mezcla extraña de tensiones.

Porque a partir de Francia 98 —con aquel texto se cerraba la primera edición de 2002— ya fue otra cosa: es el primero —ya con más de cincuenta años— que cubrí como periodista (quiero decir: escribí notas en el momento, que se publicaron) y el único al que asistí en vivo. Se nota en la hechura del capítulo, por las referencias a lo inmediato, por el predominio de la crónica, en las antípodas de cualquier pretensión de relato mítico.

Es algo que se ha agudizado en las sucesivas en

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