Cosa de minas

Dalia Gutmann

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

“El buen humor te pone linda”.

Fabiola Rosario Huaroto, contemporánea

A Luisa y a Kiara, las mujeres de mi vida.

D.G.

A las minas con las que no paro de aprender y de reírme: Elvira, Cris, Lu, Mica. Y a Juanita, siempre.

A.B.

PRÓLOGO ANTES DEL PRÓLOGO

Tenés en tus manos la nueva versión de Cosa de Minas (el libro). Y como quisimos que fuera todo bien “cosa de minas”, cambiamos mil cosas, hasta el orden original de los capítulos. Porque así somos las minas: vamos a comer a un restaurante y pedimos que nos cambien de lugar, la disposición de las mesas, el menú... “¿La ensalada puede ser sin croutones, y en vez del jamón puede ser pollo?”. “Perdón, ya sé que te pedimos recién que apagaras el aire acondicionado, pero está haciendo calor, ¿podrías volver a prenderlo, porfa?”.

No es que seamos cambiantes... (¿o sí?). Es que nos pasa de TODO, todo el tiempo. Y encontrar el punto de equilibrio para estar en eje tiene sus vueltas. Además, dentro de nosotras habitan muchas mujeres. A veces son tantas que puede producirse mucha tensión entre la copadísima y la conchudísima, la espléndida y la linyera, la calentona y la zen, la trola y la frígida, la práctica y la perfeccionista, la segura y la insegura de mierda, la enroscada y la relajada, la culposa y... (bueno, esa no tiene contrincante).

El gran desafío es aprender a convivir con nosotras mismas de la mejor manera. Aprender a llevarnos bien. Aceptar que siempre estamos cambiando, o como preferimos decir: siempre estamos evolucionando. Por eso, acá va una versión renovada del libro. Esta vez queremos que tenga más onda, que sea más colorida, más divertida, más caótica, con muchas más ilustraciones... O sea, una versión más parecida a lo que somos. Porque es cosa de minas querer aprender, crecer, darle nuestro toque y buscar que lo que les llegue a los demás intente ser siempre nuestra mejor versión.

PRÓLOGO

Escribimos este libro mientras hacíamos trámites, leíamos otros libros, íbamos al súper, al cine, al teatro, a la pinturería, a la ferretería, a comprar un regalo, a cambiar un regalo, viajábamos, hacíamos llamados, preparábamos algo para comer, recibíamos plomeros, gasistas, electricistas, arregladores de persianas, de pisos, de lavarropas, salíamos con amigas, hacíamos funciones de teatro, nos íbamos de gira, grabábamos un programa de tele, nos poníamos crema en las manos y arruinábamos el teclado (“¿Se murió la compu?, ¡me quiero morir!, ¿perdimos todo?”, “No, tranquila, resucitó”, “¿Habrá sido la crema?”), boludeábamos en las redes sociales, íbamos a depilarnos, a la dermatóloga, a la psicóloga, nos hacíamos las manos, los pies, Dalia se comía las uñas, Ale tenía insomnio, Dalia buscaba casa para mudarse y mostraba la suya para venderla, Ale pintaba su casa, Dalia llevaba o iba a buscar a algún hijo al colegio, a un cumpleaños, a acrobacia, a fútbol, a teatro, a comedia musical, a natación (“¿no están muy sobreestimulados esos chicos?”), Ale seguía pintando su casa (“Ale, ¿vos tenés un romance con el pintor?”).

Y, por supuesto, mientras hacíamos cualquiera de esas actividades, pensábamos: “Ahora deberíamos estar sentadas escribiendo el libro”. También nos sentamos horas y horas a escribir; nuestros culos se ablandaron más de lo habitual, pero no nos preocupó porque juramos arrancar el gym en cualquier momento (¡el proyecto siempre está!).

Es que ser mujer es tener cosas por hacer: infinidad de listas de asuntos pendientes, compromisos, preocupaciones que, cuando las resolvamos…, “ahí sí que la vamos a pasar bien de verdad” (pero ese día nunca llega: ¡siempre hay algún temita dando vueltas que nos quema la cabeza!).

Desde hace varios años nos dedicamos especialmente al público femenino, y notamos que hay comportamientos que se repiten

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