Limbo

Agustín Fernández Mallo

Fragmento

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Índice

 

Portadilla

Índice

0. El gran salto

Capítulo 1

Capítulo 2

1. Matadero, ella

2. Eco, él

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

3. Informe del limbo

Créditos y agradecimientos

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

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0. El gran salto

 

 

 

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1

 

En el año 1924, el joven físico Werner Heisenberg obtiene una beca para trasladarse a Copenhague; su deseo es trabajar a las órdenes del por entonces pope de la física cuántica, Niels Bohr. En ese momento aún falta una teoría completa que dé cuenta del modo en que los electrones saltan de una órbita a otra en los átomos. Werner Heisenberg alberga una serie de intuiciones al respecto que, por descabelladas, no se atreve a verbalizar ante sus mentores. Años atrás le había oído decir a Bohr «al llegar al mundo de los átomos, al científico no le interesa tanto hacer cálculos como crear imágenes». Palabras profundamente fijadas desde entonces en la mente de Heisenberg, quien las interpreta como «el científico ha de crear intuiciones».

A principios de junio de 1924, Heisenberg sufre un ataque de fiebre del heno. A fin de curarse decide pasar diez días en la solitaria y rocosa isla de Helgoland, mar Báltico, donde, a falta de plantas, con total seguridad estará a salvo del polen que le activa la fiebre. Se traslada con libros de física, abundantes notas que durante aquel año había ido desarrollando por su cuenta, y un libro de Goethe. Debido a la alergia, su cara presenta grandes hinchazones, lo que le hace ganarse una reprimenda de la dueña de la pensión donde se aloja, quien piensa que el aspecto del rostro es producto de alguna pelea; teme que aquel alemán resulte un huésped problemático.

Heisenberg se concentra entonces en los problemas de física atómica que en aquellos años preocupan a la comunidad científica internacional. Es capaz de encadenar dos sesiones al día de más de seis horas cada una; cuando necesita descanso da largos paseos o se baña en el mar, a pocos minutos de la pensión. Aún hoy no está claro qué fue lo que ocurrió durante aquellos diez días, pero sí que una madrugada sufrió una especie de iluminación. Él mismo, años más tarde, dejaría por escrito en sus Diálogos:

 

Cuando vi que mi desarrollo matemático confirmaba la Ley de Conservación de la Energía, caí en una excitación que me hacía cometer continuos errores al mismo tiempo que proseguía los cálculos. Eran las tres de la madrugada cuando por fin el resultado definitivo estuvo completo ante mis ojos [...]. No podía ya tener dudas ni de la corrección matemática ni de la unidad completa de la mecánica cuántica insinuada en mi trabajo [...], quedé profundamente conmocionado, a través de la superficie de los fenómenos atómicos mirábamos hacia un fondo de belleza fascinante, casi pierdo el sentido, no podía conciliar el sueño. Por eso, con las primeras luces del alba, salí de la casa y me dirigí a la punta meridional de la isla, donde una roca en forma de torre solitaria que se adentraba en el mar había despertado en mí las ganas de escalarla. Lo hice y esperé sentado en su cima la salida del sol.

 

Envuelta en esa épica, lírica —y más tarde dramática—, acababa de nacer la mecánica cuántica moderna. Heisenberg contaba entonces con 23 años de edad. Debió su éxito a, tal como le había sugerido Bohr, «crear una intuición». En este caso, la intuición fue la siguiente: entender cómo es el mundo fijándose únicamente en los estados iniciales y finales de las cosas, sin preocuparse de cuanto ocurre en medio de ambos.

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2

 

Tres años más tarde —el 22 de marzo de 1927—, en un artículo de tan sólo 27 páginas publicado en la revista Zeitschrift für Physik, el aún joven Werner Heisenberg enuncia su conocido Principio de Incertidumbre, lo que le catapultaría al altar de la Historia de la Ciencia. En todas las consultas que en el futuro se harían a fin de elaborar la lista de los 10 físicos más importantes de la Historia, Heisenberg aparecerá siempre en quinto lugar, sólo después de Einstein, Newton, Maxwell y Bohr.

De todos los testimonios de la gente con quien trató, así como de sus propios escritos, se desprende sin fisuras lo que los biógrafos dan hoy por aceptado: Heisenberg no era nazi, pero sí profundamente nacionalista. Cierto que muestra su desacuerdo con la ex

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