Textos costeños 2

Gabriel García Márquez

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

El 9 de abril de 1948, hacia la una de la tarde, el líder liberal y populista Jorge Eliécer Gaitán cayó bajo las balas de un desconocido al salir de su oficina de abogado, situada en la carrera Séptima, cerca del cruce con la avenida Jiménez de Quesada, en pleno centro de Bogotá. Gaitán falleció media hora después. La noticia —del atentado, primero, y de la muerte, posteriormente— desató el furor vengativo y desesperado de las masas populares que se lanzaron a una insurrección espontánea y desordenada, con un muy elevado saldo de muertos, saqueos, incendios y ruinas. Fue el llamado «Bogotazo», que en realidad tuvo su eco sangriento en todas las ciudades y pueblos de alguna importancia de Colombia. El país entraba así, de manera notoria, en el ciclo conocido como «la Violencia», un ciclo cuyo engranaje en realidad había empezado a funcionar dos años antes, con el acceso de la minoría conservadora al poder presidencial.

En ese marco histórico se sitúa el ingreso de García Márquez al gremio periodístico. Era una consecuencia directa, si bien entonces imperceptible, del «Bogotazo». El escritor principiante (en los meses anteriores había publicado tres cuentos en el suplemento literario de El Espectador de Bogotá) cursaba el segundo año de derecho en la Universidad Nacional.1 Clausurada la universidad a raíz de los motines del 9 de abril, García Márquez nada tenía que hacer en la capital, y optó por regresar a la Costa Atlántica, región de donde era oriundo. Estuvo primero en Barranquilla, la principal ciudad de la Costa, donde había vivido unos años con sus padres2 y donde había cursado los dos primeros años de secundaria, en el colegio de jesuitas de San José.3 Como también en Barranquilla la universidad estaba clausurada, decidió seguir hasta Cartagena, una ciudad que hasta entonces no conocía, porque allí la universidad abría nuevamente sus aulas. Allí efectuaría García Márquez las gestiones necesarias para el traslado de su matrícula estudiantil.

Según recuerda,4 se encontró casualmente en una calle de Cartagena con un destacado intelectual costeño, el médico y escritor Manuel Zapata Olivella, y éste fue quien lo llevó a la sede del recién fundado diario local, El Universal,5 donde tenía amigos. Esa casual y decisiva toma de contacto debe situarse hacia el 18 o 19 de mayo de 1948. En efecto, el día 20, en la sección «Comentarios» de la página editorial (la página 4.ª de El Universal, donde saldrían todas las notas firmadas por García Márquez y quién sabe cuántas notas anónimas redactadas por él) apareció un texto atribuible al jefe de redacción, Clemente Manuel Zabala, que daba la bienvenida al joven escritor e inminente periodista. Como más tarde lo haría Alfonso Fuenmayor en Barranquilla, el autor de la nota relievaba el prometedor talento literario del recién llegado. Decía así la nota, titulada Saludo a Gabriel García:

Un día Gabriel García Márquez salió a la orilla del Mojana y se dirigió a Bogotá llevado por su ambición de aprender y de abrir a su inteligencia más amplios y nuevos caminos a su inquietud (sic). Allá ingresó a la universidad a familiarizarse con las disciplinas de la jurisprudencia y, quedando en su curiosidad intelectual una zona libre, le dio ocupación en el noble ejercicio de las letras. Fue así como, aliado del código, hizo sus incursiones en el mundo de los libros y atenaceado por las urgencias de la creación, publicó sus primeros cuentos en El Espectador. Fueron aquellas primicias de su ingenio una revelación y Eduardo Zalamea, gran catador y gran mecenas de las bellas letras, le hizo llegar su palabra de animación y le abrió irrestrictamente las páginas de su insuperable magazine.

Hoy, Gabriel García Márquez, por un imperativo sentimental, ha retornado a su tierra y se ha incorporado a nuestro ambiente universitario tomando una plaza en la Facultad de Derecho, donde continuará los estudios que comenzara con tan halagadores éxitos en la capital.

El estudioso, el escritor, el intelectual, en esta nueva etapa de su carrera, no enmudecerá y expresará en estas columnas todo ese mundo de sugerencias con que cotidianamente impresionan su inquieta imaginación las personas, los hombres y las cosas.6

Al día siguiente, es decir el 21 de mayo de 1948, apareció en El Universal de Cartagena el texto inaugural de la larga, nutrida y brillante trayectoria periodística de Gabriel García Márquez, primera entrega de su poco duradera columna de «Punto y aparte».

Colaboró García Márquez en El Universal el resto del año 1948, y el año 1949, al menos hasta su viaje a Barranquilla, en diciembre de ese año. Al mismo tiempo cursó segundo y tercer año de derecho, sin ser un estudiante ejemplar en cuestiones de asiduidad.7 Su producción firmada en El Universal resulta más bien escasa en total: en más de año y medio son solamente 38 notas identificadas por las iniciales G. G. M. o por su firma completa. Lo más abundante de su colaboración en el diario cartagenero se sitúa en una anónima labor de redacción, difícil o imposible de reconocer y atribuir, en la medida que el estilo de García Márquez no se había definido aún, cuando más que —según recuerda— su jefe de redacción tachaba despiadadamente y reescribía fragmentos enteros de las notas que habían de salir anónimas, cada vez que le parecía insuficiente la calidad estilística.

Sobre lo que fueron las actividades de García Márquez en El Universal, nos suministra valiosos datos —además de las 38 notas identificadas— una nota anónima (atribuible, más que al jefe de redacción, al periodista, poeta, pintor y futuro novelista, Héctor Rojas Herazo) aparecida siempre en la sección «Comentarios» de la página 4.ª, el día 30 de marzo de 1949.

Por problemas de salud, García Márquez tiene que retirarse momentáneamente del periódico y viajar a Sucre donde reside su familia. Esa nota, titulada Gabriel García Márquez, se refiere a su actividad periodística en los siguientes términos:

La ausencia temporal de García Márquez de las tareas diarias deja un hueco fraterno en esta casa. Todos los días, su prosa transparente, exacta, nerviosa, se asomaba al cotidiano discurrir de los sucesos. Sabía, del heterogéneo montón de noticias, seleccionar con innata pulcritud de periodista de gran estirpe las que —por sus proyecciones y posibilidades— pudiesen brindar un mejor alimento a los lectores matutinos. Su estilo se impuso rápidamente en nuestro medio. Tiene, para ello, a más de un cultivado buen gusto, recursos verdaderamente maestros, obtenidos en sus disciplinas de cuentista y novelista.

Estas líneas contienen, una vez más, una cálida alusión al talento literario de García Márquez (y en el párrafo posterior se dirá también «que es hoy por hoy el primer cuentista nacional y que, en los intermedios de su trabajo diarístico, ha ido preparando con ejemplar tenacidad una novela de poderosa e inquietante respiración») y subrayan más que todo sus capacidades de redactor —tenemos que recordarlo—: más bien de anónimo redactor. La mención de su aptitud para «seleccionar... las [noticias]... que pudiesen brindar un mejor alimento a los lectores matutinos», deja además sospechar que García Már

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