El juguete rabioso

Roberto Arlt

Fragmento

Anochecía en mi espíritu

Una idea se nos instala primero en la cabeza y después en nuestros corazones. Empezamos a evaluar si se va a poder concretar o no. Nos metejoneamos con ella. Nos hacemos ilusiones. Nos enamoramos perdidamente. Daríamos todo por poder llevarla a cabo. Y cuando caemos en la cuenta de lo que ese TODO literalmente implica, finalmente nos terminamos echando para atrás. Es lo que nos pasa a la mayoría una y otra vez. ¿Por qué desafiar el orden establecido? ¿Para qué ir contra la corriente? Una cosa es manifestar a grito pelado esa insatisfacción. Y otra muy distinta es hacer algo que fehacientemente pueda dar un giro de ciento ochenta grados en nuestras vidas.

El periodismo y la literatura saben contar y destacar las historias de aquellos que se animaron a patear el tablero; los sucesos llevados a cabo por esas personas que terminamos admirando, envidiando o cuestionando por haber logrado lo que nosotros imaginamos, anhelamos y no fuimos capaces de realizar. Día tras día nos vamos alimentando de esas hazañas y aventuras con las que el mismísimo Roberto Arlt creció y que, como periodista y escritor, tecleó afiebradamente en su máquina de escribir.

El juguete rabioso es inaugural en su obra. El adolescente Silvio Astier es un ladroncito con una ingenuidad aventurera que irá perdiendo paulatinamente como Aquiles en su carrera contra la tortuga. Silvio va a aprender que en la calle la confianza es lo que mata. Y no las balas. Pero antes de que le llegue ese veneno y se asuma como un malhechor más, va a querer diferenciar a los suyos y a él mismo en esa cruzada que planea llevar adelante. Ellos serán los orgullosos miembros del Club de los Caballeros de la Media Noche. Andarán armados y hasta tendrán cariño y veneración por sus revólveres, pero no serán esos revólveres empuñados lo que irán enrostrando a sus víctimas/adversarios sino su educación, sus ansias de saber, sus anhelos de triunfar. Incluso alguno será lo suficientemente delirante como para proponer organizar sedes del club en todos los pueblos de la república y Astier sabrá frenar tanto entusiasmo ajeno priorizando lo que a él más le interesa.

Todo muy lindo hasta que la mamá le ruega a su nene, desesperada, que se ponga a trabajar. Que traiga un ingreso fijo para colaborar en la casa. Para Silvio, obedecer al mandato materno debido a las imperiosas necesidades económicas de su familia equivale a decir adiós a esos sueños cimentados en sus propias lecturas. Compungida, su madre le recalca: “Tú no quisiste estudiar. Yo no te puedo mantener. Es necesario que trabajes”, mientras Astier reniega y sufre: “¿Trabajar, trabajar de qué? Por Dios… ¿qué quiere que haga?... ¿Que fabrique el empleo…? Bien sabe usted que he buscado trabajo”. París, Londres, los libros y los escritores de ese continente al que tanto admira se vuelven por primera vez un territorio que jamás podrá pisar. Silvio se resigna a una muy temprana edad. Y esa amargura, esa negritud en su corazón, desata el diablo interior que todos tenemos, el jodido —jodidísimo— diablo interior de Silvio Astier.

Accediendo a la lectura más que nada por los libros que se vendían muy baratos en los kioscos de diarios y revistas, y venerando a un personaje de ficción como ese ladrón de guante blanco que fue Rocambole y a un escritor como Baudelaire por su biografía, Silvio endiosa la vida delictiva idealizándola con la curda propia del que bebe por primera vez cualquier tipo de alcohol de manera tal que se termina atorando antes que saboreando el trago. El hambre de Astier no es el mismo que sufre aquel que sale a robar por desesperación: la sed de Silvio pasa por no terminar siendo alguien más. Por no llegar a hacer algo extraordinario, rocambolesco. Por no poder transitar la bohemia y sus excesos. Ni poeta ni aventurero ni obra: maldito a secas. Maldito. Y punto.

El nene Astier quiere atajos. Ser. No hacer. Como todos, a una temprana edad, paciencia y sabiduría son lo que le falta cuando está convencido de sabérselas todas. Y así como siente una gran fascinación por la calle, también la subestima y le va perdiendo el respeto a ella y a quienes la transitan. Puede obsesionarse con sus elucubraciones y convencer a otros de lo que está pergeñando. Pero de ahí a llevarlo a la realidad… Lo que veníamos diciendo desde un principio con las ideas. Se vuelven una quimera. Soluciones mágicas cada vez más lejanas.

Cuando Silvio llora “pensé que nunca sería como ellos”, no está hablando de literatos y de malhechores sino de gente de buen pasar económico, propietaria de bibliotecas que para él representan verdaderas fortunas. Astier se ve involucrado en el desvalijamiento de varias de esas mansiones, y nota con desprecio que algunos de sus cómplices no poseen la capacidad de valorar lo que son esos libros. He aquí, y luego en la imprevisibilidad de su accionar en los tramos finales de la novela, donde Astier encuentra descendencia en el Carlos Robledo Puch ficcionalizado por Sergio Olguín y Rodolfo Palacios para la película de Luis Ortega El Ángel. Ese rey extraño, “un rey de pelo largo” —como reza la canción leit motiv del film—, es otro al que no se le podía adivinar su próximo movimiento. Tanto lectores como espectadores caemos ante el hechizo de estos personajes. Nos atrae su impunidad. Ese ir contra toda norma. El cruzar todos los límites. Que puedan coquetear con la locura.

Durante la gesta y el penar de Astier empieza a germinar otra idea que va a terminar eclipsando y hasta haciendo olvidar la primera que supo ser motor. Idea que lamentablemente sí va a concretar. Juan José de Soiza Reilly, al que Arlt cita con cariño y admiración al mencionar su reportaje a los “apaches” emigrados de Francia a Buenos Aires, y luego de forma más indirecta en el último capítulo (subrayadamente bautizado como “Judas Iscariote”), posee un cuento titulado “Jesucristo. El alma de los perros”. Soiza Reilly, mediante una fábula, se nutre de una jauría para reescribir sucesos bíblicos que van desde el Getsemaní hasta la crucifixión y reflexiona sobre la figura de Judas más allá de lo que la religión y la historia le han atribuido al Iscariote: un ser anodino que como todo pobre Cristo está condenado al linchamiento.

De ahí la conclusión de Astier, consciente de que ha delatado a uno de sus maestros en el lumpenaje, a una persona por la que sentía fascinación: “Y estaré solo, y seré como Judas Iscariote”. Y se desnuda. Como si se estuviera desvistiendo en una consulta médica para mostrar la enfermedad que lo está carcomiendo en su interior: el odio en el alma y una rabia con la que no se debe jugar. “Anochecía en mi espíritu”, había anticipado.

Todos hemos tenido nuestro momento Silvio Astier. Pero cada uno sabe qué es lo que hizo llegada la instancia en que se nos plantó esa segunda idea. La de la condena de “una mirada triste, sarna en el pellejo y un pedazo de Jesús en el estómago”, al decir de Soiza Reilly, que nunca iba a ser un buen bocado por más que estuvimos realmente convencidos al darle con todas las ganas flor de ta

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos