La trastienda de la escritura

Liliana Heker

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

A Ernesto, siempre

La literatura trata de todo lo humano y los humanos estamos hechos de polvo; si uno desprecia mancharse de polvo, no debería ponerse a escribir.

FLANNERY O’CONNOR

Me gusta tratar las palabras como el artesano trata la madera o la piedra: tallarlas, moldearlas, cepillarlas y pulirlas hasta conseguir el diseño o la fuga de sonido que exprese algún impulso lírico, alguna duda o convicción espiritual, cierta verdad vagamente entrevista.

DYLAN THOMAS

Palabras preliminares

En 1991, a pedido de un suplemento cultural, publiqué un texto que se llamó “La trastienda de un cuento”. Por primera vez ponía por escrito una práctica que, en talleres o en charlas, venía ejerciendo desde mucho tiempo atrás: indagar los móviles ocultos, las intervenciones del azar, las búsquedas, coartadas y manías que intervienen en la escritura de una ficción. En suma: ahondar en mi propio secreto —¿a través de qué otro quehacer íntimo, si no, conseguiría colarme en los entretelones del proceso creador?— y, hasta donde me fuera posible, comunicárselo a otros.

Aunque en textos aislados volví sobre la cuestión, y aunque la idea de abordarla con más amplitud aleteó varias veces entre mis menesteres —acerca de postergaciones como esta y otros vicios también hablo en estas páginas—, recién a principios de 2017 supe por fin que iba a encarar un libro en el que, desde diversos ángulos, trataría de acercarme a la construcción de ficciones. En ese momento solo tenía en firme el título y una determinación: no iba a ser una obra didáctica.

No hay recetas ni verdades inmutables para la escritura de un cuento o una novela. Lo que de verdad vale son los descubrimientos que hace un autor determinado y le abren camino hacia la ficción que quiere escribir. Todo lo que otro, desde afuera, puede intentar es promover de algún modo esos descubrimientos. Y ya que un libro supone siempre la distancia con el interlocutor, lo único que me sentí capaz de hacer —lo que finalmente hice— fue narrar mis propias búsquedas, tropiezos y convicciones a propósito de la escritura, el deslumbramiento que me provocaron ciertas lecturas, varios hallazgos ajenos de los que fui testigo.

Sé de antemano que cada lector entrará en el relato como le parezca, tal vez solo deseando conocer algunos entresijos de un oficio con misterio. O de una de sus oficiantes. Porque tengo que admitir que, en buena medida, lo que resultó fue un testimonio de vida; de la parte de mi vida vinculada a la escritura de ficciones. Teniendo en cuenta que produje mi primer cuento a los diecisiete años y terminé el más reciente a los setenta y tres, el segmento resulta, al menos, extenso. Si además se considera que en la trama de un cuento o de una novela suelen filtrarse —o abiertamente se despliegan— vivencias y locura propias, y que en los accidentes de su escritura interviene muchas veces el entorno, se podrá inferir que la porción de mi vida que se expone acá no es del todo imperceptible. Tampoco lo es, creo, mi concepción de la literatura. No me gustan los libros asépticos. De un modo subrepticio —o no tanto— mi idea de lo que espero de un hecho literario está presente cada vez que me refiero a “trabajar una ficción”, propuesta que, según me parece, atraviesa todo el libro.

Cuatro textos fueron escritos hace tiempo: “La corrección como acto creador”, “A propósito del prestigio” (los dos publicados en la revista La Balandra), “Los talleres literarios” (que integró el número especial de Cuadernos Hispanoamericanos “Cultura argentina: de la dictadura a la democracia”), y “Memoria y ficción” (una conferencia que di en la Universidad de York, Canadá, en 1994). Los incluí porque tienen bastante que ver con el resto y tal vez lo complementan. También incorporé el texto que un día se llamó “La trastienda de un cuento” (ahora titulado “De la obsesión a la trama: acerca de ‘Cuando todo brille’”) y que fue el origen de este libro. Los otros textos los fui escribiendo —o en algún caso reescribiendo— y armando consciente de que estaba componiendo una totalidad. Totalidad que se me desbordaba por los cuatro costados; la ficción y sus recursos —dichosamente pude comprobar una vez más— son inagotables e imprevisibles. Me limité a ciertas cuestiones que me parecen recurrentes y a otras que, arbitrariamente, me tironeaban.

De algún modo este libro, para mí, es un acto. Hay algo que fui amasando con los años y que necesitaba ofrecer. Está hecho. Ahora, en una nueva in

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