Mezclados y agitados

Antonio Jiménez

Fragmento

jOrGE

BArón BIZA:

el soplAdo cordoBés

La madrugada del 9 de septiembre de 2001 en que Jorge Barón Biza saltó por la ventana del duodécimo piso en el que vivía, en el barrio de Nueva Córdoba, tras haberse oído música clásica durante toda la noche según el testimonio de los vecinos, no hacía sino poner el punto final a una tragedia ya escrita. Él mismo ironizaba al respecto: «Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En una secuencia como esta quedó atrapada mi soledad».

Toda su vida parece marcada por una experiencia dramática. Tuvo lugar el 16 de agosto de 1964. Ese día, sus padres, separados, se reunieron con sus abogados en el que había sido el domicilio conyugal, en la calle Esmeralda de la capital cordobesa, para cerrar el acuerdo de divorcio. En principio, nada extraño parecía suceder. El anfitrión ofreció unos whiskies a los presentes y se acercó con un vaso lleno de líquido a su, todavía, esposa. En vez de entregarle el recipiente le arrojó su contenido a la cara. El vaso contenía ácido sulfúrico. Los abogados, inmediatamente, trasladaron a la víctima al hospital donde la encontró el hijo. Tras desfigurar a su esposa, Raúl Barón Biza huyó de la casa, según unas fuentes; según otras se sirvió un whisky. Lo que sí está comprobado es que al día siguiente, tras

Jorge BArón BizA

forzar la cerradura, la policía lo encontró muerto en la cama con un disparo en la sien. Es el primero de los suicidios en el clan de los Barón Sabattini. Su cuerpo descansa bajo un olivo situado a pocos metros del monumento funerario que mandó construir en una finca de su propiedad en honor de su primera mujer: Rosa Margarita Rossi Hoffman, nacida en Suiza y que alcanzó fama internacional como actriz en las producciones de la UFA con el nombre artístico de Myriam Stefford. Tras un accidente del avión que pilotaba en Marayes, provincia de San Juan, Raúl Barón Biza mandó construir en el paraje Los Cerrillos, situado al costado de la ruta provincial 5 que une Córdoba con Alta Gracia, un enorme obelisco de cemento que alcanza los ochenta y dos metros (otros quince de sedimentación quedan bajo el suelo) que representa un ala de avión. Es el mausoleo más grande, todavía hoy, de Argentina. Allí, a seis metros bajo tierra, se encuentra la cripta de la aviadora, en la que, según la leyenda, fue enterrada junto a sus joyas, incluido un legendario diamante de cuarenta y cinco quilates llamado Cruz del Sur.

Jorge Barón Biza (1942-2001).La Voz del InteriorEl desierto y su semillaPor dentro todo está permitido.

soplAdo cordoBés

El desierto y su semilla, novela hoy mítica, usa como base argumental esa impactante experiencia familiar y el tratamiento al que se sometió Rosa Clotilde Sabattini en Milán para la reconstrucción de su cara y del resto del cuerpo dañado en aquel ataque. Se publicó en 1997 y la edición tuvo que costearla el propio autor. Solo pudo escribirla tras el fallecimiento de su madre, que se suicidó lanzándose por la ventana del mismo piso de la calle Esmeralda donde sufrió la agresión de su marido el 25 de octubre de 1978. Todo demasiado perfecto, demasiado cerrado como para haber nacido de la imaginación de nadie.

Todos estos hechos dejaron una profunda huella en la vida de Jorge Barón Biza, que siempre firmó sus cartas personales como Barón Sabattini, y posiblemente fue el detonante de los episodios de alcoholismo que sufrió toda su vida. No le dejó satisfecho, tampoco, la recepción que tuvo su novela, demasiado apegada a la intensidad emocional y autobiográfica y poco atenta a la calidad y riesgo formales de la propuesta. La vida académica y cultural cordobesa no terminó nunca, tampoco, de aceptarlo porque, entre otras razones, lo creían rico sin saber que su padre, antes de suicidarse, había dilapidado la fortuna familiar. Poco después del suicidio de su hermana María Cristina, él mismo acabó con su vida, cumpliendo así una unánime y triste costumbre familiar.

En la obra de Barón Biza

En la clínica le dieron un calmante y dejó de gemir. Se la llevaron a la sala de primeros auxilios y me invitaron con un whisky en la minúscula, aséptica cafetería. Cuando pedí el tercero, me miraron de mal modo en lugar de alegrarse porque les había caído un buen parroquiano; los otros los tomé en el bar de la esquina. Siempre hay cerca de las grandes clínicas algunos bares que sirven de límites entre el desinfectante y el hollín; fronteras en las que, a los horrores de la vida que nos han empujado hasta allí, oponemos los horrores que nosotros mismos hemos cultivado con empeño. Todo esto lo supe después.

Durante cuatro meses volví todos los días a ese bar, varias veces por día, pero nunca pude entablar conversación con nadie. Allá no

Jorge BArón BizA

pude —en ciento veinte días— hacer avances sobre ninguna de las enfermeras y mucamas que se citaban con sus amigos para escapar del ámbito de la clínica. Me resulta difícil establecer si nadie quería hablar conmigo por alguna reciente cualidad que oscurecía mi persona, o si era yo quien rechazaba ese lugar en el que practicantes y enfermeras se besaban después de tapar una cara con una sábana.

El desierto y su semilla

soplAdo cordoBés

Pese a que muchos tienden a pensar que Argentina es tan solo Buenos Aires, en realidad hay un inmenso país detrás de esa maravillosa capital. Córdoba, situada en medio del país, es la gran urbe del interior. Literariamente hablando destaca, sobre todo, por ser la cuna de uno de los grandes referentes de la literatura argentina: Leopoldo Lugones. Y, de un tiempo a esta parte, han ido ganando renombre y prestigio dos autores casi desconocidos en vida, pero interesantísimos, que obligan a replantear la historia literaria reciente del país. Me refiero, por supuesto, a Jorge Barón Biza y a Juan Filloy. Dentro de las generaciones más jóvenes de narradores hay nombres interesantísimos también: Federico Falco, Luciano Lamberti, Pablo Natale o Hernán Arias, por ejemplo.

Todo este repaso a la literatura cordobesa tiene que ver con el cóctel elegido para acompañar a Barón Biza en esta fiesta: el soplado cordobés. Para preparar un soplado cordobés es necesario tener una bebida con una historia particular. Se trata del fernet.

La inventó Bernardino Branca en 1845 a base de combinar hierbas, raíces y frutos en un destilado que, muy pronto, comenzó a ganar el favor del público. Además de sus virtudes como licor, sus ingredientes lo hacen adecuado para tratamientos caseros de gastroenteritis, molestias menstruales, cólicos infantiles e, incluso, el cólera. Son, precisamente, las clases populares italianas que emigran hacia América las que llevan consigo la costumbre de consumir fernet.

soplAdo cordoBés

Los modos de asentarse en las tierras americanas siguieron, y es algo muy curioso, una lógica de modo casi constante: ocupar terrenos con características similares a las de los lugares de origen. Por ejemplo, en Argentina, los emigrantes napolitanos y genoveses, acostumbrados a la vida portuaria, se quedaron en Buenos Aires, mientras que los lombardos, hechos a los valles y la baja montaña, siguieron hacia el interior y se asentaron en las estribaciones de las sierras cordobesas. Quizá por eso el lugar con mayor consumo por

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