La última fiesta

Angeles Salvador

Fragmento

2.

Esta vez la prostituta es una chica argentina que contacté a través de una exmodelo argentina. Una mujer joven, con un cuerpo resistente, flaco, que dice ser prostituta desde hace un par de años. Se llama Luz Paredón. Fue una ocurrencia que surgió en la primera fiesta que hice después de mi divorcio, una ocurrencia de mi exmarido, que el día de la firma del acuerdo, ante los abogados de los dos, dijo muy determinado: “Miren, en toda buena fiesta no puede faltar hielo y una prostituta contratada, en esta fiesta solo hubo hielo”. A lo que yo contesté con la negativa a firmar todos los puntos que habían acordado las partes —nuestras partes ahora eran dos abogados— y poniéndome de pie sin control, por lo que la firma se atrasó un mes más. Lo tomé como tip —me quedé atragantada—, después de todo, Guillermo era un gran anfitrión.

Para no fallar, en la primera fiesta posdivorcio, llamé a una chica, Ruty, que no hizo nada en toda la noche porque guardé tanto el secreto que nadie se le acercó ni se dejó satisfacer por sus contorsiones. En realidad, el arreglo económico no fue claro. Yo le había adelantado una cifra corta pensando que ella cobraría aparte y según su tarifario a cada uno de los que interceptara, entonces resultó poco y Ruty no brilló, le alcanzó con el pago por adelantado y con caminar por la sala o pestañear en un rincón.

Luz Paredón llegó a Punta anoche. Durmió en el hotel San Marcos. A la mañana nos encontramos en Ramona para desayunar y ultimar directivas. Directivas que no son tales. Me interesa que me vea la cara y verla moverse un poco. Llevarse la taza de café a la boca, o no llevársela, me interesa intuirla lo suficientemente puta y desconfiada.

Me cae bien. Está vestida con un solero corto y blanco que le deja transparentar una bikini triángulo de color verde fosforescente. En la nuca sobresale el moño de los breteles que sujetan el corpiño. Tiene el pelo largo muy rubio y muy lacio, atado en una colita, y usa anteojos negros. La boca pintada de color marrón. Se pide un desayuno denominado De la Punta, que trae de todo. Me dice que hace una sola comida al día y a primera hora, y que ese es su secreto para estar flaca y con la panza chata durante la noche. Habla en voz muy baja. Con cada bocado que con la mano se lleva a la boca —no toca los cubiertos, y eso me encanta— sonríe, como si el hecho de comer tanto fuera una picardía enorme que hay que dejar pasar.

Yo había desayunado en casa. Elijo un bloody mary con wasabi y un café. Luz pide probar mi trago, como una nena que le pide helado al hermanito. Los hombres, argentinos que desayunan leyendo La Nación, la miran mucho, aunque a mí también, pero a ella más, porque se nota que es una escort. Me dice que está contenta de haber salido un poco de Buenos Aires, le pregunto si ya conocía Uruguay y me responde que sí. Que había venido en el invierno a un congreso de agronomía como acompañante para unas fiestas de una empresa de fertilizantes agrícolas. Que le había ido muy bien porque cobró en dólares. También, algunos fines de semana largos, había venido en el yate de un buen amigo, un yate espectacular, con todo a bordo, pero la pasó mal, tuvo que tomar Dramamine por el mareo insoportable y terminó la mayor parte del tiempo dormida, y el amigo se aburrió.

A medida que la mañana pasa está más hermosa, mucho más que en las fotos. Se ve que ese shock de alimentos le cambia el humor y hace que se le hinche la boca como si de pronto tuviera un bótox mal hecho. Hacemos el arreglo. Luz tiene la prudencia de no preguntar primero y yo saco el tema.

—La fiesta es esta noche. El clima va a estar bárbaro. Calor y poco viento. El guardavidas ya me vaticinó bandera verde toda la noche. Si te parece bien, cuando termines de desayunar vamos al hotel, buscás tus cosas y ya te llevo para La Finca. En casa tenés una habitación lista, podés tomar sol, meterte al mar, dormir un rato y prepararte para la noche. De paso me mostrás los vestidos que trajiste y elijo. Ya mismo te doy este cheque por la molestia de haber venido hasta acá. —Lo saqué de mi bandolera y se lo di en la mano—. Quiero que sepas que puede ser mucho más, pero que no podés pedir propinas a mis invitados. Quiero que estés muy mona; sos muy mona. Vas a tener lugares delimitados donde llevar a mis amigos. Un cuarto, un baño, la biblioteca y el retablo de la playa. Te aclaro que no va a ser una orgía. Es mi cumpleaños, no una orgía. No quiero que te penetren, ocupate de hacerlos acabar y esa es toda la diversión.

Pongo la tarjeta para el check out del hotel y me imputan los cargos de un room service sin detallar por treinta y dos dólares. Luz baja con una valija con ruedas pequeña, dura y plateada, con una campera de cuero negro corta, anteojos negros redondos y una bandana espiralada en la frente de color rojo. En Punta del Este todo queda bien, pienso, aunque estés a cara lavada, en las buenas o en las malas. Subimos al auto, y manejo en silencio, concentrada en la lista de pendientes de la noche. Vamos a cien por la rambla, hasta el puerto a buscar las ostras que había encargado. La vista fija en el camino ondulante que me sé de memoria, las curvas y los cambios de frente del horizonte, que todavía me marean. Si miro un poco más allá, veo barcos y yates que aparecen y desaparecen y se agrandan cada vez más. Es una mañana sin viento y sin nubes. El cielo está turquesa y el mar tiene olas bien formadas. Luz mira por la ventana con la vista fija en las palmeras que pasan a nuestro alrededor, pero en cuanto me pongo a mi velocidad crucero se queda dormida con las manos juntas sobre el pecho.

Subo los vidrios y prendo el aire acondicionado porque empieza a hacer calor.

Clark’s
22 de octubre de 1998, noche
Lomo Clark’s, clam chowder, dos cafés, cuatro aguas con gas, vino

—Este clam chowder es una mierda.

—¿Qué sabés?

—Son malas las vieiras.

—Pasame una.

—¿Querés más?

—No.

—¿Pedimos la cuenta?

—Sí.

—El chiste que hice sobre el Color no lo entendiste, ¿no?

—Sí, lo entendí.

—No te dio risa.

—Sí, me dio.

—Pero no te reíste.

—A Antonio ya se le fue el tren, no creo que se recupere políticamente hablando.

—Digo si entendiste el chiste.

—Te digo que sí.

—Pero no fue bueno.

—¿Pediste la cuenta?

—No.

—¿Lo ves al mozo?

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