La quimera del Hombre Tanque

Víctor Sombra

Fragmento

cap

Éste es el hilo que sostienes cuando ignoras el paso siguiente.

PEDRO TENA, Minotauro

 

Parado frente a la ventana de un cuarto que daba a un río desaparecido, sobre unas casas grises, un ángel pensaba en los cuerpos de agua que habían sido, oía en la distancia la historia de su niñez perdida. El río corría en el ayer, que es un futuro hacia atrás.

 

HOMERO ARIDJIS,
«La última noche del mundo»

 

 

Por lo que fue el sureste de Polonia,

bajo una gran tormenta, entre la nieve,

de los cincuenta niños

las noticias se pierden.

Con los ojos cerrados,

dentro de mí los veo como vagan

de una casa en ruinas

a otra bombardeada.

Y al caer el ocaso, ya sus caras

no parecen iguales.

Ahora veo caras de otros niños:

españoles, franceses, orientales…

 

BERTOLT BRECHT,
«La cruzada de los niños»

cap-1

DURRY

cap-2

I

Durry descolgó el teléfono en la oscuridad.

—Dime, Gao Yi.

—Lo tenemos —dijo Gao Yi, y enseguida, antes de que Durry pudiera preguntarle qué tenían, añadió—: Tenemos al Hombre Tanque.

Durry se acercó a la ventana. Sabía quién era el maldito Hombre Tanque, por supuesto, pero no qué quería decir que lo tuvieran, ni quiénes lo tenían. Su mirada recorría el jardín al pie del edificio, como si el Hombre Tanque fuera a aparecer por allí, un cuarto de siglo más tarde, con las bolsas de plástico en la mano, deteniendo siempre la misma mole reluciente de acero y wolframio, pero emergiendo ahora a la luz de las farolas, en la apacible encrucijada entre dos senderos arbolados del parque científico Ideón, en Lund, al sur de Suecia, y no en la confluencia de la avenida de la Paz Eterna con la plaza de Tiananmen.

—Tenemos al Hombre Tanque —repitió Gao Yi, pero Durry permaneció en silencio.

Imaginaba a Gao Yi en su despacho, pegándose las gafas de pasta negra a la cara, andando de un lado a otro, sorteando para ello pilas de libros en distintos idiomas y una maraña de regalos oficiales: cuencos mongoles para la preparación del queso, una reproducción en barro de colores de las mezquitas de Samarcanda, dos o tres cojines tayikos y un asiento otomano. Y en una de las paredes, sobre la puerta, la estampa que le mostró un día como ejemplo de que había un corazón comunista en el budismo: una cabra sobre el lomo de un elefante, y encima de aquélla una serpiente que alcanzaba con sus fauces abiertas la fruta roja del árbol. Ése era el recorrido de Gao Yi mientras duraba la llamada, veinte metros de obstáculos, ida y vuelta alrededor del mundo, mientras él permanecía pegado a la ventana, entre la oscuridad de la habitación del hotel y la del parque que se extendía fuera.

—El Hombre Tanque era un estudiante de la Universidad de Beijing apodado Rana —aseveró Gao Yi—. Salió de China a fines de junio de 1989, apenas una semana después del desalojo de Tiananmen. Lo hizo a través de Karachi, donde perdió todo contacto con otros exiliados. Mientras éstos viajaban a Estados Unidos o Taiwán él se marchó con su compañera a Bakú.

—¿Adónde? —preguntó Durry.

—A Bakú, la capital de Azerbaiyán —contestó Gao Yi.

—Extraño —murmuró Durry—. Entonces Azerbaiyán formaba parte de la Unión Soviética.

—Todo es raro en el Hombre Tanque, pero seguramente por eso ha tardado veinticinco años en salir a flote… —explicó Gao Yi—. En vez de exiliarse en Estados Unidos y vivir cómodamente de su pasado de disidente, se ha mantenido siempre oculto, sin desvelar su identidad, en un país insospechado.

—¿Quién le facilitó esa salida? —preguntó Durry—. No era fácil, y menos para un estudiante chino, entrar en la Unión Soviética en aquella época.

—Un compañero extranjero de la Universidad de Beijing, un tal Adiyev, sobrino segundo de su homónimo, el entonces secretario general del Partido en Azerbaiyán… Adiyev, Adi, le llamaban entonces, le consiguió un visado para salir de China en el 89 y le habría estado protegiendo todos estos años —explicó Gao Yi—. Como sabes, los Adiyev siguieron en el poder tras la caída del muro. El hijo sucedió al padre como en una verdadera dinastía oriental. Nuestro Adi ha jugado un papel clave en el desarrollo de la industria local del petróleo, aunque parece que ahora ha caído en desgracia…

—Lástima… —musitó Durry, mirando el reloj al tiempo que cruzaba el cuarto a oscuras para acercarse a la puerta.

Se sentía enfrentado de nuevo al discurso imprevisible de su viejo amigo; incapaz, como siempre, de determinar cómo seleccionaba la información que transmitía, que una y otra vez le adentraba en un espacio desconocido y no deseado.

—Esa falta de protección es la que ahora nos permite llegar hasta él —continuó Gao Yi—. El Hombre Tanque ha llevado durante estos veinticinco años la intendencia de una vieja plataforma petrolífera, pero desde hace unos meses se ha instalado en Bakú y está a cargo de una discoteca infame propiedad de su protector. Un nido de prostitución y delincuencia. La verdad es que con el tiempo se ha convertido en un personaje estrafalario: bigote, botas camperas y sombrero mexicano.

—No parece el comportamiento de un fugitivo —saltó Durry, y enseguida reconoció el tipo de pausa, acolchada con una especie de ronroneo, que empleaba Gao Yi antes de volver a la carga con un análisis exhaustivo.

Trató de decir algo, echarse atrás, pero era demasiado tarde.

—Quizá sí lo sea —afirmó Gao Yi—. Lo he estado pensando, y puede tratarse de la combinación de dos estrategias. La primera consiste en ocultar algo en el lugar más aparente que, por serlo, escapa a todo escrutinio. Se recibe al policía que investiga el robo de un diamante, se le invita a beber de la jarra de agua en cuyo fondo reposa la piedra. La segunda estrategia se apoya en otro vicio de la percepción social, el colgar etiquetas, preferentemente una por persona. En el colegio hice un esfuerzo para que no me colgaran la etiqueta del feo de la clase y recibir en cambio la del raro. Lunático, sabio despistado; una vez que conseguí esta apelación no había ya forma de colocarme la otra. Lo mismo con Rana. Si es el estrafalario chino mexicano no puede ser el luchador por la libertad de Tiananmen… Su cupo de atención social está cubierto. Es una cuestión de economía y sostenibilidad del trato, de viabilidad de las conversaciones. Ahí se oculta Rana.

—Es posible —respondió Durry—, pero en el fondo todo e

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