Cuentos escogidos

Camilo José Cela

Fragmento

cap-1

Nota sobre esta edición

La bien ganada fortuna que, muy tempranamente, alcanzó Cela como novelista eclipsó siempre su faceta como cuentista, que sin embargo nunca dejó de cultivar. Más de una vez declaró su devoción por este género, en términos a veces tan campanudos como los siguientes: «Creo que el cuento es algo así, o puede ser algo así, como la piedra de toque del escritor en prosa, como el fiel contraste de la buena ley —o de la mala— del hombre que, con la pluma al brazo, se dispone a luchar contra el mundo, a sujetarlo, a apresarlo, a hacerlo suyo, quizá no más que para saberse morir de espanto en un rincón». 

Como suele ocurrir con los narradores en ciernes, las primeras publicaciones de Cela, siendo apenas veinteañero, fueron cuentos y relatos cortos, aparecidos en revistas y periódicos de la época, a comienzos de los años cuarenta. Desde entonces ya nunca abandonaría esta modalidad de escritura. De hecho, el número de los volúmenes en los que, en el transcurso de seis décadas, Cela recogió sus piezas narrativas breves duplica —y hasta triplica, según cuál sea el criterio empleado— el de sus novelas. Claro es que a menudo resulta poco menos que imposible discernir, dentro de ese ingente caudal, los límites entre cuento, fábula, relato, cuadro, novela corta, viñeta, artículo o, ya puestos, ese subgénero propio que él mismo bautizó como «apuntes carpetovetónicos». 

Con motivo de reunir en un solo tomo, para la edición de sus Obras completas, todos los cuentos publicados entre 1941 y 1953, escribió Cela un texto preliminar en el que se extendía, con cierta prolijidad, «sobre el azaroso dédalo de los géneros literarios y sus huidizas y confusas lindes». A este propósito declaraba, «con la humildad necesaria», su ignorancia respecto al «funcionamiento de esa misteriosa maquinita aún no inventada que habría de servirnos —de existir y saber usarla— para bautizar, según las normas de una preceptiva que hoy por hoy es ciencia aún en pañales, todas y cada una de las páginas que hubiéramos de escribir». A lo que añadía: «Las moscas están clasificadas y descritas; y los minerales que se agazapan, misteriosos y ardientes, en el corazón de la Tierra; y las estrellas que ruedan por el cielo; y las flores que se crían en las praderas y en las altas montañas. Las cuartillas de los escritores, sin embargo, no se diferencian en géneros que puedan fijarse de un modo matemático, científico y desterrador de toda duda, ni se clasifican, tampoco, si no es de forma un tanto tosca y rudimentaria». 

Si esto es cierto en general, lo es mucho más por lo que toca a la obra entera de Cela y, dentro de ella, a la extensa provincia que ocupan sus textos breves de naturaleza más o menos narrativa. Ya en muchas ocasiones se ha dicho que, por encima de novelista, cuentista, articulista, cronista, ensayista o cuantas etiquetas quieran adosársele, Cela es prosista. Su prosa, en efecto, es un asombroso mecanismo capaz de integrar en una misma corriente de escritura toda suerte de registros y de elementos heteróclitos que se yuxtaponen sin solución de continuidad. El ejemplo extremo de este proceder es la única e interminable frase en que se despliega su novela Cristo versus Arizona (1988), donde convergen en una sola secuencia centenares de noticias y destinos perfectamente diferenciables. Con mucha menos ambición, las piezas breves reunidas en el presente volumen vienen a ser, se diría, las teselas de un mosaico en permanente formación. Por obra de un prodigioso arte de la estructura, este mosaico cuaja ocasionalmente en «configuraciones novelísticas». Ahora bien: si se tuviera la paciencia de desmontar convenientemente tales configuraciones, se obtendría, en la mayor parte de los casos, una buena cantidad de relatos y viñetas sin duda comparables a muchos de los que aquí se recogen. Baste considerar a este efecto un libro como Tobogán de hambrientos (1962), al que sólo una bien calculada estructura circular confiere su condición novelística. Tomados de uno en uno, sus diferentes capítulos poco o nada se distinguen de las piezas que componen títulos como Historias de España (1958) o como Historias familiares (1998). Los materiales, por así decirlo, vienen a ser los mismos, por lo que a nadie puede sorprender que se dé el caso de que algunas piezas publicadas en su día independientemente terminaran integrándose luego en cualquiera de las novelas de Cela. 

Por lo demás, Cela se desenvuelve con toda despreocupación en la indefinición genérica de cuanto escribe, que él mismo contribuye a complicar, acuñando para sus piezas breves todo tipo de etiquetas más o menos sugerentes o equívocas: engaños, invenciones, figuraciones, divertimentos, escenas... Tanto más difícil se hace, en consecuencia, dibujar los contornos del territorio narrativo del que la presente antología aspira a ofrecer un panorama representativo. 

Afortunadamente, en el marco de esta Biblioteca Camilo José Cela en Debolsillo se han publicado ya dos volúmenes de piezas más o menos breves que allanan la tarea. El primero, Gavilla de fábulas sin amor y otros divertimentos, reúne cinco libros originalmente ilustrados —Gavilla de fábulas sin amor (1962), El Solitario (1963), Toreo de salón (1963), Izas, rabizas y colipoterras (1964) y Nuevas escenas matritenses (1965)— cuyos textos, en su momento, dialogaban con las imágenes correspondientes, pero que, abstraídos de ellas, pueden perfectamente ser tomados por cuentos, al menos en la mayoría de los casos. El segundo, Santa Balbina, 37, gas en cada piso y otras novelas cortas, se sirve de esta imprecisa categoría de «novelas cortas» para reunir siete libros —Santa Balbina, 37, gas en cada piso (1952), Timoteo el incomprendido (1952), Café de artistas (1953), El molino de viento y otras novelas cortas (1956), Historias de España (1958), La familia del héroe (1965) y El ciudadano Iscariote Reclús (1965)— cuyo contenido, en rigor, apenas es distinguible, de nuevo en la mayoría de los casos, del de cualquier colección de cuentos. 

Teniendo esto presente, el panorama que aquí se presenta selecciona piezas escogidas entre dos bloques principales de libros. 

El primero lo constituyen los tres que, en 1963, Cela reordenó y articuló en el ya mencionado tomo de sus Obras completas que recogía sus cuentos publicados entre 1941 y 1953. El volumen en cuestión lo tituló Nuevo retablo de don Cristobita (Arbitrios, figuraciones y alucinaciones), y comprendía los cuentos previamente recogidos en Esas nubes que pasan (1945), El bonito crimen del carabinero y otros engaños y ofuscaciones (1947) y Baraja de invenciones (1953). Se trata, como es obvio, del primer tramo de su producción como cuentista, en el que se puede apreciar cómo el tono tardorromántico de las primeras entregas, centradas en el ambiente provinciano coruñés de principios de siglo, evolucionó rápidamente hacia un tratamiento paródico o simplemente humorístico del material empleado —una galería de personajes cada vez más grotescos o patéticos—, para enseguida desembocar ya en el esperpento, ya en el tremendismo. En el ya citado texto preliminar que figuraba al frente del tomo II de sus Obras completas, Cela da

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