La amante del populismo

Marcos Aguinis

Fragmento

La amante del populismo

PRÓLOGO

La actual expansión del populismo y el estudio de sus manifestaciones están dejando al margen una de sus más vigorosas raíces, que derivan de Mussolini y el fascismo. Sus inicios no predecían la presente evolución, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda.

Para hacer más visibles y atractivos sus aspectos notables, recurro al método del reportaje, centrado en los aportes de su principal fuente: Margherita Sarfatti. El reportaje permite unir historia, suspenso, futuro, crónica y mucho de novela. No me daba cuenta de que iniciaba una forma novedosa. Quizás muy cuestionable. Tiene olas líquidas, multicolores, documentos y fantasía. Personajes muy reales, históricos, pero cargados de una fuerza que impulsa frases, adjetivos y reflexiones repletos de consecuencias.

Margherita Sarfatti fue una culta y hábil escritora, amante de Mussolini durante veinte años, que redactó su biografía y compartió con él momentos decisivos del crecimiento fascio-populista. Puede que haya sido la constructora del edificio fascista, aunque desprovisto de sus perversiones. En estos jugó un papel incuestionable la personalidad de Mussolini. Pero casi todos los datos y muchas frases que reconstruyen la blanquinegra vida de ese hombre y de su trascendental movimiento se los debemos a ella.

Francamente, los textos de Margherita me sorprendieron. Reconozco que fue un descubrimiento. Me dejaba boquiabierto. También su vida, llena de pasión, lucha y contradicciones. Decidí atreverme a un extenso reportaje cargado de información, aunque ella ya no estaba. Un método peligroso por lo innovador, largo, muy criticable. Por momentos me agobiaron sus giros, confesiones, rabietas, subidas y descensos. Pero no cedí. Ella tampoco. En algunos momentos, quizá fastidiado, imaginé estar montado sobre una nube, avistar cataratas de un pasado encubierto o encandilarme con insinuaciones sobre las catástrofes del irredento populismo. No quedamos en su tiempo real, sino que aproveché su visión para extenderme cronológicamente para atrás y adelante. Ella lo hubiese aceptado, aunque falseaba muy poco algunos conceptos. Margherita contribuía de este modo a iluminar los altibajos de su propia cabalgata. Y denunciaba el veneno fascista del populismo.

Le agradezco que haya tenido la paciencia de acompañarme durante un año. Fue un privilegio. Sus ojos penetrantes, su voz cálida, su cabello que mantenía fresco el origen veneciano, algunos giros de buen humor, saltos asombrosos hacia el futuro con nudos seductores del pasado, todo eso me tenía prendido al grabador y un teclado tan tembloroso como yo mismo. Alimentó creatividad y esperanza. Deseo que su valor contribuya a desenmascarar la dañina peste del populismo, que se extiende como un alud arrasador.

La amante del populismo

UNO

Elijo una habitación luminosa, aunque provista de colores extraños. Los sillones son confortables y tenemos cerca una mesa con bebidas, tazas para el café, unos biscottis. Evitamos las fotografías por razones obvias. Acordamos navegar por una atmósfera cómplice. Levanto mis instrumentos y la miro con serenidad. Abro el fuego. Ella parpadea.

AGUINIS: ¿Acepta este íntimo reportaje?

SARFATTI: Con incomodidad, no le quepa duda. Recuerdo con dolor que impulsé el nacimiento del fascismo, esa serpiente que ahora nutre los populismos de diferentes colores y dogmas. Varios factores hacían increíble que yo pudiera seguir semejante ruta: mi opulenta familia veneciana con antecedentes judíos, mi precoz entusiasmo por el arte, la boda con un abogado brillante y mi adhesión a la utopía socialista de entonces. Contribuí a fraguar la estructura y los primeros éxitos del fascismo, aunque no sus hipocresías; tampoco sus torturas. Me revolqué en su sopa hasta caer en el abismo.

Acepto este reportaje, además, porque me permitirá deshacer algunos de mis propios enredos. Escribí mucho durante toda la vida, y creo que siempre intenté ser objetiva. Ahora reconozco que la pasión me dominó en exceso. Esa pasión quizá le insufló dinamita a mis libros, que alcanzaron un éxito resonante, con reediciones y traducciones. Por uno de ellos me recibió nada menos que el presidente Roosevelt y su esposa Eleanor en la Casa Blanca para disfrutar el té de un inolvidable domingo. Es lógico que los laberintos de mi existencia sigan generando interrogantes en quienes se han asomado a ellos.

AGUINIS: ¿Cuándo y cómo empezaron sus vínculos con Benito Mussolini?

SARFATTI: Escuché por primera vez su nombre allá lejos, en octubre de 1911, al estallar la guerra en Libia. Mussolini era miembro del Partido Socialista. Los líderes de ese partido hablaban y escribían en contra de la guerra. Consideraban absurdas las matanzas, porque era un conflicto colonial asqueroso. Con mi marido, Cesare Sarfatti, compartíamos ese rechazo. Y lo manifestábamos a cara descubierta, aunque irritase al gobierno, a la prensa oficial, a las fuerzas armadas y a amplios sectores de la población. Estábamos, por lo tanto, en contra de la opinión mayoritaria, que era fanática, ciega, irresponsable.

El joven Mussolini era por entonces editor del semanario marxista La Lotta di Classe y organizó una demostración en contra del conflicto. Encabezó una marcha que pronto se salió de control e invadió los rieles del ferrocarril para romperlos e impedir el traslado de combatientes hacia el norte de África. Intervino la policía con armas de fuego y cachiporras. Semejante medida generó congestiones en toda Italia. Mussolini fue arrestado en plena acción, con los brazos ensangrentados. Para la izquierda, su aspecto deplorable equivalía al de un héroe. Tras un juicio sumario lo condenaron a cinco meses de cárcel. Lo metieron tras las rejas, donde se entretuvo insultando a los guardianes y proponiendo sublevaciones. Era un incordio. Hubo cierto alivio cuando acabó el tiempo de la pena y lo dejaron salir. Al regresar a la calle se dedicó a reunir camaradas que lo acompañasen a un Congreso Socialista que fue convocado con mucha insistencia y produjo interés. Ingresó en un enorme galpón arrastrando docenas de gritones. Se mezcló con quienes ya ocupaban espacios y simuló ser empujado hacia la tribuna, a la que a trepó dando codazos. Saludó con las manos en alto y soltando patadas hasta conseguir ponerse junto a los que hablaban. El lugar era una obra en construcción, con tablones, ladrillos y carretillas desparramadas caóticamente. Juntó ladrillos y trepó sobr

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