Salo Solo. El patrullero del amor

Mauricio Kartun

Fragmento

Salo solo

I. Nenuco

Puso menudito en Tinder y la cagó.

Sos menudito le decía siempre Miriam, su madre.

Salo busca señora y no encuentra. Va a una escuela de espectadores de Hacoaj, la que iba con Miriam antes de enviudar (sí: la finadita también Miriam como la madre). Ve obras de teatro que nunca termina de entender bien. Me cuesta concentrarme. Y a las reuniones en casa de sus amigas, va. De las amigas de Miriam. Come saladitos en las reuniones, pero señora no encuentra.

Probó Tinder, sí, pero no. Una sola cita y no prosperó.

Soy de la temporada pasada, no tengo salida, dice Salomón. Voy derecho a liquidación.

Salomón y su humor menudito.

Con una farmacéutica, la cita. Un chiste por minuto y la señora no se rio una sola vez. Le gustaba la señora pero no prosperó. Ahora le clava el visto. Ideal una farmacéutica, le resolvía lo del Rivotril. Todo un tema el Rivotril. La receta se la hacía un psiquiatra de la mutual pero ya no atiende. El médico de los nervios, le dice él. Estaba muy mayor, le dijo la chica de los turnos y le dio con otro nuevo. De aquí a cinco semanas. Y él que sin el rivo no pega un ojo. Desde que se murió Miriam, su mujer, que no pega un ojo sin pasta. Seis años. Los primeros días de soledad se despatarraba en el medio del colchón king como en una pelopincho. Después fue braceando de a poco hacia su costado de siempre. Luego a su rincón. Se arrincona arriba a la derecha Salo, menudito, encogido y solo en la king vacía. Y no duerme sin pasta.

El médico nuevo es joven y le da la lata. Lo único que quiere Salo es la receta, pero el otro no, la lata. Pregunta. Hace silencios. Salo le cuenta rapidito de la ansiedad, de la búsqueda. De su fracaso con las señoras.

Dame la receta del rivo, Freud.

Pero no: lata y lata. Al final se queda callado un rato el doctor y antes de despedirlo se lo dice. Y lo sobresalta. Salomón iba solo por la receta, pero le resuena como un campanazo lo que el doctorcito le dice:

—Circule, Salomón. Circule. En los lugares de siempre no va a encontrar nada: con las que tenía que pasar ya pasó, y con las otras no va a pasar nunca. Ábrase y circule.

Un campanazo.

Salomón tiene su epifanía. No ha llegado todavía a la farmacia de la esquina y ya ha tomado la decisión. Desde mañana va a circular. Un patrullero del amor.

Esa misma tarde se anota en aquagym. Dura una sola clase. Por la altura tiene que ir a lo más bajito y las señoras lo corren a caderazos. Queda con el agua a las axilas y traga cloro toda la clase. Y qué tal si salimos tooodos a bailar / tooodos a bailar / tooodos a bailar. Abre la boca para cantar a coro con el grupo y traga cloro. La señora de la derecha no para de corregirlo chillándole en el oído: TODES a bailar, TODES a bailar. Pero con los tapones de silicona Salo no escucha y ella, cachete con cachete, termina corriéndolo a culazos a lo hondo. Remata el turno de pileta haciendo largos pecho en el carril lento.

Prueba teatro en el Rojas pero es el más viejo de toda la clase y se cohíbe.

Prueba un seminario de filosofía judía, de entrada hace un mal chiste y las cinco señoras le hacen el vacío. ¿Tanto lío por lo de sacarle las espinas a Spinoza?

Se anota en un taller literario. La consigna de la primera clase: escribir un monólogo de presentación. Se duerme escuchando las lecturas, el rivo será. Y no se ríen mucho del suyo: El buen peletero sin pelo. Pero es allí donde la conoce a Betita.

—Betita, no Betina —lo corrige ella a la salida, en el barcito de Uriburu y Sarmiento adonde va con todo el grupete. Cuando nació ya había Betina en la familia, prima segunda, y a ella de entrada le quedó el Betita. Betita sí se ríe de su monólogo, tiene dientes muy parejitos, y le palmea la cabeza confianzuda.

Queda encandilado Salomón con Betita. Soy una mujer de cincuenta atrapada en el cuerpo de una niña de quince, lee con tonos en su monólogo de presentación y ya ahí el tallerista cachorro se encandila. De afuera quince mucho mucho no da, pero ay, el poder de la palabra. Más menudita que Salo, Betita. Somos el jockey y la jocketta, le dice él comiendo un tostado, pero ella no le entiende. Pasado de moda el turf. Tiene experiencia Salo en lo que pasa de moda. Peletero de oficio. Curtidor, cortador, moldista y costurero. Heredado de su padre el negocio. Con local en la calle Talcahuano. King Salomón Pieles. Salomón también su padre. Cuando las pieles se vuelven mala palabra se pasa de rubro: Salomón Cueros. Termina al final con Salo Sport, cuero ecológico. Se cansa de la barranca abajo, alquila el local y vive de rentas.

Sabe poco de Betita pero no deja de soñarla toda la semana. Vuelve al taller el martes pero ella no va. Y el siguiente tampoco. Ha dejado las clases parece. Espera tres semanas y después se deprime. Una compañera le pasa el dato: la menudita es voluntaria en un grupo provida. Se juntan en un colegio de Paternal, cerca de la cancha de Atlanta. Maternal Paternal se llama el grupo. Preparan la ida al Congreso para protestar contra la ley. Con los brazos abiertos te reciben ahí, Salomón, le dice. Faltan hombres. Cualquier credo y raza, le aclara después demasiado atropellada, y se pone colorada enseguida por el añadido.

Salo lee en los diarios sobre el tema para no hacer papelón y llega como sin querer queriendo. Hincha de Atlanta toda la vida, le calza la lógica a su llegada allí como prenda de medida. Doce mujeres y un hombre, dos con él. Pero el aventurero tiene ojos solo para la menudita. Lo palmea la menudita. Parece contenta de verlo. El otro varón no, no lo palmea, lo mira con gestito y sacudiendo la cabeza. Mucho cualquier credo y raza, sí, pero Salomón y de Atlanta en provida desborda el Maldonado. Se llama Víctor el otro, siempre será el otro, es alto y se agacha a cada rato a hablarle a Betita en el oído y la toma delicado del hombro. Y se lo aprieta tipo masajito. Y ella ríe con su dentadura pareja. Profesor de Latín, el otro. Salomón se muerde la lengua por no hacerle su chiste con el idish. Sabe que la postura es a todo o nada. Postura piensa, postura le decía Salo grande, su papá, a las fichas en el casino de Miramar. El loco loco afán. Acá me juego el resto. No habla en la reunión el curtidor, y se muerde por no hacer chistes. Le queda una docena picando en la puerta del arco. Asiente serio. Y cada tanto, a algún pasaje emotivo, agita las manos pegadas como rezando y se toca luego el corazón.

Reparten tareas. Conseguir la camioneta y el equipo de sonido. Yo me encargo, dice Víctor. Comprar las banderas. Otra vez el profesor: Lo hago yo como siempre. Las cañas para los pasacalles: Tengo dónde, yo las traigo. Un verdadero hombre orquesta, el otro. Suenan las fichas de la postura en la mano de Salomón sin poder llegar nunca al paño. Reparten trabajos secundarios y tampoco. Y de pronto, cuando ya había perdido las esperanzas, sucede. Hay que realizar el nenuco. Entrecierra los ojitos Salo, qué carajo es el nenuco. Sabe que se juega la vida en esa bola, que tiran la última

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