Dolores 10 minutos

Mauricio Kartun

Fragmento

Chola peinados

Argelia al pelo. Argelia le sale a veces a Chola cuando quiere decir alergia, y Chiche se ríe haciendo ghhhh. Se le levanta el labio de arriba y se le ve mucho la encía a Chiche. Alergia al pelo, mirá la peluquera, dice Chiche. Ghhh. Chiche se da la insulina. Ghhh. Grasa abdominal. Profesor de música en el Normal. Teoría y solfeo. Tocaba arpa hasta los veinte pero se le rajó. Dónde te arreglan un arpa en Rauch. Lampiño de cutis. El solfeo por suerte no se raja. Llega del Normal al local y se encierra en su piecita de altos. Mira revistas de fisicoculturismo. Brillos de vaselina. Bultos. Un estante de pared a pared. No sale nunca Chiche.

Peinados Jane se llamaba antes el local, pero en la actualidad Chola Peinados.

Jane murió. Al principio parecía una cistitis, pero no, era malo.

Jane fue la madre. De Chola y de Chiche.

Chola regentea. Cómo le gusta a esa mujer decir regenteo. La que corta y peina es Yoli, la dependienta; ella regentea.

Yoli aprendió peluquería en Mar del Plata, pero fuera de temporada no hay ola, dice. Volvió a Rauch a dormir el invierno con una tía, y se conchabó aquí. Seis años ya. Dejó un bolso con ropa en la pensión de Camet. Se me venció la moda, dice, y nunca volvió a buscarlo. Cobra por día. Cuando cierran la atiende a Chola. Un pelito rubio y finito que si no le das un poco de spray se desmaya. Eso a veces Chola se lo paga aparte.

Chola toma chocolatada y come galletitas Visitas. Sin prisa pero sin pausa. Seiscientos gramos algunos días. Compra rota suelta surtida a una galletitería de Tandil. Su única salida cada quince días. Para lo que hay que ver. Elige y sirve galletitas en una canastita trenzada en cable marrón. Come, convida y les da conversación a las clientas. Regenteo, animo, y matizo con los casetes de Camilo Sesto. Su única pasión, Camilo. Ídolo vivo. Fresa salvaje con cuerpo de mujer, hay vida en tu vida pero hay algo que no ves. Chola vive con su hermano Chiche en la trastienda. La trastienda, le quedó decirle al fondo del local. La trastienda, decía Jane. La cocinita da al patio. Una mesita, un hule motivo frutal y entran justo los dos. Churrasco de paleta. Poca garrafa, se apuchera. La puerta abierta por el humo. En la pieza de abajo, Chola. Y Chiche, en otra como subiendo a la terraza. De altos, dice. El incordio es bajar al baño, repite, y usa dos tarros de aceite de cinco. Para número uno y para número dos. Un orden.

Cuando Lino llegó para quedarse le tuvieron que poner divanlito en el local. Las siestas las hace en la pieza de Chola para no incomodar en el local a las damas, y a la noche, el divanlito. Lino es el padre de los dos. Dormir con Chola no quedaba bien y la piecita de arriba, peligrosa por las escaleras. Es ciego Lino. Casi. Veo bultos. La diabetes de la familia también. Abuelo, padre, hijo. La familia de azúcar. Un pequeño Tarzán no vidente.

Hacía años que no lo veían a Lino, perdieron la cuenta. Desde que se separó y se fue. Vivía en Boedo y vendía pirulines a la salida de los tres colegios. Doble turno. Pirulines Tarzán. Hacía el grito tarzán en la esquina y los chicos se le abalanzaban. Mis monitos, mis manganis. Hablo de cuando todavía veía algo más que bultos.

Llegó de improviso. Los hijos ni hablaban ya de él. Un bulto. Lo bajaron del micro entre un pasajero y el conductor. Y una monjita que lo vio perdido en la terminal lo trajo del brazo hasta la esquina de la peluquería. Él le apretaba el antebrazo y le hacía rascadita en la muñeca con el pulgar. Nunca se enteró que era monja. Y ella lo dejó hacer, vaya a saber por qué lo dejó. Se puso a gritar tarzán en la esquina de enfrente para darles la sorpresa. Que vendió el departamento de Boedo, les dijo, puso la plata en libreta de ahorros, un fajito en la valija de cuerina verde, y decidió pasar sus últimos años dándoles a sus hijos lo que no les pudo dar antes en vida de su madre: su pasión por la jungla. Por la diaria aventura de vivir. Hay que vivir, Simbad; hay que vivir, Soraya. Simbad y Soraya se llaman en la cédula Chiche y Chola. Papá les enseñará a vivir, y Chola come Visitas y le hace caras a su hermano. Este se vino porque ahora ciego solo no se arregla. Pero ofreció pagar los gastos del local. Ghhhh… Era hora que alguna vez. Ghhh…

Lino toca el estante de las revistas en la pieza de Simbad y pregunta. Muscle Power. Le agarra fuerte el antebrazo y le pide pesas para mantenerse en estado. Juntos los dos. Chiche, angustiado, le llena de cemento las latas. Número uno y número dos, y les pone en el medio un caño galvanizado que habían sacado por el sarro. Pesas. Seca el cemento, pero quedan ahí dos semanas. Se olvida las cosas muchas veces Lino. Se pierde. A Chola le dice a veces Jane. Ve bultos, dicen ellos.

Nadador olímpico en el 28 Lino. En el viaje de ida fue que la conoció a Juana. A Jane. Patín ella. Pero no pista, mantenimiento. Mecánica Oficial de la Fábrica Broadway. Iba como oficial mecánica, pero ella dice Mecánica Oficial. Cinturita. Bailaron en el salón del vapor. Y Lino quedó impresionado por esa cinturita. Soñaba cinturita.

Holanda fue una fiesta. Cenaban sano en los comedores olímpicos, y habían organizado grupitos mundiales los primeros días. Confraternizar, pedía el secretario de Deportes. Juana lo miraba mucho a Johnny Weissmüller. Mucho mucho. Famoso por el bulto de la malla, Weissmüller, nadador invicto. Y él miraba mucho la cinturita. Fue Weissmüller el que le puso Jane. Yein. Confraternizaron. Le regaló a Jane una foto suya con sus padres y hermanos. Él, castañito, pero la familia rubia como un trigal. En los pabellones la cinturita de Juana se vuelve internacional.

Lino bracea desesperado para regalarle un podio a cinturita. Se mentaliza, se sobreoxigena y besuquea una virgencita de yeso que el secretario de Deportes hizo poner junto al pabellón nacional. Clasifica. Pero en las finales en Ámsterdam queda segundo de Weissmüller. Una brazada y pico. Mal día, dijo siempre Lino, algo que comí y me asentó. Una brazada y pico. Por una brazada y pico no le quité el invicto. Un triunfo contra el imperialista. Imperialista se dice mucho ahora últimamente con esto de la guerra de Malvinas que tuvimos. De ese triunfo Weissmüller salta a Hollywood. Si ganaba yo quién te dice Tarzán era yo. Lino pierde y después de ese podio el grupito mundial no confraterniza nunca más. Bulto y Cinturita se pierden de vista.

En el transatlántico de regreso vuelve a bailar con ella. Se casan a la vuelta. Lino se queda con ella y ella con el nombre: Jane. Yein. A los meses desaparece la cinturita y nace Soraya. Rubia como un trigal. Una Doris Day obesita. Le duele esa rubiés a Lino pero jamás abrirá la boca. No se recupera pero no abrirá la boca.

De golpe, de la nada, una mañana que llovizna sobre la peluquería el ciego se acuesta en las baldosas del patio y empieza a hacer pesas. Oscuro el patio, unas rajaduras en la pared con unos helechos empecinados. Chola se los hace sacar cada tanto a Chiche con un banco escalera y un cuchillito serrucho. Pero vuelven a brotar. Lino se acuesta sobre los mosaicos y hace pesas. Fijate a su edad, dice Yoli.

Una tarde que Chola va a Tandil por sus galletitas Lino y Yoli hablan largo rato. Él le agarra la mano y le hace la rascadita. Y le habla de la aventura de vivir. Del deseo de tragarse la vida así a bocanada como el aire del nadador. De pasarse los últimos años respirando vida, viajando. Con una compañía sería Marco Polo yo. Con la media naranja que me falta no pararía de rodar. Sentarme en África a oler los efluvios de la selva. Hay que rodar, Yoli. Piedra que rueda no junta musgo. Después le besa la mano. Y el brazo, subiendo hasta la manguita del delantal. Hasta el efluvio a Rexona. Y a la nochecita le trae del quiosco chocolate Aero tamaño familiar. Esa noche Yoli sueña con la jungla lluviosa. Y dos tardes después se toquetean en el bañito del local. Fijate a su edad. Diabético y todo.

Aventurarse, por favor tienen que aventurarse, les dice, y un domingo de diciembre los lleva a los tres a Ezeiza en el Río Paraná de las siete treinta. A las piletas. Chola no para de rezongar. ¿Qué tengo que hacer yo un domingo con mi empleada? Unos chicos lo reconocen del colegio y se pasa toda la tarde haciendo Tarzán a pedido. Y nadando. Largos. Ida y vuelta ida y vuelta. Andarivel, excursionistas, andarivel que entreno, grita. Y los excursionistas se corren a su paso y corren a sus hijos con reverencia. Qué ejemplo este hombre.

En la oscuridad del micro de vuelta Lino y Yoli se tapan con la lonita de tomar sol. Efluvios a cloro.

Esta negra le chupa al viejo hasta el último austral. Ghhh.

Debés aventurarte, Simbad. No dejar que la rutina te achanche, ser audaz. Tenés que sacar de adentro tu naturaleza. Darles rienda a tus deseos. Emprender, Simbad. Mirame a mí, diabético me puse un día a fundir caramelo y viví treinta años del pirulín. Le hace arreglar el instrumento por un ebanista retirado que le recomendaron. De Las Flores. Una casita al lado de un zanjón. Y le encarga frente al cementerio chapa de bronce: Clases de arpa. Alumno no viene nunca ninguno, pero golpea un domingo una señora de la colectividad paraguaya para invitarlo a tocar “Pájaro Campana” en la feria de las colectividades. Se anima. De ahí todos los viernes Simbad a alguna peña. Al mes doble insulina y come pastelito de membrillo y toma moscato Simbad. Toma de más, vamos a decir la verdad. Muy de más. Y saca su naturaleza. Llega tarde, hace ruido con la cortina metálica y los despierta a los otros.

Camilo Sesto viene a triunfar a Viña del Mar. Lo escucha en la radio. Lino le compra a Chola los pasajes. Veinte horas desde Retiro. Tren y colectivo. Atrevete, Jane. En la vida hay que osar. Le vuelve a decir Jane pero Chola ya está resignada y no lo corrige. Le dice que no cuatro días seguidos, y al final dudando pero viaja. Son tres semanas en total. Todo el festival. Hotelito chalet y baño en el patio. Galletitas en una lata y una almohada en el bolso. Yoli le atiende el local. A Camilo le va muy mal en Viña, pobre. Pésimo le va. Lo abuchea el monstruo, repetirá Chola después a las clientas como si ellas supieran que el monstruo viene a ser el público. En el tren de vuelta le roban el bolso. Los posavasos de regalito, las llaves, el casete nuevo de Sesto. Y el micro se atrasa. Una goma. Llega de noche tarde, golpea, no le contestan. Sacude la cortina. Se asusta. Un vecino salta al patiecito y lo despierta a Lino, que duerme en la pieza de Chola. Se levanta como mareado. Le abre, no la reconoce. Qué me hiciste, Jane mía, con ese hombre, qué me hiciste, Jane. A veces parece que entiende, a veces no. La enfermedad de los viejitos. Galopante. De madrugada llega Simbad con la cara reventada, una masa enrojecida, la boca como un churrasco. Y el arpa descolada otra vez. Unos guachos, dice. Unos guachos en la peña. Fue en el retrete de la estación, le contará a Chola días después una clienta. Y le sacaron la plata.

Simbad con la boca estropeada le cuenta que hace una semana que Lino empezó a empeorar.

A los dos meses lo meten en una residencia. En Tandil porque es más barata. La plata de la caja de ahorros alcanza para dos años. No sé qué haremos si este hombre vive más.

Soraya lo visita una vez cada dos semanas. Cuando va por galletitas. Come de la bolsa, ceba del termo y lo escucha decir cosas de la selva.

A los meses Yoli tiene una criatura. Varoncito. Chola se lo atiende. Y administra y cambia los casetes. Fresa salvaje.

En la pared del patiecito crecen los helechos imparables. Chiche ya no quiere subir al banquito. Mareos. Sale muy poco ahora Chiche. Casi nada. Insulina y Muscle Power. Bultos.

En la parte de arriba de la medianera, en una grieta entre los vidrios rotos pegados con cemento crece un árbol. Selvático. Enorme. Lianas. Las raíces en la rajadura rompiendo ladrillos. La naturaleza. Impiadosa la naturaleza.

El chico de Yoli se cría gateando en el local sobre una pradera de mechones cortados. Un pequeño búfalo rubio. Rubio como un trigal. Boy. Le dicen Boy.

Dolores 10 minutos


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