Legados de Lorien 2 - El poder de Seis

Pittacus Lore

Fragmento

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CAPÍTULO UNO

 

 

 

ME LLAMO MARINA, PERO NO EMPEZARON A LLAMARME así hasta al cabo de mucho tiempo. Al principio se me conocía solo como Siete, uno de los nueve guardianes supervivientes del planeta Lorien, cuyo destino estaba, y sigue estando, en nuestras manos. O, al menos, de los que quedamos. De los que seguimos con vida.

Tenía seis años cuando llegamos. Cuando la nave realizó su brusco aterrizaje en la Tierra, comprendí, a pesar de mi edad, cuánto nos jugábamos los dieciocho (nueve cêpan y nueve guardianes) y que nuestra única esperanza residía en este planeta. Entramos en la atmósfera en medio de una tormenta creada por nosotros mismos, y cuando nuestros pies tocaron este suelo por primera vez, recuerdo las volutas de vapor que emitió la nave y los escalofríos que me recorrieron los brazos. Llevaba un año sin sentir el viento en mi piel, y hacía un tiempo helado. Había alguien esperándonos allí. No sé quién era, solo que entregó a cada cêpan ropa para dos personas y un sobre de gran tamaño. Todavía no sé qué había en su interior.

Nos arrimábamos unos a otros, conscientes de que tal vez nunca volveríamos a vernos. Intercambiamos palabras, nos dimos abrazos y entonces nos separamos, como sabíamos que era nuestro deber, caminando en grupos de dos, en nueve direcciones distintas. Miré atrás una y otra vez mientras las siluetas de los demás se empequeñecían a lo lejos hasta que, muy lentamente, uno a uno, todos desaparecieron. Y entonces solo quedamos Adelina y yo, adentrándonos solas en un mundo del que apenas sabíamos nada. Ahora soy consciente del miedo que debió de sentir Adelina entonces.

Recuerdo haber embarcado rumbo a un destino desconocido, y haber tomado dos o tres trenes justo después. Adelina y yo pasábamos los días pegadas una a la otra, escondidas en rincones oscuros, lejos de quien pudiera estar por los alrededores. Hicimos auto-stop de una ciudad a otra, dejando atrás montañas y valles, llamando a puertas que nos cerraban inmediatamente en las narices. Pasamos hambre, cansancio y miedo. Recuerdo haber pedido dinero sentada en una acera, y pasar las noches llorando. Pasamos tantas privaciones que estoy convencida de que Adelina intercambió alguna de nuestras preciosas joyas de Lorien por un simple plato de comida caliente. Incluso podría ser que se hubiera desprendido de todas. Hasta que llegamos a este rincón de España.

Una mujer de aspecto severo a la que llegaría a conocer como la hermana Lucía nos abrió la pesada puerta de roble. Miró a Adelina con ojos entrecerrados, fijándose en su desesperación, en sus hombros caídos.

—¿Creéis en Dios? —preguntó la mujer en español, apretando los labios y entornando los ojos mientras nos escrutaba.

—Dios es mi refugio —contestó Adelina con un solemne asentimiento. No sé cómo podía conocer esa respuesta (tal vez la había aprendido cuando nos refugiamos en una iglesia unas semanas antes), pero era la respuesta correcta. La hermana Lucía nos invitó a pasar.

Vivimos aquí desde entonces, once años de vida en este convento de piedra, con sus celdas mohosas, sus pasillos invadidos por corrientes de aire y sus suelos duros como losas de hielo. Aparte de algunas pocas visitas, mi único contacto con el mundo fuera del pequeño pueblo es Internet; hago búsquedas constantemente para encontrar indicios de que los demás siguen ahí, buscando, tal vez luchando. Quiero encontrar alguna señal de que no estoy sola, porque ha llegado un punto en que no estoy segura de que Adelina siga creyendo, de que siga conmigo. Su actitud cambió en algún momento mientras cruzamos las montañas. Tal vez fue una de las puertas que se cerraron condenando a una mujer hambrienta y su niña a pasar otra noche sufriendo frío. Fuera lo que fuere, Adelina parece ya no tener prisa por seguir viajando, y su fe en el resurgimiento de Lorien parece haber sido sustituida por la fe que comparten las monjas del convento. Recuerdo haber visto un cambio radical en los ojos de Adelina, en los discursos que empezó a dar de pronto sobre la necesidad de orientación y doctrina para poder sobrevivir.

Pero mi fe en Lorien sigue intacta. En la India, hace un año y medio, cuatro personas vieron en distintos momentos a un muchacho mover objetos con la mente. Aunque en un principio este suceso no tuvo grandes repercusiones, la repentina desaparición del muchacho poco después levantó un gran revuelo en la región, y se organizó su búsqueda. Por lo que yo sé, todavía no lo han encontrado.

Hace unos pocos meses fue noticia una chica de Argentina que, después de un terremoto, levantó una losa de hormigón de cinco toneladas para salvar a un hombre que se había quedado sepultado debajo; cuando empezó a circular la noticia de este acto heroico, desapareció. Al igual que el muchacho de la India, la chica sigue en paradero desconocido.

Y en los Estados Unidos, en Ohio, ahora copan toda la atención de los medios un padre y su hijo, buscados por la policía después de que presuntamente destruyeron ellos solos un instituto entero, suceso en el que resultaron muertas cinco personas. Los sospechosos desaparecieron sin dejar ningún rastro aparte de unos misteriosos montones de ceniza.

«Da la impresión de que aquí se ha librado una batalla. No encuentro otra explicación —declaró el jefe de policía encargado de las pesquisas—. Pero pueden estar seguros de que llegaremos al fondo de este asunto y de que encontraremos a Henri Smith y a su hijo John.»

Podría ser que John Smith, si ese es su verdadero nombre, no sea más que un chico cualquiera con unas ansias de venganza llevadas al límite. Pero no creo que sea el caso. Mi corazón se acelera cada vez que aparece su foto en una pantalla. Me atenaza una profunda desesperación que no sé cómo explicar. Siento en los huesos que es uno de nosotros. Y sé que debo encontrarlo, sea como sea.

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CAPÍTULO DOS

 

 

 

DESCUELGO LOS BRAZOS POR EL FRÍO ALFÉIZAR Y miro los copos de nieve caer del cielo oscuro y asentarse en la ladera de la montaña, que está salpicada de pinos, alcornoques y hayas, con aglomeraciones de escarpadas rocas por todas partes. La nieve no ha dejado de caer en todo el día, y dicen que continuará por la noche. Apenas puedo ver más al

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