La sed (Harry Hole 11)

Jo Nesbø

Fragmento

cap-1

Prólogo

Miraba absorto la nada incolora.

Desde hacía casi tres años.

Nadie le veía y él no distinguía a nadie. Cuando la puerta se abría succionaba el vapor suficiente para dejar entrever por unos instantes a un hombre desnudo, después todo quedaba envuelto en niebla.

Los baños iban a cerrar. Estaba solo.

Se ciñó el albornoz de felpa blanca, se levantó del banco de madera y bordeó la piscina desierta camino del vestuario.

Ni una ducha abierta, ninguna conversación en turco ni pies desnudos deslizándose sobre las baldosas. Se contempló en el espejo. Recorrió con el dedo la cicatriz aún visible de la última operación. Le había llevado tiempo acostumbrarse a su nuevo rostro. El dedo bajó por el cuello, cruzó el pecho, se detuvo donde comenzaba el tatuaje.

Abrió el candado de la taquilla, se puso los pantalones y luego la gabardina encima del albornoz todavía húmedo. Se ató los cordones de los zapatos. Volvió a asegurarse de que estaba solo y se dirigió hacia otra taquilla cerrada con un candado manchado de pintura azul. Marcó el código 0999 y abrió la puerta. Dedicó unos instantes a observar el revólver grande y hermoso que descansaba en su interior, lo agarró por la culata de color rojo y se lo metió en el bolsillo de la gabardina. Abrió el sobre. Una llave, una dirección y más detalles.

En el armario había una cosa más.

De hierro, pintada de negro.

La levantó hacia la luz, contemplando fascinado su filigrana. Tendría que limpiarla, frotarla, pero ya sentía la excitación ante la sola idea de usarla.

Tres años. Tres años en una nada blanca, en un desierto de días sin sentido.

Ya era hora, había llegado el momento de beber del cáliz de la vida. Debía regresar.

Harry despertó sobresaltado, la mirada clavada en la penumbra del dormitorio. Era él, había vuelto, estaba allí.

—¿Pesadillas, cariño?

La voz que le susurraba era cálida y serena. Se volvió hacia ella, unos ojos castaños escrutaban los suyos. El fantasma palideció hasta desaparecer.

—Estoy aquí —dijo Rakel.

—Y yo aquí —dijo él.

—¿Quién era esta vez?

—Nadie —mintió poniéndole la mano en la mejilla—. Duérmete.

Harry cerró los ojos y esperó a estar seguro de que ella también lo hacía antes de volver a abrirlos. Estudió su rostro. Esta vez él había aparecido en un bosque. Un paisaje pantanoso, ambos envueltos en jirones de niebla. Él había adelantado la mano, apuntaba a Harry con algo que no podía ver. Intuía el rostro demoníaco sobre su pecho desnudo. Luego la niebla se hizo más espesa y él se esfumó. Otra vez.

—Y yo estoy aquí —susurró Harry Hole.

cap-2

PRIMERA PARTE

cap-3

1

Miércoles por la noche

El bar Jealousy estaba casi vacío, pero aun así se respiraba con dificultad.

Mehmet Kalak observaba al hombre y a la mujer de la barra mientras les servía vino. Tenía cuatro clientes. El tercero ocupaba una de las mesas él solo y bebía su pinta a traguitos mínimos. El cuarto apenas dejaba ver unas botas de cowboy, y a intervalos espantaba la penumbra con la luz del móvil. Cuatro clientes a las once y media de una noche de septiembre en la mejor zona de bares del barrio de moda, Grünnerløkka. Un desastre, no podía seguir así. A veces se preguntaba por qué había dejado su puesto como encargado del bar del hotel más cool de la ciudad para coger por su cuenta y riesgo este bar decadente con una clientela de borrachos. Tal vez porque creyó que subiendo los precios podría cambiar los clientes de siempre por los que todo el mundo quería: los residentes de la zona, gente de mediana edad, con poder adquisitivo y nada problemática. O a lo mejor porque después de romper con su novia necesitaba un lugar donde pudiera matarse a trabajar. O porque, cuando el banco le denegó el préstamo, la oferta del prestamista Danial Banks le había parecido atractiva. O tal vez fuera tan sencillo como que en el Jealousy era él quien elegía la música y no un director de hotel que solo reconocía una melodía, la de la campanilla de la caja registradora. Había resultado sencillo ahuyentar a la antigua clientela, hacía mucho que habían encontrado un nuevo hogar en un bar barato a tres manzanas de allí. Pero había resultado más complicado atraer a nuevos clientes. Quizá debería revisar el concepto. Tal vez una única pantalla de televisión con la liga turca no fuera suficiente para considerarlo un bar deportivo. Y en cuanto a la música, quizá debería apostar más por lo seguro, por los clásicos como U2 y Springsteen para los chicos, y Coldplay para las damas.

—No es que yo haya tenido muchas citas por Tinder —dijo Geir dejando la copa de vino blanco sobre la barra—, pero he podido comprobar que hay mucha gente rara por ahí.

—¿No me digas? —respondió la mujer ahogando un bostezo.

Era rubia y llevaba el pelo corto. Delgada. Treinta y cinco años, pensó Mehmet. Movimientos rápidos, un poco nerviosos. Ojos cansados. Trabaja demasiado y hace ejercicio con la esperanza de que eso le proporcione la energía que siempre echa en falta.

Mehmet vio a Geir levantar su copa sujetando el tallo con tres dedos, igual que la mujer. En sus innumerables citas a través de Tinder siempre pedía lo mismo que ellas, ya fuera whisky o té verde. Parecía una manera de dar a entender que en eso también hacían buena pareja.

Geir carraspeó. Habían pasado seis minutos desde que ella había entrado en el bar y Mehmet sabía que ya estaba listo para dar la estocada.

—Eres más guapa que en tu foto de perfil, Elise —dijo Geir.

—Ya me lo habías dicho, pero te lo agradezco.

Mehmet limpiaba un vaso fingiendo que no escuchaba.

—Dime, Elise, ¿qué esperas de la vida?

Ella sonrió desanimada.

—Un hombre al que no solo le importe el físico.

—No podría estar más de acuerdo, Elise. El interior es lo que importa.

—Era broma. Supongo que en la foto de perfil salgo bastante mejorada, y tengo la impresión de que tú también, ¿no, Geir?

—Je, je —dijo Geir, contemplando algo confuso el fondo de su copa de vino—. Bueno, la mayoría de la gente elige una foto favorecedora. Así que buscas un hombre. ¿Qué clase de hombre, Elise?

—Uno que quiera ser amo de casa —respondió, consultando su reloj.

—Je, je. —A Geir no solo le sudaba la frente, sino toda su gran cabeza afeitada. Pronto tendría manchas de sudor en las axilas de su camisa negra slim fit, una elección sorprendente, puesto que Geir no estaba ni delgado ni en forma. Giró su

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