Índice
Cubierta
El tercer lado de los ojos
Prólogo
Primera parte. Nueva York
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Segunda parte. Roma
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Tercera parte. Nueva York
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Cuarta parte. Roma
Capítulo 54
Agradecimientos
Notas
Biografía
Créditos
Acerca de Random House Mondadori
A Roberta, la única
Canción de la mujer que quería ser marinero
Ahora, tan solo ahora
que mi mirada abraza el mar,
hago añicos el silencio
que me prohíbe imaginar
filas de mástiles erguidos y miles, miles de nudos marineros,
y huellas de serpientes frías e indolentes
con su lento andar antinatural,
y líneas en la luna, que en la palma cada una
es un lugar para olvidar;
y el corazón, este extraño corazón
que por un arrecife ya sabe navegar.
Ahora, tan solo ahora
que mi mirada envuelve el mar,
comprendo al que ha buscado a las sirenas,
al que ha podido su canto amar,
dulce en la cabeza como un día
de festejo con dátiles y miel,
y fuerte como el viento que tórnase tormento
y el corazón quebranta al hombre y el bajel,
y entonces ya no hay anhelo o gloria
que puédase beber ni masticar,
ni piedra de molino de viento
que esa roca en el alma pueda triturar.
CONNOR SLAVE,
del álbum Las mentiras de la oscuridad
Prólogo
La oscuridad y la espera tienen el mismo color.
La mujer, que un día se sentará en las sombras como en un sillón, habrá tenido bastante de ambas como para tenerles miedo. Habrá aprendido demasiado bien y muy a su pesar que a veces la vista no es algo exclusivamente físico, sino mental. De pronto, los faros de un coche que pasa dibujarán un recuadro luminoso que recorrerá las paredes con rápida y furtiva curiosidad, como buscando un punto imaginario. Después, tras el cautiverio de la habitación, ese retazo de luz encontrará la libertad a través de la ventana y volverá fuera para perseguir al coche que la generó. Más allá de las cortinas, de los cristales y de las paredes, en la amarillenta oscuridad de miles de luces y tubos de neón, se encontrará todavía aquella locura incomprensible que llaman Nueva York; la ciudad que todos dicen detestar pero que todos continúan recorriendo obstinadamente, solo para darse cuenta de cuánto la aman. Aunque con el terror de descubrir qué poco correspondidos son. Así, descubren que son solo seres humanos, iguales a los que pueblan el resto del mundo; simples seres humanos que se niegan a tener ojos para ver, oídos para oír y una voz que oponer a otras voces que gritan con más fuerza.
Sobre la mesita que se encuentra junto a la silla en la que está sentada la mujer habrá una Beretta 92 SBM, una pistola con una empuñadura de dimensiones algo reducidas con respecto al tamaño habitual, fabricada especialmente para adaptarse a una mano femenina. Antes de apoyarla sobre la superficie de cristal habrá introducido con gesto decidido la bala en el cargador; el ruido del obturador rebotará en el silencio de la habitación con el sonido seco de un hueso que se rompe. Poco a poco, sus ojos se adaptarán a la oscuridad y logrará tener una clara percepción del lugar en el que se encuentra, incluso con las luces apagadas. La mirada de la mujer estará fija en la pared de delante, donde adivinará, más que verá, la mancha oscura de una puerta. En una ocasión, en el colegio, aprendió que si se mira con intensidad una superficie de color, cuando se aparta la vista queda en las pupilas una mancha luminosa del color complementario al que se acaba de mirar.
La mujer imaginará en las sombras su amarga sonrisa.
Los colores complementarios son aquello