La mejor enemiga

Sergio Olguín

Fragmento

La_mejor_enemiga-3

Prólogo
Los muertos maduran

I

En el freeshop del aeropuerto parisino de Charles de Gaulle, Peter Khoury compró varios M&M’s de distintas presentaciones, chocolates Mars en miniaturas, una bolsa de Kinder Bueno y dos más de Toblerone. Peter no era amante de los dulces (para él había comprado latas de maní Planters y almendras Blue Diamond), pero pensó que no era mala idea llevar golosinas para los chicos que atendería en los próximos años (seguramente los chocolates no iban a durar tanto). Como buen médico pediatra recién recibido —con honores, en la Universidad de Londres—, creía que darles un regalito a los chicos facilitaba que fueran a la consulta. Algunos llegarían llorando y se irían felices de llevarse un Mars. Sobre todo si se tenía en cuenta que los chicos a los que iba a atender en el hospital Al-Shifa de la Franja de Gaza no tenían la oportunidad de acceder a esas golosinas.

A los 26 años Peter Khoury decidió dar un giro en la vida. Una de esas vueltas que marcan para siempre la existencia. En su familia siempre se había hablado del regreso a Palestina. Sus cuatro abuelos y su padre habían dejado Haifa cuando las tropas israelíes entraron a la ciudad en 1948. No les quedó otra que partir con lo puesto. Cerraron sus casas y se llevaron la llave con la ilusión de regresar algún día. Cuando llegaron a Inglaterra, su padre era un bebé. Su madre había nacido, como Peter, en Londres. Sin embargo, todos ellos (también sus hermanos, tíos y primos) se habían criado con la añoranza del país perdido desde la Nakba.

Durante sus estudios, Peter había hecho un curso de emergencias médicas en el hospital de la Universidad del Norte de Noruega. El curso lo dictaba Mads Gilbert, un prestigioso médico reconocido también por su militancia. Viajaba continuamente a Gaza, para dar ayuda sanitaria. Gilbert era muy buen profesor y Peter, un alumno destacado. No fue raro que se estableciera un vínculo afectivo entre ellos. A la salida de una clase, Gilbert le preguntó:

—Khoury, ¿su familia es cristiana maronita del Líbano? Lo supongo por su apellido.

—Somos cristianos ortodoxos, de Palestina. Tanto de parte de madre como de padre.

—¿De qué ciudades?

—Haifa, las dos familias.

Gilbert movió la cabeza afirmativamente.

—Cuando quiera, Khoury, nos tomamos una cerveza y le cuento de mi experiencia en Palestina. Creo que le puede interesar.

Por supuesto que le interesó todo lo que le contó el médico noruego. Los problemas para atender a tanta gente por falta de profesionales, insumos y medicamentos suficientes. El temor a que la persona a la que curaban un día de pulmonía podía morir al siguiente bajo los bombardeos. Gilbert sabía que él se estaba especializando en pediatría.

—Nos hacen falta pediatras en Al-Shifa.

—Cuando llegue el momento…

Pero Peter pensaba que le faltaban muchos años para que eso ocurriera. Terminó el curso, volvió a Londres, se recibió y comenzó las prácticas en el Great Ormond Street Hospital.

Tenía planificado tomarse un descanso en el verano: un viaje por los Países Bajos, Alemania, el norte de Italia y Francia. Cuarenta días para él solo y su mochila. Mientras preparaba el viaje recibió un mensaje de Mads Gilbert, su antiguo profesor noruego. El mensaje de texto no era personalizado, se notaba que era un SMS dirigido a mucha gente. Decía:

De parte del doctor Mads Gilbert en Gaza: Gracias por su apoyo. Bombardearon el mercado central de verduras en la ciudad de Gaza hace dos horas. 80 heridos, 20 muertos. Todos vinieron aquí a Al-Shifa. ¡Infierno! Nos hundimos en la muerte, la sangre y los amputados. Muchos niños. Mujeres embarazadas. Nunca experimenté algo tan horrible. En este momento se oyen los tanques. Cuéntenlo, pásenlo, grítenlo. Cualquier cosa. ¡Hagan algo! ¡Hagan más!

Peter sintió que debía ir a Palestina, como imaginó su padre, como añoraban sus abuelos. Pensó en suspender su viaje y partir hacia Gaza, pero fueron sus padres y abuelos los que lo convencieron para que hiciera primero su recorrida por Europa. No iba a tener mucho tiempo luego y era una buena forma de despedirse de su juventud para entrar definitivamente en el mundo de los adultos.

Decidió que su viaje por Europa se prolongaría en su estancia en Palestina. No regresaría a Londres. Los abuelos le entregaron las llaves de sus casas en Haifa, aunque él no iría a esa ciudad, que ahora formaba parte de Israel.

—Muchos palestinos tienen una llave, pero yo tengo dos. Soy millonario —le dijo a su abuelo paterno.

—Los palestinos somos millonarios cada vez que soñamos.

II

El vuelo de París a Tel Aviv tuvo muchísimas turbulencias, al punto que Peter Khoury volvió a rezar, algo que no hacía desde los doce años. Odiaba las turbulencias, les tenía terror. Los últimos minutos de vuelo, sobre territorio israelí, fueron de una suavidad relajante, aunque Peter no se relajaba nunca en un avión. Cuando finalmente la nave tocó el suelo de Tel Aviv, Peter agradeció a Dios en las tres versiones que conocía.

Había disfrutado su viaje por Europa continental, había visitado museos, bares, parques. Había conocido gente de lugares exóticos. Se había enamorado en cada ciudad que estuvo, pero trataba de desenamorarse enseguida. Esas chicas alemanas, francesas o italianas ocupaban su corazón, pero su alma estaba en Medio Oriente, en Palestina.

Ahora, en el aeropuerto de Tel Aviv, lo sucedido hacía unas semanas le parecía muy lejano, como si le hubiera ocurrido a un Peter que ya no existía, o que existía en otra dimensión, en la que seguía tomando cerveza, fumando porro y besándose con rubias o morenas que hablaban un inglés titubeante.

Había guardado las llaves de sus abuelos en la mochila despachada. Tomó la precaución de buscar llaves viejas sin valor y las puso junto a las otras dos en un llavero. Lo bien que hizo. En el control de aduana, cuando pasó la mochila, los agentes decidieron abrirla. Miraron con detenimiento el llavero.

—Son de mi casa de campo en las afueras de Londres —aclaró con una sonrisa despreocupada, muy ensayada frente al espejo.

El tipo de control migratorio lo miró: vio a un británico cargado con bolsas de freeshop, seguramente en busca de aventuras con chicas israelíes. Con parsimonia, Peter acomodó las camisas y jeans, y guardó las llaves en su campera. A partir de ese momento quería sentirlas cerca de su cuerpo.

En el control de pasaportes no hubo problemas. Un turista proveniente de Londres no era objeto de mucho estudio. Le preguntaron dónde pensaba parar y cuánto tiempo se quedaría. A propósito había sacado un pasaje de regreso para diez días más tarde, pasaje que no pensaba usar. Mintió sobre el lugar y los tiempos, tal como le habían aconsejado.

Al finalizar los controles se encontró con el bullicio del reencuentro de viajeros y familiares, de taxistas ofreciendo sus servicios, de turistas que ya se sentían perdidos. Buscó con la vista, pero fue Mads Gilbert el que lo vio antes. Se acercó a él y le dio un abrazo caluroso. Estaba un poco más viejo, pero mantenía ese espíritu juvenil que Peter vinculaba con los hombres nórdicos. Gilbert se ofreció a llevarle la mochila. Peter prefirió darle algunas bolsas del freeshop. Fueron caminando hacia el estacionamiento.

Parecían dos europeos despreocupados de todo. Gilbert le preguntó por los partidos de la Champions League y se quejó amargamente porqu

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