Lo que fue de ella

Gayle Forman

Fragmento

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1

Cada mañana, al despertar, me digo que es sólo una jornada más, otras veinticuatro horas que debo superar. No sé exactamente cuándo empecé a infundirme ánimo de esta forma todos los días, ni por qué. Suena a mantra de doce pasos, y eso que no estoy en Alcohólicos Anónimos ni nada parecido, aunque al leer algunas chorradas que se escriben sobre mí da la sensación de que debería estarlo. Sí, mucha gente daría cualquier cosa por experimentar una pequeña parte de la clase de vida que llevo, pero aun así siento la necesidad de recordarme cuán efímero es un día, de decirme que, si fui capaz de superar el de ayer, también podré con el de hoy. Esta mañana, tras darme ánimos como de costumbre, echo un vistazo al minimalista reloj digital que reposa en la mesita de noche del hotel. Las 11.47, lo que para mí equivale a decir que apenas está amaneciendo. Pero ya han telefoneado dos veces de recepción para despertarme, y luego he recibido una educada pero firme llamada de nuestro mánager, Aldous. Es posible que hoy sólo sea un día más, pero tengo la agenda a tope.

He de ir al estudio a grabar unas pistas de guitarra para una versión que sólo se publicará en internet del primer sencillo del álbum que acabamos de sacar. Pura estrategia publicitaria. La misma canción con una nueva pista de guitarra y algunos efectos vocales y, hala, a sacarle un plus de rendimiento. «Hoy en día hay que exprimir bien el dinero para que se multiplique», les gusta recordarnos a los ejecutivos de la discográfica.

Después de la grabación almorzaré con una periodista de Shuffle, para que me entreviste. Estas dos tareas representan los extremos entre los que transcurre mi vida de un tiempo a esta parte: por un lado interpretar música, algo con lo que disfruto, y por el otro hablar sobre cómo interpreto esa música, cosa que detesto. Sin embargo, son las dos caras de la misma moneda. Cuando Aldous llama por segunda vez, aparto por fin el edredón y cojo el frasco de pastillas de la mesita. Es un ansiolítico que supuestamente he de tomar cuando me siento inquieto.

Y suelo sentirme inquieto. De hecho, ya me he acostumbrado a ello. Pero desde que emprendimos esta gira con tres actuaciones en el Madison Square Garden vengo experimentando otra cosa. Es como si algo muy potente y doloroso fuera a succionarme, algo vortiginoso.

«¿Existe siquiera esa palabra? —me pregunto—. Estás hablando contigo mismo, ¿a quién demonios le importa si existe o no?», me contesto, y trago un par de pastillas. Me pongo unos calzoncillos y voy hasta la puerta de la habitación, al otro lado de la cual ya hay una jarra de café esperando. La ha dejado ahí un empleado del hotel, sin duda con instrucciones precisas de no molestarme.

Tomo el café, me visto y luego me dirijo al ascensor de servicio para salir del hotel por la puerta lateral; el relaciones públicas ha tenido la amabilidad de proporcionarme una llave para evitar el desfile de groupies en el vestíbulo. Una vez en la acera, me recibe una ráfaga del aire tórrido de Nueva York. Resulta un poco agobiante, pero me gusta que sea húmedo. Me trae recuerdos de Oregón, donde casi siempre llueve y hasta en los días más calurosos del verano se forman nubes blancas y algodonosas, cuyas sombras te recuerdan que el calor es efímero y que la lluvia nunca queda muy lejos.

En Los Ángeles, donde vivo actualmente, apenas llueve y el calor no se acaba nunca. Pero es un calor seco. La gente de por allí utiliza esa sequedad del ambiente como excusa indiscriminada para todos los ardientes y tóxicos excesos de la ciudad. «Hoy debemos de estar a más de cuarenta grados —fanfarronean—, pero al menos es un calor seco.»

Pero en Nueva York el calor es húmedo, y para cuando llego al estudio, tras recorrer el desolado trecho de diez manzanas de las calles 50 Oeste, tengo el pelo empapado en sudor bajo la gorra. Saco un cigarrillo y la mano me tiembla al encenderlo. Padezco estos ligeros temblores más o menos desde el año pasado. Después de hacerme un chequeo a fondo, los médicos concluyeron que todo se debía a los nervios y me aconsejaron que probara con el yoga.

Cuando llego al estudio, Aldous me espera fuera, bajo la marquesina. Su mirada oscila de mi cara al cigarrillo y viceversa. Por la forma en que me observa de arriba abajo, sé que está decidiendo si debe comportarse como el poli bueno o el poli malo. Debo de tener un aspecto espantoso, porque opta por el poli bueno.

—Buenos días, Sunshine —saluda jovialmente.

—No me digas. ¿Qué tienen de buenos a esta hora de la mañana? —suelto, tratando de sonar gracioso.

—Técnicamente, ya es por la tarde. Vamos con retraso.

Apago el cigarrillo. Aldous me apoya una manaza en el hombro con incongruente suavidad.

—Sólo queremos una guitarra de fondo en «Cariño», para darle un toque distinto. Así los fans volverán a comprarlo. —Se ríe y niega con la cabeza, consciente de en qué se ha convertido el negocio—. Luego tienes el almuerzo con la tía de Shuffle, y sobre las cinco, la sesión de fotos con el resto del grupo para ese acto benéfico de Fashion Rocks para el Times; después hay que tomar una copa rápida con unos tipos de la discográfica, los que manejan la pasta, y entonces me iré al aeropuerto. Mañana tendrás un pequeño encuentro con la gente de publicidad y merchandising. Limítate a sonreír y no digas gran cosa. Después de todo eso podrás disfrutar de la soledad hasta que estemos en Londres.

«¿Disfrutar de la soledad? ¿En lugar de hallarme en el cálido seno de la familia que formamos?», replico sólo para mis adentros. Por lo visto, últimamente mantengo cada vez más conversaciones conmigo mismo, muchísimas. Teniendo en cuenta algunos de mis pensamientos, más vale así.

Pero en esta ocasión es verdad que voy a estar solo. Aldous y el resto de la banda vuelan esta noche a Inglaterra. En principio yo debía ir en el mismo vuelo, hasta que caí en la cuenta de que hoy era viernes 13 y exclamé: «¡Ni de coña, joder!» Esta gira ya me parece bastante horripilante como para tentar al destino viajando el día oficial de la mala suerte. Así pues, le exigí a Aldous que me reservara un billete para el vuelo del día siguiente. Vamos a rodar un vídeo en Londres y luego ofreceremos una serie de ruedas de prensa antes de emprender la etapa europea de la gira, de modo que no voy a perderme una actuación ni nada parecido, sólo una reunión preliminar con el director del vídeo. Y no necesito que me cuente su visión artística del asunto. Cuando empecemos a rodar, haré lo que me diga y punto.

Sigo a Aldous al interior del estudio de grabación y entro en una cabina insonorizada donde sólo estaremos una hilera de guitarras y yo. Al otro lado del cristal se sientan nuestro productor, Stim, y los ingenieros de sonido. Aldous se une a ellos.

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