Live (Play 3)

Javier Ruescas

Fragmento

cap-1

imagen

Standing in the hall of fame

And the world’s gonna know your name

Cause you burn with the brightest flame.

The Script ft. will.i.am, ‹‹Hall of Fame››

Aquella mañana tendría que haberme quedado en la cama, a resguardo de las inclemencias del mundo bajo la manta, como si de una armadura o de la capa de invisibilidad se tratara.

Lo supe desde el instante en que entré en la cocina y descubrí que Leo se había terminado todo el café. Y lo confirmé cuando fui a coger unos pantalones limpios del cuarto de la lavadora y en su lugar encontré una disculpa de mi hermano garabateada en un post-it por no haber tenido tiempo de planchar.

Que lo entendiera, ponía. Que ya sabía que para él tampoco iba a ser un día fácil. Que lo haría en cuanto volviera. Y como si fuera a solucionar algo mi situación, había tenido el valor de añadir una carita feliz debajo de su firma.

Ni siquiera la ducha caliente logró quitarme de encima la sensación de que aquel viernes no debería existir en el calendario. Me sentía como un condenado a la horca. La última ducha. La última tostada con leche fría. Los últimos pantalones (cogidos de la montaña de ropa sucia). La última camisa…

De acuerdo, tal vez estaba siendo demasiado catastrofista. Con un poco de suerte, a media mañana el día tomaría un rumbo diferente y la melodía que me machacaba la cabeza desde que había despertado se volvería un poco más amable, más alegre, y yo podría volver a disfrutar de la vida sin sentir un peso muerto entre el pecho y el estómago.

Si todo salía bien, en unas horas regresaría a casa con un flamante carnet de conducir en las manos. O, al menos, con un papel que me permitiría canjearlo por uno de verdad en las siguientes semanas.

Mientras terminaba de cepillarme los dientes, me aferré a ese pensamiento alegre con tanta fe que podría haber salido volando, pero la vibración del móvil en el bolsillo me hizo perder la concentración.

El coche de la autoescuela me esperaba abajo.

Me miré una vez más en el espejo, obvié las ojeras e intenté domar el pelo que volvía a tener demasiado largo, demasiado despeinado, demasiado descuidado. No era que la vanidad de Leo se me hubiera pegado en el tiempo que llevábamos viviendo juntos. La razón por la que ahora me preocupaba más por mi aspecto eran los paparazzi y periodistas de revistas y programas del corazón que habían decidido acampar a la entrada del jardín que rodeaba nuestro edificio. Bueno, allí, en la puerta de la casa de nuestra madre y hasta en el colegio de nuestras hermanas.

Tras unos segundos más de batalla, di por imposible controlar los mechones rebeldes y me resigné. En el vestíbulo de entrada del edificio, saludé a los dos tipos de seguridad contratados por la urbanización que hacían guardia las veinticuatro horas del día y salí al jardín. El portero, igual de trajeado que el resto del personal de servicio, me escoltó, a través de la lluvia de flashes y preguntas de los periodistas, hasta el coche de la autoescuela.

—¿Cómo te sientes, Aarón?

—¿Cuándo podremos disfrutar de tu nuevo trabajo?

—¿Estará Leo apoyándote allí? ¿Y tu familia?

—¿Son ciertos los rumores que envuelven a True Stars? ¿Qué opinión te merece la información que se ha filtrado sobre Kim-Kim y su representante?

Kim-Kim y su representante me parecían algo tan lejano que no podían importarme menos. Por supuesto, no dije nada. Cerré la puerta, mi profesora aceleró y nos alejamos de la marabunta de pseudoinformadores camino de Móstoles.

Parecía que el asunto de mi carnet de conducir, como cualquier cosa relacionada con los hermanos Serafin, se había filtrado a la prensa y convertido en una noticia de interés nacional en tiempo récord.

—¿Qué tal has dormido? —preguntó Mari, girando un instante el cuello para mirarme.

—No muy bien… —confesé con la mirada puesta en las calles de Madrid y la boca seca.

—Te va a salir estupendamente, ya lo verás —me aseguró la profesora mientras golpeteaba el volante al ritmo de la música de la radio—. Si puedes dar conciertos delante de miles de personas, esto para ti es pan comido.

Sonreí con ironía. Ojalá conducir me resultara tan natural como hacer música. Ojalá no me diera tanto miedo: un error en una canción podía suponer un gallo. Un fallo al volante… Prefería no imaginarlo.

Lo hacía más por cabezonería de Leo que por otra cosa. Él era quien había insistido en que sería bueno para mí aprender a conducir lo antes posible, y yo había terminado dándole la razón solo para que se callase.

En el fondo tampoco lo necesitaba. Pero desde el altercado en el supermercado, Cora había acordado que lo más seguro era contratar a un chófer y a un guardaespaldas que estuvieran a mi servicio día y noche. Y así lo había hecho.

Había sucedido a la semana de haberme mudado con Leo al nuevo apartamento: una mañana me di cuenta de que nos habíamos quedado sin leche y quise bajar yo mismo a por ella para no molestar a mi madre, que ya demasiado pendiente estaba de nosotros. Lo malo fue que no advertí que era sábado y que el supermercado iba a estar lleno de gente hasta que fue demasiado tarde y una marabunta se abalanzó sobre mí para pedirme fotos, autógrafos y hasta la botella de leche que había cogido de uno de los estantes. Por suerte, la seguridad del local consiguió sacarme de allí y pude volver a casa sin mayores problemas. Lo malo fue que no tardó en correrse la voz, mis padres se enteraron y decidieron tomar medidas. Y todo por no haberme tomado los cereales a palo seco.

No obstante, aquella mañana Leo me suplicó que fuera con el coche de la autoescuela al examen y que le dejara a él el mío. También había aprovechado para darle el día libre a Sergio, nuestro guardaespaldas privado. Total, no quería olvidar qué era eso de la libertad ahora que la había recuperado.

Aproveché el silencio que reinaba en el coche para sacar el móvil y entrar en internet. Mi hermano me había obligado a crearme una cuenta de Twitter pública y otra en Facebook, que ya contaban con casi cuatro millones y medio de seguidores, pero que apenas visitaba. Me pasaba las horas muertas en el perfil con nombre falso donde solo tenía a una decena de contactos. Por muy triste o patético que resultase, mi auténtica lista de amistades se reducía solo a diez.

Recibí un aviso de dos nuevos mensajes privados y entré a leerlos. El primero era de Zoe, deseándome toda la suerte del mundo para el examen. Me recordaba que estaba preparado, que iba a salir genial, que no me pusiera nervioso, que me quería y me echaba de menos. Ojalá yo estuviera igual de seguro que ella.

El segundo era de Emma, y comenzaba con una cita que reconocí enseguida:

«El miedo a un nombre aumenta el miedo
a la cosa que se nombra».

Y si suspendes, siempre te quedará el autobús noctámbulo.

Besos,

E.

Sonreí para mis adentros con una sensación cálida en el pecho al reconocer las palabras del director más emblemático de Hogwarts y desvié la mirada hacia la autopista.

Llevaba preparándome para saca

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