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Sábado, Noa en el Mistic
Luces, música, flashes, risas, cuerpos tocándose y yo cerca de ese tipo disfrazado de Zorro.
—¿Eres... tú?
HabÃa reconocido su perfume sin problemas, pero me quedé bloqueada al darme cuenta de que habÃa estado bailando con él pensando que era un absoluto desconocido.
—Quién iba a ser si no...
Sin esperarlo estampó sus labios en los mÃos y durante unos segundos sentà la suavidad de su piel. Jamás hubiera pensado que era capaz de besar con esa delicadeza. En cuanto reaccioné me separé de él con brusquedad.
—Te ha encantado —susurró en mi oÃdo con rapidez.
—¿Cómo te...?
—¿Que cómo me atrevo? —preguntó abrazando mi cintura de nuevo.
—Suéltame —le exigà con el tono más formal que pude.
No debÃa caer en sus provocaciones.
—Joder, Noa, me pones a mil con ese tono de doctora...
Su mano recorrió mi espalda sin permiso hasta que me retiré dando un paso atrás.
Clavé mis ojos en los suyos y él sonrió.
—Kaney, te estás pasando.
—¿Tú crees?
Se quitó la máscara y se la colocó bajo el brazo.
—Pues yo pienso que hacemos muy buena pareja. ¿O es que no soy suficientemente guapo para ti?
No le iba a responder, por supuesto. Él era mi paciente y no dejarÃa que se tomara esas confianzas conmigo.
Kaney era atractivo, aunque no guapo, o no para mÃ. Era alto, tenÃa los ojos rasgados y bonitos, una nariz un pelÃn grande y unos labios finos que escondÃan unos dientes perfectos. En general era resultón, pero no era mi tipo ni tampoco era el tÃpico guaperas de turno. No era Enzo, vamos.
—Kaney, ya sabes en qué se basa nuestra relación —le dije intentando retomar aquella conversación—. Necesitas mi ayuda.
Kaney rio como si hubiera contado el chiste del año.
—Estás muy segura de eso.
—Lo estoy —repliqué con rapidez.
—Noa, llevo años bebiendo. ¿Qué te hace pensar que podrás ayudarme?
Nos miramos fijamente unos segundos. DebÃa pensar bien la respuesta y debÃa decir algo que estuviera a la altura. Kaney no era tonto ni ingenuo.
—Porque yo no soy como todas, Kaney.
Juntó los labios y se mordió el interior de las mejillas. Aquello significaba que habÃa dado en el clavo.
—Y los dos lo sabemos —le dije con prepotencia, la misma que solÃa usar él para hablar con el resto de los mortales.
—No lo negaré —comentó sonriendo de forma canalla—. ¿Una copa?
Lo miré frunciendo el ceño.
—Kaney... no la necesitas —repuse con sinceridad.
—¿Y eso quién me lo dice? ¿Tú, que tienes una cerveza esperándote en la barra?
SÃ, era cierto, pero yo no tenÃa un problema de alcoholismo.
—Vale. Espérate un segundo.
Me dirigà hacia la barra, donde estaban mis amigos parloteando. Cogà la cerveza y le indiqué al camarero que se la llevara. Me volvà hacia Kaney y alcé las cejas indicándole asà que yo también podÃa estar sin beber alcohol.
Justo en ese momento me pareció ver a alguien conocido... ¿Era Enzo? Giré sobre mis pies y lo vi brindando con sus amigos mientras reÃa y charlaba con ellos. Feliz, estaba feliz.
¿Y por qué no iba a estarlo? Lo nuestro habÃa sido algo bastante efÃmero.
Me di la vuelta antes de que me pillara mirándolo, pero Kaney acaparó mi atención al ver que se dirigÃa hacia Enzo y los demás. ¿Los conocÃa? ¿SerÃa amigo de Enzo? ¿De MartÃn? ¿De...?
Se acercó a MartÃn y le dijo algo. El bombero lo miró sorprendido y Kaney siguió con su verborrea. ¿Qué le estarÃa diciendo? Hubiera dado medio brazo por saberlo, aunque las dudas se me disiparon en pocos segundos al observar cómo MartÃn llamaba al camarero para pedirle algo.
Una copa.
Una copa para Kaney.
Genial. Me habÃa prometido en la última sesión que si salÃa por la noche evitarÃa el alcohol.
En el mismo instante en que MartÃn le dio la copa a Kaney, este me miró directamente, con aire triunfante.
Me quedé demasiado sorprendida para responder. ¿ConocÃa a MartÃn? PodrÃa ser, pero apenas habÃan charlado entre ellos mientras el camarero preparaba el gin-tonic.
Kaney lograba dejarme fuera de juego en demasiadas ocasiones porque en mi cabeza se agolpaban muchas preguntas y no tenÃa respuesta para ninguna: ¿por qué se dañaba de ese modo? Lo tenÃa todo, joder, todo y más.
¿Por qué Kaney me buscaba las cosquillas? SabÃa por mis compañeros e incluso por mi superior que querÃa que yo fuese su psicóloga... ¿entonces? ¿No querÃa curarse? ¿Qué pretendÃa actuando de ese modo? ¿Llamar la atención? ¿Qué buscaba realmente?
—¿Noa? —Edith se puso a mi lado mirando hacia ellos—. Han llegado hace un rato, no sabÃa si los habÃas visto.
—La verdad es que no.
¿SabÃan ellos que estábamos allÃ? Era muy probable que no. Mistic era la discoteca reina del Carnaval y todo el mundo querÃa asistir a esa fiesta.
—Parece que se han hecho amigos.
Miré a Edith porque sabÃa que seguÃa muy pillada por MartÃn, aunque habÃa intentado olvidarlo por todos los medios.
—Eso parece —afirmé, segura.
SabÃa por Penélope que Enzo y MartÃn habÃan salido juntos a tomarse unas cervezas en más de una ocasión. No dejaba de ser curioso, pero a veces la vida estaba llena de casualidades.
Kaney me sacó de mis pensamientos al ver que se separaba de ellos con una copa en la mano. Lo seguà con la mirada hasta que chocó con una chica pelirroja. Rieron ambos, se saludaron y él se acercó a ella diciéndole cosas al oÃdo.
Hubiera ido hacia él para arrancarle aquella copa de las manos, pero no estaba en el centro de desintoxicación y tampoco tenÃa ningún derecho sobre él.
Nuestros ojos volvieron a cruzarse y Kaney me sonrió antes de besar a aquella chica. Puse los ojos en blanco y desvié la mirada para encontrarme con los ojos de Enzo. Nos contemplamos sin pestañear unos segundos antes de retirar ambos la mirada casi al mismo tiempo. Estaba claro que él seguÃa en sus trece y que no habÃa puesto en duda la palabra de su amiga.
—¿Vamos a bailar? —propuso Edith intentando sacarme de aquel letargo.
—¡Por supuesto!
Aquellas personas humanas masculinas no iban a fastidiarme la noche.
Nos reunimos con Luna, Sergio, Penélope y Hugo.
—¿A mover el culo? —preguntó Luna al ver nuestras intenciones.
Afirmamos con la cabeza y nuestras amigas se unieron a nosotras haciendo la conga y riendo como descosidas.
Estuvimos un buen rato bailando y haciendo comentarios varios del personal que se nos acercaba con ganas de guerra.
—Oye, Noa. —Luna se colocó a mi lado—. ¿Y el Zorro?
La miré de soslayo intentando leer en sus ojos.
—Nadie, un descarado que querÃa montárselo conmigo.
—Pero ¿lo conocÃas?
No querÃa mentir a Luna y tampoco decir que Kaney era paciente del centro. HabÃa que respetar su intimidad y yo no podÃa ir pregonando por ahà que estaba enfermo.
—SÃ, sÃ, es amigo de una amiga y...
—Y esta rubia preciosa ¿quién es?
Kaney apareciÃ