La teoría de Joa

Agus Grimm Pitch

Fragmento

La teoría de Joa

1. Julia

De todos los escenarios posibles que imaginé antes de esta noche, ninguno incluía encontrar a Joa Keuler desmayado entre bolsas de basura.

Y no sé qué se supone que deberíamos hacer. Camino de un lado a otro tratando de encontrar una solución. No podemos hacer de cuenta que no lo vimos y seguir con nuestra ruta como si nada. No es ético dejar tirada a una persona desmayada, pero tampoco se me ocurren otras opciones. ¿Llamar a una ambulancia? Quizá sea exagerado y probablemente al pobre lo metería en un quilombo importante si se supiera que dos desconocidas lo encontraron así. El chabón respira, así que no es que esté muerto. Aunque no tengo ni idea de por qué no se mueve. ¿Coma etílico? Lo más probable. ¿Debería patearlo para comprobarlo? Demasiado violento. Le podría tirar agua en la cara, pero perdí la botella en algún momento del concierto. Si lo levantamos para sacarlo de la basura, tal vez se despierte. Pero ¿y después qué?

Pensá, Julia. Pensá. Me digo.

Escucho pasos provenientes de la calle y giro sobresaltada. Dejo de respirar hasta que me doy cuenta de que en realidad no hay nadie. El callejón está bastante oscuro (lógicamente: son las tres de la mañana) y tiene solamente una salida, por lo que sería fácil que nos acorralaran. Dos mujeres y una estrella de rock desmayada serían las víctimas perfectas de cualquier loco que pasara por ahí. Internamente, le pido a Dios que nos ayude. Es un hábito del que nunca me pude deshacer del todo.

Necesitamos encontrar alguna salida de esto, y rápido.

—Lola, ¿te vas a quedar parada ahí toda la noche? —digo—. Me estás poniendo nerviosa.

Ella me mira. Tiene los brazos cruzados y los ojos entrecerrados. No se mueve.

—Todo te pone nerviosa, Julia. No es ninguna novedad —responde—. Además, estoy pensando.

—¿En qué?

—¿No es una situación rara? Hasta hace… ¿cuánto?, ¿tres horas? —pregunta—, estaba cantando en el estadio de River y ahora está acá… así —señala al chico con ambas manos—. Alguien debe estar buscándolo, ¿no te parece?

Tiene razón. Porque no es cualquier borracho: es Joa Keuler. Todos saben quién es él. Porque no conocerlo, significa no conocer a Gris. Y no conocer a Gris, significa que vivís en un frasco. ¿Cómo no vas a conocer a la banda de rock más importante de la última década?

Bueno, yo misma no la conocía hasta hace un par de semanas, pero Lola ya se encargó de reírse de mí por eso. Hay muchas cosas de las que me tomó un tiempo enterarme.

—No podemos dejarlo ahí —dice Lola.

—Ya sé —respondo—. Pero quizá piensen que quisimos secuestrarlo o algo así. Ni siquiera sería la primera vez que pasa. —No miento. Los intentos de secuestrar a Joa Keuler son todo lo frecuentes que uno supondría—. O por ahí se muere en el camino y nos echan la culpa. Ni siquiera sabemos exactamente por qué no se mueve, ¿y si…?

Escondo la cara entre las manos. Estoy empezando a hiperventilar. Me asalta de nuevo el pensamiento de que fue un error enorme habernos desviado de nuestro camino cuando lo vimos. Deberíamos haber hecho lo que todo el mundo hace: pretender que la persona desmayada no existe.

A ver, reconozco que, en parte, estamos como estamos porque la gente siempre elige mirar para otro lado cuando pasan algunas cosas y me hace sentir culpable desear lo mismo, pero en este preciso momento, no puedo evitarlo. De todos los seres humanos sobre la Tierra que podríamos habernos encontrado en esta situación, venimos a cruzarnos con el que probablemente nos va a traer más problemas.

Lola me saca las manos de la cara, me toma por las muñecas y me mira fijamente.

—No entres en pánico —me dice—. Va a estar todo bien.

Asiento, aunque no estoy del todo convencida. Ella repite la última frase y yo vuelvo a asentir. Afirmaciones, las llama. No sé si son útiles, sin embargo, elijo creer. El efecto placebo hace que mi respiración empiece a normalizarse poco a poco. Y cuando vuelve a estar en un ritmo normal, Lola continúa hablando.

—Tengo una idea —dice—. Hay una cafetería a unas cuadras de acá que está abierta hasta tarde. Y no me mires así —suelta, en respuesta a mi expresión—: no es ningún lugar demasiado turbio. Podemos arrastrarlo hasta ahí entre las dos, y si tenemos suerte quizá se despierte y podamos llamar a alguien. ¿Qué te parece el plan?

—Eh, yo…

—Excelente —me interrumpe sin darme tiempo a pensarlo dos veces—. Dame una mano con esto.

Se acerca al pibe y lo agarra de un brazo. Me hace un gesto para que tome el otro y lo hago. Entre las dos lo levantamos. Sorprendentemente, con mucha facilidad, pese a que ninguna de las dos somos ejemplo de persona atlética. Es más bajo que nosotras y no pesa demasiado. Pero tenía tanta presencia en el escenario que pensé que nos sacaba una cabeza.

Puedo imaginar exactamente lo que mi padre pensaría de eso. Hasta con su voz y todo. Sacudo la cabeza para tratar de borrarlo de mi mente. Me paso el brazo derecho de Joa por los hombros y tengo que reprimir las arcadas, porque está completamente cubierto de basura. Me dan ganas de mandar a la mierda el gesto de buena persona y salir corriendo sin mirar atrás. Empezamos a arrastrarlo hacia la calle. Internamente maldigo todo lo que nos llevó a esta situación.

Porque yo ni siquiera quería estar acá. Pensaba pasar esta noche de sábado como todas mis noches de sábado: en el departamento mirando series y tratando de no pensar en que el lunes tengo que volver a trabajar. Pero no. A mi mejor amiga (y digo “mejor” aunque en realidad sea la única que tengo) se le ocurrió que era una excelente idea participar en un concurso por unas entradas para el concierto de Gris.

Y la peor parte es que encima tuvo la suerte de ganarlas. Un poco la envidio: yo nunca gané un sorteo en mi vida. Y eso que recé mucho (en secreto). Desde que me lo contó, asumí que iba a invitar a otra persona. Por ahí a cualquiera de sus amigas de la feria, que hubieran ido encantadas, o a su chongo o chonga de turno.

Claramente, me equivoqué. Ella estaba decidida desde el principio a que yo la acompañara y no había forma de evitarlo porque vivimos juntas y es imposible inventar excusas.

Nunca pudo entender por qué yo jamás había ido a un concierto. De todas las cosas que no hice en 21 años de vida, le parecía una de las más inaceptables. Se le grabó tan profundamente en la cabeza que tenía que vivir esa experiencia, que no paraba de sacar el tema cada vez que tenía oportunidad. Desayuno, almuerzo y cena.

Una vez me lo preguntó después de un día de mierda que había tenido en el trabajo y casi le estampo mi mochila en el medio de la cara. Puede ser demasiado insistente cuando se encapricha con algo.

La insistencia le sirvió, porque terminé diciéndole que sí, solo para no escucharla. Con la única condición de que volviéramos en taxi y no en el auto

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